miércoles, 24 de diciembre de 2014

El espíritu de la Navidad





            La soledad de la noche nos envolvía. No pasaba un alma por aquel lúgubre extrarradio. Benigna y yo nos apretábamos el uno contra el otro para darnos un poco de calor, que nuestras pobres y livianas ropas no alcanzaban a procurarnos. ¿Cómo íbamos a volver a casa con las manos vacías? ¿Qué les diríamos a nuestros hijos? Los habíamos dejado con la vana promesa de traerles una gran cena de Navidad. Después de recorrer todos los mercados próximos, en ninguno nos fiaron. Únicamente nos dieron alguna fruta macada y una barra de pan trasnochada.

            Al cruzar una calleja oímos pasos al fondo de la misma. Alguien andaba todavía a esas horas tardías. Un golpe seco y un quejido lastimoso hicieron que nos parásemos a escuchar qué ocurría. Al cabo de poco tiempo, unos pasos presurosos se alejaban en dirección contraria a la que estábamos. Escuchamos atentos y oímos apenas una voz que pedía auxilio. Nos acercamos cautelosamente hasta donde procedía la llamada y vimos tendido en el suelo a un hombre, relativamente joven, al que le habían golpeado en la cabeza. Le preguntamos cómo se encontraba y nos dijo con un hilo de voz que mareado e imposibilitado para ponerse en pie. Estaba en mangas de camisa por lo que supusimos que le habían quitado la chaqueta y se la habían robado junto con las pertenencias que llevara. Lo levantamos entre los dos como pudimos y, medio a la rastra, lo llevamos ocho manzanas hasta donde sabíamos que existía un centro de urgencias médicas. Después de dejarlo en manos de unos enfermeros y de explicarles donde y cómo lo habíamos encontrado, lo metieron para adentro y nos marchamos a nuestra casa, tristes y desengañados de la falta de bondad de la gente.

            Al día siguiente, por la mañana temprano, tomamos una determinación. Iríamos a un supermercado del centro de la ciudad y con la excusa de comprar una botella de leche, nos guardaríamos entre las ropas alguna tableta de turrón y una bandeja de filetes y algún embutido. Nuestros hijos tendrían comida que les recordara que estábamos en Navidad. Con un miedo que atenazaba nuestras extremidades, procedimos como habíamos decidido, cuidando de coger los artículos cuando estábamos seguros que nadie nos miraba. Al llegar a la caja para pagar la leche, un señor trajeado que estaba junto a la cajera, nos invitó amablemente a que le siguiéramos hasta una oficina que había al fondo del establecimiento. Temblando y sin saber qué responder cuando nos preguntaran, nos hicieron subir una escalera hasta una habitación que dominaba todo el supermercado. Allí nos dimos cuenta que a través de un cristal, que por fuera parecía un espejo, vigilaban los movimientos de la clientela, además de algunos monitores en los que cámaras, ocultas a la vista, permitían ver hasta los últimos rincones. Había dos personas más que, nada más entrar, nos ametrallaron a preguntas y nos hicieron vaciar bolsillos e interiores de nuestras ropas. Humildemente contestamos, una y otra vez, que no teníamos medios para dar de comer a nuestros hijos, que se quedarían un año más, sin saber que se celebraban las fiestas de la Pascua.

Un teléfono sonó en la habitación. Contestó uno de ellos, que no dejó de echarnos miradas mientras que alguien al otro lado del hilo le hablaba. Cuando terminó la conversación y colgó, nos preguntó si nuestro domicilio era el que figuraba en el carné. Al asentir nosotros, tomó nota del mismo en un papel y salió de la habitación.       Estuvimos un buen rato en la misma, inquietos y asustados por lo que nos pudiera pasar y qué sería de nuestros hijos. La habitación tenía una ventana que debía dar a otra dependencia de las oficinas. Las cortinas estaban echadas desde el otro lado y nos pareció que alguien las descorría cautelosamente y nos observaba sin que pudiéramos saber quien era. Al cabo de un rato, volvió el del teléfono y nos informó que nos iban a llevar hasta la comisaría más próxima. Nos hicieron subir a un camión de reparto y nos sentaron entre el conductor y el hombre del teléfono. Arrancó el camión y callejeó por unas cuantas manzanas. Se nos hacía muy largo el viaje hasta la comisaría. Poco a poco nos dimos cuenta que estábamos circulando por nuestro barrio, muy próximos a nuestro domicilio. El camión paró en la puerta de nuestra casita baja. Se apearon ambos sin mediar palabra y nos conminaron a bajarnos y abrir la puerta de nuestra vivienda. Nuestros hijos salieron prontamente preguntándonos qué les traíamos para comer en Navidad. Los dos hombres abrieron la trasera del camión y, una detrás de otra, fueron sacando cajas de cartón repletas de productos, que fueron introduciendo en el salón de la casa. Observábamos completamente paralizados las maniobras. Por fin, vaciaron el camión, nos entregaron un sobre cerrado y se marcharon sin mediar ninguna palabra.

