miércoles, 11 de marzo de 2015

Dos por uno





            Durante la semana estamos deseando que llegue el fin de semana para tomarnos un pequeño descanso. Nos levantamos más tarde, no estamos pendientes del despertador y nos proponemos que la mañana del domingo sea tranquila  y sin las prisas de los días de diario.

            Después del desayuno bajamos a comprar el pan y el periódico para echarle una ojeada. En fin que nos sentimos relajados aunque sea por un tiempo. En este estado de relax me encontraba, cuando recordé que le había dicho a mi mujer que tenía que ir al lavar el coche. Me puse el chándal y decidido, me dirigí hasta la puerta de la calle. Antes de salir me asomé a la cocina donde mi mujer preparaba la comida y le dije: “me voy a la estación de servicio”, a lo que ella me contestó que no me retrasara mucho, pues estaba preparando la comida para cuando llegaran los chicos, que no  tardarían. Ya en la calle me encaminé hasta donde estaba el coche aparcado. Le miré, allí estaba él lleno de polvo, en los cristales unas manchas que no se sabía su naturaleza. Por un momento me invadió un sentimiento de culpabilidad por mi abandono, y dándole una palmadita le dije: “te voy a dejar como nuevo”.

            Con este ánimo me encaminé hasta la gasolinera. Cuando llegué, comprobé que había bastantes coches esperando a ser lavados. Esperé mi turno, y cuando éste me llegó,  situé el coche en el túnel de lavado con las ventanillas  y puertas cerradas.

            Y comenzó el lavado. Desde el interior del coche podía ver caer el detergente y el agua sobre él, al tiempo que unos rodillos de finísimas tiras empezaban a girar a su paso. Desde el interior yo seguía todo el proceso de lavado. De pronto todo el mecanismo dentro del túnel se interrumpió. El tiempo pasaba y la maquinaria seguía sin moverse, lo que me hizo pensar en una avería. Esperé a que el encargado me informara de lo sucedido y, como nadie acudía en mi ayuda, decidí salir del coche. No hice nada más que salir del vehículo para dirigirme a la salida, cuando la maquinaría se puso de nuevo en funcionamiento. En ese momento sentí como caía sobre mí la cascada de agua, acompañada del detergente. Los cepillos me rodearon como si fueran enormes manos y sus finísimos hilos se me antojaron como si fueran miles de dedos, que flotaban mi cuerpo con enérgicos manotazos, al tiempo que el agua comenzó de nuevo a caer sobre mí.

            No sé el tiempo que duró el lavado.  Cansado y resignado me deje caer sobre el capó del coche mientras los raíles seguían rotando sacándonos hasta el exterior, dando así por finalizado el lavado.

            El servicio había sido completo. Mi coche y yo habíamos sido lavados: DOS POR UNO.


IRIS

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