viernes, 6 de marzo de 2015

Retorno





El zumbido del despertador la sacó de su ensueño. Apenas había conseguido reconciliar el sueño durante la noche, pensando en el viaje que tenía que emprender aquella mañana hasta el lugar donde habían quedado almacenados los primeros recuerdos de su infancia.
 
Mientras tomaba el desayuno, su mente retrocedía hasta el día  de su marcha del pequeño pueblo. Fue el día de su primera comunión. Tras la ceremonia, todos los niños que como ella habían tomado la comunión, fueron invitados a tomar un chocolate con bizcochos. También recibieron una estampita como recordatorio de aquel día. Terminada la ceremonia   regresaron a la casa para preparar el viaje que tendría lugar aquella misma tarde. No recordaba  el trayecto del coche de línea hasta el lugar donde viviría a partir de entonces, solo recordaba la muñeca que había recibido como regalo , abrazándola  fuertemente para que nadie se la arrebatara.

Ya en la ciudad tuvo que acostumbrarse a la vida en ella. Sus calles y sus gentes le resultaban extrañas.  Según iba pasando el tiempo se fue acostumbrando al medio que la rodeaba, pero no dejaba de recordar al pequeño pueblo, sus calles en tierra, el campo y sus siembras, muy cerca de la casa.  En el lugar donde ahora vivía no había campos sembrados de trigales. Y cuando llegaba  la primavera, el recuerdo de las tardes donde, con  las demás niñas que la acompañaban en sus juegos, se zambullía en el sembrado donde las espigas, agitadas por el viento, tomaban la apariencia de olas verdes de un mar en calma a la caída de la tarde.  Tampoco  en la ciudad había una cañada donde jugar con sus aguas, como lo había hecho en otro tiempo. También recordaba cómo, con las lluvias de otoño, sus aguas se desbordaban, convirtiéndola en río, anegando las tierras próximas a su orilla. Pero cuando llegaba la primavera, sus aguas se llenaban de pequeños renacuajos que ella atrapaba con sus manos. Pero un día, por sus tranquilas aguas transitaban juguetonas  culebras de agua ante las miradas curiosas  de las niñas que jugaban cerca de la orilla. Por un momento ella dio la espalda a la cañada, mirando hacia la casa por si alguien salía para llamarles, y contar lo que allí había, pero no se veía a nadie. Entonces se dio la  vuelta y vio, enfrente a ella, a una de las culebras puesta en pie que la miraba fijamente. Sin esperar a  averiguar lo que esta se proponía, echó a correr hacía la casa. Desde aquel día no volvió a dar la espalda al agua que corría por la cañada.

La mujer detuvo el hilo de sus pensamientos. Ahora volvía después de los años al pequeño pueblo, pero el viaje que iba a emprender era tan diferente al de aquel día. El del ayer significaba el comienzo de un tiempo nuevo, mientras el de hoy era el de acompañarle a él hasta su última morada. Llegado a este punto sacudió la cabeza para dejar a un lado los recuerdos del pasado. Tomó la taza que tenía ante ella y de un sorbo terminó su contenido.  Seguidamente tomó el pequeño bolso de viaje y salió a la calle. Hacía frío. Había estado nevando durante la noche y la nieve caída había dejado su huella.
 
Cuando llegó hasta el coche, quitó la nieve acumulada sobre los cristales y una vez hubo terminado, abrió la puerta, y entrando en él,  emprendió el viaje. Mientras el coche avanzaba por la carretera, las preguntas se producían en su mente. ¿Quedaría algún resquicio en el lugar al que se dirigía de aquel tiempo pasado? ¿Le hablarían sus calles de sus pasos de aquel otro tiempo? Pronto hallaría la respuesta a sus preguntas.


IRIS

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