            Entramos en nuestro hogar. Benigna y yo nos miramos. Los chicos también nos miraban con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja. Empezaron a abrir cajas de las que salieron jamones, latas, turrones, figuritas de mazapán, botellas, legumbres, frutas, manteles y servilletas multicolores de papel. Todo lo que hubiéramos soñado tener para ese día, allí estaba. Emocionados, procedimos a abrir el sobre. Dentro, una tarjeta con un nombre al que le añadía el cargo de Presidente de la Cadena V de supermercados. Por detrás de la misma habían escrito a mano un mensaje: “Eternamente agradecido por demostrarme que en este mundo todavía existen personas que, sin tener nada material que ofrecer a los demás, poseen la riqueza de la solidaridad. Les deseo que disfruten del verdadero espíritu navideño junto a sus hijos. Vengan a verme cuando pasen estas fiestas. Quedo siempre a su disposición”.

            Una firma, sencilla y limpia, rubricaba el mensaje.

                                               Rabo de lagartija

Tiempo de Paz, tiempo de Amor





Que  la Paz y la Alegría inunde la intimidad de vuestros hogares  en  las Fiestas de Navidad, ya  que son las fiestas familiares por antonomasia en nuestro País.

        Porque si este deseo se hiciera en todos los corazones, brillaríamos esplendorosos  como aquel Cometa Halley que, (según los científicos), condujo a los reyes hasta el Portal de Belén.

        Démonos las manos aún en la distancia y nuestros corazones palpitarán al unísono como un mismo Corazón de sonido Rítmico y Atronador.  Tic Tac, Tic Tac…, para indicar  a los políticos que su Camino no es el Camino de la Paz. Que varíen el rumbo.

Eso me haría muy feliz.  Gracias y hasta después de las fiestas                   


QUIRÓN

Noche de Reyes




     
      Como un ave veloz, el tiempo vuela y vuela sin parar, sin que apenas nos demos cuenta. Y a medida que vamos siendo mayores, su vuelo se hace más intenso, vertiginoso y fugaz. Pero a este ave incansable le ayuda a volar nuestra sociedad de consumo, nos adelantan las fiestas de navidad cada vez más. A finales de octubre ya tenemos en todos los centros comerciales los típicos adornos: lotería, turrones, mazapanes, en fin, que empezamos a vivir la Navidad casi a comienzos del otoño.

     También las rebajas de enero, ahora comienzan en diciembre. O sea que vamos empujando al tiempo para que pase más deprisa.

     Muchos años atrás el día ocho de diciembre, que el santoral festeja la Purísima Concepción, se celebraba el día de la Madre, y esa fecha era la que abría la puerta de las fiestas de Navidad y Reyes.

     Los días anteriores se adornaban los escaparates de los comercios con el tradicional belén, luces de colores y paquetes de regalos, para anunciar las fiestas.

     Evocando estos momentos, mi mente retrocede y me transporta hasta mi infancia, que aunque lejana en el tiempo, en mi corazón siempre está cercana y presente. Recuerdo a una niña que todos los días por estas fechas, cuando regresaba del colegio, se paraba en el escaparate del “Bazar Thomas”, en la calle de Bravo Murillo. Pegaba su cabeza en el cristal y contemplaba embelesada una maravillosa muñeca rubia con tirabuzones. El bazar estaba lleno de juguetes, pero ella se fijaba sólo en la muñeca con la que soñaba todas las noches, desde que comenzaba la Navidad.

     Todos los años se la pedía a los Reyes Magos en su carta, pero éstos debían de andar despistados porque nunca se la traían. En su lugar le dejaban, eso sí, un diminuto muñeco, un cabás, un plumier y algunos alfileres de colores. Los turrones que dejaban para los Reyes, y el agua para los camellos, habían desaparecido. Esto hacía que la magia de la fantasía le hiciera conformarse con lo que le había tocado en suerte. Su madre le decía: “Alba, cariño, los reyes no tiene muñecas para tantas niñas, seguro que otro año te tocará a ti”. Y así, año tras año.

     Cuando Alba despertó de su inocencia, el encanto y la fantasía se evaporaron en su ser, y la desilusión fue tremenda. Pero a la vez comprendió cuánto esfuerzo debían haber hecho sus padres para hacer de la noche de Reyes una noche mágica, con tan pocos recursos como tenían. Su amor por ellos creció aún más.

     Pasaron los años y un cinco de enero, blanco de nieve, cuando los comercios echaron sus cierres a la doce de la noche, una joven salió a la calle después de su jornada de trabajo. Estaba cansada, le dolían los pies, el día había sido agotador, pero su semblante cambió cuando vio acercarse hacia ella alguien que la estaba esperando con una sonrisa: un rey mago, que no tenía camello pero que, en su lugar, se encontraba aparcado un seiscientos Abrió la puerta y le invitó a entrar. Alba, sonriendo, le hizo un guiño, entró en el coche y se sentó. Miró hacia el asiento de atrás, que llamaba la atención, porque contenía una gran caja, envuelta en papel rojo y adornada con un lazo. “¿Qué es esto?, le preguntó. “Ábrelo”, le contestó él, “es tu regalo de reyes”.

     La joven abrió la caja emocionada u, con gran sorpresa, vio que contenía una linda muñeca rubia con tirabuzones. NO era la del bazar, porque la moda había cambiado en todo este tiempo, pero era más bonita aún. Caminaba, abría y cerraba los ojos y además, hablaba. La emoción la embargó y se le llenaron los ojos de lágrimas. Por un momento sintió que aún vivía en ella la niña de antaño. Alba besó a su rey mago y le dio las gracias.

     Nunca olvidaría aquella noche de Reyes tan especial.

     Aquel rey mago se llamaba José, y no recibió ninguna carta. Él conocía perfectamente los sueños y anhelos de Alba.

     Años más tarde se convertía en su marido.


Luna

Recuerdos





        Tengo momentos en mi vida que recordar. Me hace volver a mis años de niñez, y esta ruleta que va dando vueltas, se para en tantos recuerdos que en mí permanecen grabados, y no puedo olvidar cosas buenas y menos buenas, pero que hoy, con el paso del tiempo, veo que me han servido para saber estar en la vida, y valorar con objetividad a las personas.

         Y volviendo a mis años de niñez, hoy veo con sorpresa que no fueron tan amargos como siempre pensé. A pesar de las penurias económicas que teníamos, me viene a la memoria lo que para nosotros, eran las Navidades. Lo vivíamos con ilusión, porque en esos días, a pesar de que la economía estaba mal, mis padres se las apañaban para que no nos faltaran las cosas típicas de la Navidad, como el turrón y el mazapán. Algo que para nosotros se salía de lo normal. También recuerdo con ilusión que, por las noches, hombres del pueblo pasaban por las calles tocando panderetas y zambombas, al tiempo que los chiquillos iban de casa en casa cantando villancicos, y ponían la pandereta para que se les diera la propina. En el sentido religioso, también vivía esas fiestas con alegría. Soy una persona practicante, y loo hacía con devoción.

Pero si económicamente mis padres sufrieron por no poder darnos todo lo que necesitábamos, emocionalmente tuve todo lo que un niño debe tener, mucho cariño y respeto. Ilusión nos sobraba, porque mis padres nos decían que era algo pasajero, y cuando fuéramos mayores, viviríamos con más holgura, ya que nosotros podríamos trabajar. Tengo que decir que mi padre estuvo muchos años enfermo y, debido a ello, tuvo que estar mucho tiempo en cama, lo cual le imposibilitaba para trabajar.

         Recuerdo que nos acercábamos a los pies de la cama, y nos contaba su vida y relatos de hechos históricos. Parece que estoy viendo a mis hermanos  y a mi, acurrucados junto a él, escuchando lo que nos decía, y empapándonos de lo que salía de su boca. Siempre estábamos contentos con lo que la vida nos había deparado. En nuestra corta edad no podíamos pensar que el mundo podría ser más igualitario, si los que rigen la sociedad se lo propusieran.

         Efectivamente, pasados los años, las cosas se normalizaron y nuestra economía fue a mejor. No boyante, pero más equilibrada y sin tantas estrecheces, siempre con optimismo. Cada cosa que se conseguía, era como un regalo que nos hacíamos nosotros mismos. Así pasó el tiempo, y mis hermanos y yo construimos nuestro propio techo a fuerza de sacrificios, apoyados en los valores que nuestros padres nos dieron. Hoy nos sentimos orgullosos de haber sacado una familia adelante. Sin las dificultades que nosotros tuvimos, les hemos dado unos estudios para que puedan defenderse mejor en la vida.

         Siento satisfacción por el deber cumplido y pienso que, sin las enseñanzas de mis mayores, nunca lo habría logrado. Para mí, el bienestar económico no es lo que más me compensa, sino las vivencias que he tenido a lo largo de la vida, que son las que te ayudan a madurar y a ser mejor persona.


Blanca

lunes, 22 de diciembre de 2014

Días de puente





          Después de hacer un pequeño recorrido por la fiesta de la tapa, y tomar una suculenta comida, lo más razonable era dar un paseo para compensar el peso y quemar calorías.

        El sol brillaba con fuerza sobre la nieve de la sierra. Aunque la nevada no era muy extensa, sí era lo suficiente para ver su blancura con los rayos del sol.

        Emprendimos el camino con dirección a los molletes. Las hojas de cientos de árboles se amontonaban en los rincones de las paredes, y entre las matas, retamas y tomillos. Las zarzas con sus pinchos y las ramas tan largas, eran las causantes de que se formaran grandes montones en los rincones donde el aire no soplaba con tanta fuerza, y así, en esas aglomeraciones de hojas, había un sinfín de colores y modelos de hojas que, si se pisaban, crujían como si quisieran protestar, por la falta de respeto.

        La tarde ya se terminaba. El sol reflejaba en la nieve. El viento hacía su presencia, ya por el frío, ya porque se colaba por todas partes. En lo alto de La Cabrilla, la niebla ya tapaba una parte de la cumbre, que se situaba por encima de los 1.700 metros, y en la Peña de Arenas, el calor del sol amarilleaba. Era la señal que nos avisaba de que era razonable abrocharse las cremalleras y aligerar el paso, para llegar pronto junto a la estufa. Y esa fue la medida que tomamos.

        Cada vez el aire más fuerte, cada vez los pasos más largos, cada vez más sombra y menos sol. Y al pasar por el puente del río, casi todos nos tapamos la boca y la nariz y…, no os quiero decir por qué.

        Al llegar a casa, ya mirando la estufa, nos fuimos desprendiendo de las prendas que, un rato antes, las tratamos con tanto cariño.

        Las cosas son así, y el campo es así.


Trotamundos




Cosas del otoño





Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. Me extrañó un tanto porque mi vecina no solía salir mucho de casa. De hecho era yo la que, cuando salía a comprar, me pasaba para ver si quería que la trajera alguna cosa. Bueno, me dije después de insistir con el timbre, como es muy dormilona quizás se ha quedado dormida. Y decidida me fui a caminar como cada mañana.

Había estado lloviendo y las hojas de los árboles inundaban las aceras convirtiéndolas en un peligroso y resbaladizo espacio. Tiento, Marina tiento, que si aterrizas te puedes romper la crisma. Decidí salir del casco urbano tan lleno de hojas e irme al extrarradio. Cuando regresé  habían pasado la limpiadora y se podía caminar con seguridad.

            En Mercadona repuse mi despensa y cargada con las dos bolsas estaba llegando a casa  cuando vi ante mi portal un mogollón de gente, la policía y hasta una ambulancia. Apresure aprensiva el paso y era tanta la gente que no podía pasar. Al fin una vecina salía y le pregunte ¿Qué pasa? ¡Ha! No lo sabes, es Ana tu vecina, ¿Qué? Qué le ha pasado a Ana. Pues mira me han contado, que esta mañana la ha estado llamando su hija varias veces y como no la ha contestado se ha venido a ver que la pasaba, y se la ha encontrado con un golpe en la cabeza y tirada sin sentido en el pasillo.  Ahora está el médico de la ambulancia y no se más. Hasta luego maja. Adiós y gracias eh.

            A empujones me hice hueco, subí a casa, dejé las bolsas y me acerqué  a la puerta de Ana, toque y me abrió su hija Raquel que, llorando me abrazaba y entre sollozos, muy pálida y nerviosa, me contaba que había llamado a su madre de las 9,30 a las 10  unas cuantas veces y que, al no contestar, se vino corriendo. Ay Marina, que terror me entró al verla tirada en el suelo y pensé, mi madre está muerta, ¡Ay Dios mío! ¿Por qué? Le puse la oreja en el corazón y, cuando note que palpitaba, llame al 112, Salí corriendo a llamarte pero no estabas. Gracias a que rápidamente llegaron la policía y la ambulancia con él médico y como ya ha vuelto en sí, nos la llevamos al hospital. Seguro que la policía te vendrá a preguntar. Adiós, adiós, corrió tras los camilleros que se llevaban a su madre. Al  saber la hora un temblor me recorrió todo el cuerpo, porque era esa hora cuando yo estuve llamando. Se lo dije a Raquel y pensamos que  podía ser cuando el atacante estaba dentro, con  su madre y así se lo dijo a la policía

La policía llamó a casa  y me preguntaron lo que sabía,  les conté  lo sucedido y que coincidían el horario en que su hija y yo tratamos de hablar con ella. Les pregunté que podían contarme ellos, quien la había golpeado, y me dijeron, que  habían sido dos encapuchados que habían abierto la puerta forzando el resbalón y que la tuvieron atada hasta que les dijo donde tenía el dinero y las cosa de valor y después la dieron un golpe en la cabeza y se largaron. Hasta ahora ningún vecino había visto nada, añadió el oficial.

De pronto recordé que mi marido había comentado que en los edificios vecinos habían intentado entrar por ese método, le pregunte al oficial si eso era cierto y me contestó que las personas jubiladas salen y entran sin fijarse mucho en nada y que son las victimas más fáciles de vigilar, de seguir, y de atracar.  Y tampoco toman la menor precaución de cerrar con llave siempre las puertas y sería muy necesario que tomaran más precauciones, me dijo señalándome con el dedo. Tomé nota y se fueron después de decirme que quizás volverían
.
Y yo que pensé que eran exageraciones como las  de mi santo, pero... me metí en casa y cerré con llave. Cuando regresó a las dos tuvo que llamar al timbre ¿pero qué haces cerrada con llave? Anda pasa, que ya te contaré  yo lo que me pasa.
  
 Quirón  

Quiso la casualidad




      Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. Miré de nuevo la dirección, “sí, es aquí”, me dije, “son las señas que vienen en el DNI”.

       Volví a insistir en mi llamada porque la voz de la tele se sentía desde afuera, lo cual quería decir que había alguien dentro. Pero nada, no contestaban. Hice un tercer intento y, al comprobar que seguían sin oírme, opté por llamar en la puerta de al lado, por si sabían algo de este señor.

       La vecina se extrañó que no respondieran a mi llamada, pues no había visto salir a ningún miembro de la familia. La buena mujer aporreó la puerta y les llamó por sus nombres, “Amelia, José, ¿estáis ahí?” Nada, silencio.

       En vista de la falta de respuesta, decidió abrir ella misma, puesto que tenía una llave y sentía preocupación. Introdujo la llave en la cerradura con cierto recelo. Temía encontrarse con alguna situación alarmante. Y así fue. Una imagen impactante se dio ante nuestros ojos. Un matrimonio y su hijita estaban inconscientes, sentados alrededor de una mesa camilla. Se ve que la estufa que tenían al lado para calentarse, se les había estropeado, y el gas continuaba saliendo. Abrimos las ventanas de par en par para que entrase el aire y cerramos el gas.

       Acto seguido llamamos al 112 que, rápidamente mandaron una ambulancia, la cual sin perder tiempo, nos trasladó al hospital. Allí atendieron de inmediato a las víctimas. El médico que les atendió se dirigió a nosotras y nos dijo, “suerte que han actuado con claridad, si tardan unos minutos más, no lo hubieran contado”.

       Una gran alegría me invadió al comprobar que los padres y la niña se habían salvado. No conocía de nada a esta familia. Esa mañana me había encontrado en la calle una cartera cuando regresaba de la compra. Llegué a casa y, al abrirla, el corazón me dio un vuelco. Había una considerable suma de dinero para mi nefasta economía. “¡guau!”, me dije, “qué vacaciones me voy a pegar”. Seguí mirando el interior y, al encontrar la documentación y una foto familiar, me desinflé. No podía quedarme con el dinero, tenía dueño y sabía donde encontrarle.

       Mi conciencia no me permitía apropiarme de un bien preciado que alguien había perdido y que estaría llorando su mala suerte. Me puse en su lugar y, sin pensarlo dos veces, decidí que esa tarde iría al domicilio a devolver la cartera.

       Quiso la casualidad que yo llegara a aquel lugar en el momento oportuno para poder salvar la vida de José y su familia. Regresé a casa  sin un duro en los bolsillos, pero llena de satisfacción por haber obrado de acuerdo a mis principios.

Luna

En un rincón del alma





Repaso afectivo al soliloquio de un desconocido prisionero en este folio.

Por fin me atrevo a contarlo.  Es a mi amigo de la infancia, a Rafa, aquel pequeño que, tímido y apocado como yo, sufrió las embestidas de los “valientes”del colegió.

Te acuerdas Rafa cómo nos acosaban, cómo juntos los mirábamos jugar y reírse de todo, incluidos nosotros, desde el borde del patio.

Tú apostaste a caballo ganador e hiciste diana. Yo lo tuve más oscuro, amigo.

Cómo decirte que vivía con un desconocido prisionero en mi interior. Que puse mi mejor conato en ser leal a costa de mí amor propio.
        
Los sentimientos son emociones, pero no para el exterior, sino para divagar por la selva del alma, ese laberinto en el que el mozo se aventura a tientas con pavor al misterio, en tal cruce de corrientes y tensión que en otro espíritu podría mover a un giro trágico.     

Era tal la avidez turbulenta y grosera del colegio y tan inhábil el balbuceo de mi pensamiento, un mozo de apenas doce años.

         Un espíritu tierno, como de niño ambicioso de amor, empieza a tejer un capullo donde encerrarse con lo mejor de su vida con todas sus apetencias, generosas o no pero fervientes, que el mundo desconoce o pisotea.

En esa edad, por el corazón tan solo se vive y se aventura a tientas con espanto y codicia al misterio.

         Porque toda la maleza que a la sazón vamos viendo crecer y tupirse, es sin duda desorden, es el mal, es lo prohibido, lo vergonzoso y recóndito, de lo que uno no debe de hablar.

         Acaso los demás no están dañados, solo yo, Y uno es el caso insólito: un monstruo ¡que fardo tan pesado llevé en esa mal llamada “edad dichosa”!.

Es menester aceptarse no hay otra opción. ¡Pero aceptarse así a escondidas, creyendo ser culpable, asomarse con remordimiento y temor!

         ¡OH! Aquella pujanza juvenil que entonces me puso miedo, creyéndola ponzoñosa, y que todos querían ignorar no en mi, sino en el ser humano.

Vivía para mí sólo, amaba las cosas, casi nada a los prójimos, a quienes consideraba enemigos por rechazarme.

         Se me antojaba hostil su proceder, ofensivas las insidias de los lerdos me hacían desear que ardieran en el infierno. Sacudía a manotazos las lágrimas humillado.

Afeminado o tímido Rafa, obligados a soportar en silencio burlas, denuestos, desprecio y como por descuido algunos golpes aquí o allá dándoselas de hombría.

El tiempo nos aplasta y sin embargo, cuánto me ha reconciliado con la vida: el amor al arte, el afán incansable de saber o la amistad, el apogeo o la acción por la acción misma.

Una vez reafirmada la identidad unívoca, el peso se aligera, se eleva el espíritu y se puebla el mundo de colores y sonidos mágicos.

El estímulo de añadir al mundo moral alguna criatura de mis manos, no es sino formas en que he buscado empleo en la sociedad que mejor nos admite. El arte en su más amplia dimensión se haya poblado de gentes “diferentes”, excepcionales y esplendorosas, creando sus criaturas del espíritu, que legan y legaron a la humanidad su arte
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No los enumeraré porque a todos, por sus hechos los conocemos. Y Bla, bla, bla…

Rafa, sentado en el pretil del pozo, sonríe con ternura ante la misiva de su amigo y antiguo compañero. Vaya dos pardillos que éramos, piensa. Recordaba aquellos tiernos años, mientras se mesa los cabellos. Es verdad, que mal lo pasamos y este, que tonto y que majo.  Amigo, fuiste siempre un sentimental.

Quirón

Falsa amistad






                 Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. Nunca imaginé que eso me pudiera ocurrir con esa persona, que era de mi total confianza. No podía pensar que alguien, por quien yo hubiera hecho todo lo que me hubiese pedido, se comportara de esa forma. Mi pensamiento voló a cosas pasadas para recordar qué tanto de mal hice para recibir este comportamiento que no creía merecido. Por más que busqué, no logré encontrar justificación a ese desprecio. Me planteé si seguir con esa relación, o darla por terminada.

            Después de todo, para qué sirve una amistad que, cuando te encuentras en momentos amargos de tu vida, y necesitas a alguien en quien confiar, no te abre la puerta. Tras mucho pensar, supe que no sería bueno para mi seguir ese camino, porque soy una persona que no puedo dejar mis afectos por mucho que me hagan daño. Procuro encontrar sensaciones positivas para seguir adelante.

            Pero tengo momentos que me pregunto a mi misma ¿por qué alguien que se supone te quiere, te rechaza así? Llego a la conclusión que no quiere involucrarse en tus problemas. Pero entonces, yo estaba engañada porque creía que la amistad era recíproca, y no sólo de una parte.

            Por supuesto, cuan do te viene un problema no quiere decir que los demás tengan que estar al cien por cien contigo. Para nada pretendo eso. Pero sí saber que tienes un apoyo en los momentos que desfalleces y te encuentras sola. Lo que menos esperas es su silencio.

            Creo que esta postura al final perjudica a la persona que lo vive así. Por mi parte sigo creyendo en la amistad como un valor a tener en cuenta.

Blanca

La tele hace llorar





           


              La pantalla del televisor es algo que no falta en ninguna casa. Nos informa, nos distrae y nos hace llorar.

         Sí, nos hace llorar por las cosas tan absurdas y repelentes que, en ocasiones, nos presentan, para que estemos en sus canales. Y digo que hay cosas que son para llorar porque, lo que para unos pueden ser gracias, para otros les puede estar haciendo mucho daño, ya que todos no pensamos lo mismo, y a unos les hiere una cosa y a otros, les hace reír.

         Ayer, en dos cadenas distintas, la misma información contada por distintas personas, me hizo llorar. Sí, los ojos se me llenaron de lágrimas, y fue por un premio. Un premio Nóbel que compartieron dos personas, la niña MALALA y el indio SATYARTHI. Cada uno por su causa, pero los dos semejantes. Eso es algo que no es muy habitual ver en las pantallas, y con razones tan llenas de razón por el premio.

         También quiero resaltar los ojos llenos de lágrimas de la señora Presidenta de Brasil, que pasó tres años de cárcel luchando por la libertad. Ojalá el pueblo brasileño un día sea demócrata, aunque cueste tiempo.

         Estas cosas de la tele sí me hacen llorar. Otras, me dan asco.

Trotamundos

martes, 9 de diciembre de 2014

El invernadero




Golpeé la puerta y no la abrieron. Seguro que creyeron  que otra vez sería una carta denegándoles la solicitud de la última entrevista de trabajo. En ningún momento pensaron que quien llamaba a la puerta era Marcos, el vecino del 4º-C, que quería hablar con ellos para decirles que  estaba enterado de su  problemática, que no tenían trabajo.

Cansado de llamar varia veces a la puerta, los llamó por teléfono, se presentó en su casa y les dijo: Soy Marcos, sé que estáis sin trabajo y que os está costando mucho encontrarlo, como a muchos españoles. Yo os propongo una cosa. ¿Queréis  trabajar en mi invernadero?  ¡¡YO ME JUBILO el mes que viene!! Y la verdad, quisiera  descansar pero tengo un problema, no quiero perder mi invernadero, y me acordé de vosotros.

¿Qué nos quieres decir Marcos? ¿Que podríamos cuidarlo nosotros?

Pues claro.

Cuenta con ello, aceptamos tu oferta y no tienes que preocuparte de nada. Los dos hermanos exclamaron al unísono: ¡Ese, ese era el trabajo que sin darnos cuenta necesitábamos!

Enseguida se  pusieron a trabajar. Los primeros días  orientados un poco  por Marcos, que les dio unas pequeñas explicaciones. Sobre todo controlar el agua del goteo, hay plantas que son un poco más delicadas que otras. No puedo contar como lo hacían pero el invernadero  seguía igual e incluso más variadas las flores. Una parte del día la dedicaban a investigar y hacían injertos nuevos. Los pájaros seguían cantando en los alambres  que sujetaban la puerta
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Los hermanos están muy contentos con su trabajo,  Marcos y su mujer disfrutando de su tiempo libre.


                                                                                  VIRPANA

La culpa la tuvo la leche





Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. La culpa la tuvo la leche, dijo Manuela a sus compañeras de trabajo mientras se encaminaban hacia la parada del autobús que las llevaría de regreso a casa. La mujer guardó silencio unos instantes, luego, viendo el interés que sus acompañantes mostraban por lo que estaba contando, la animaron a seguir con el relato al tiempo que les indicaba que empezaría desde el principio, para que lo entendieran mejor: 
       
Los hechos  tuvieron lugar el verano. Habíamos alquilado un apartamento en la playa para pasar las vacaciones toda la familia. Emprendimos el viaje rumbo al lugar elegido. Llegamos a media tarde,  cansados  del largo viaje, y  lo único que deseábamos era descansar para, al día siguiente, irnos pronto y coger un buen sitio en la playa.

A la mañana siguiente, los miembros de la familia fueron llegando a la cocina para el desayuno, pero no había leche. En esto, llegó de la calle el sonido del claxon y la voz que anunciaba  la llegada de la furgoneta con el reparto de la leche y el pan. Al escuchar el anuncio del repartidor, me ofrecí voluntaria para bajar a comprar la leche para el desayuno. Busqué un recipiente donde traer la leche y encontré  una lechera al abrir uno de los armarios de la cocina. Tomé la lechera y bajé a la calle. Una vez en ella, me acerqué al grupo de mujeres que rodeaban al hombre que despachaba la leche y esperé. Cuando llegó mi turno, acerqué mi lechera y, una vez que esta estaba llena, pagué el importe que me dijo  el vendedor y me encaminé de nuevo hacia el portal de la vivienda que ocupábamos. Subí las escaleras con sumo cuidado, para que no se vertiera el contenido del recipiente y,  una vez arriba llamé a la puerta. Pero la puerta no se abría. Extrañada, volví a llamar una y otra vez. Que raro, me decía, los había dejado a todos levantados antes de bajar. Como seguía sin recibir respuesta, decidí bajar a la calle y llamar a ver si por la terraza aparecía alguien y me veía. Pero al igual que la puerta, la terraza no se abría. Mosqueada volví a subir y  llamé de nuevo, pero  nadie respondía a mi llamada. Sin saber ya ni que pensar ni hacer y, tras permanecer  un tiempo en el descansillo, decidí bajar a la calle. Miré de nuevo hacia la terraza. Ningún movimiento se apreciaba en ella, pero sin embargo en esta ocasión pude ver en la terraza de al lado a una anciana que me miraba con curiosidad. Por un instante  pensé en pedirle que llamara a la puerta de al lado, pero deseche la idea.  No iba a tener ella mejor suerte que yo, me dije. Sin saber ya que hacer, cansada de subir y bajar escaleras y con la lechera en la mano, me senté en la acera de la calle, esperando que en algún momento alguien de mi familia me rescatara. No sé el tiempo que permanecí en la espera, cuando del portal de más debajo de donde yo me encontraba salió el abuelo. Al verle, el intento de incorporarme  y dar rienda suelta al enfado que llevaba dentro por no haberme abierto la puerta, quedó suspenso en el aire. Su cara reflejaba sorpresa y,  cuando llegó hasta donde yo estaba, me preguntó  porque estaba en la calle y no había subido a casa. Entonces  comprendí lo sucedido, me había equivocado de portal.


IRIS