miércoles, 26 de noviembre de 2014

Futuro perfecto: Amaré






Marcial afirmaba que era un hombre entero, un poquito recogido. No le gustaba que le denominaran ni pequeño ni enano ni medio hombre. Una deficiencia de calcio en su nacimiento fue la culpable. El fémur, la tibia y el peroné de ambas piernas no alcanzaron la medida proporcionada con el resto de su cuerpo. De hecho, medía unos veinte centímetros menos de su estatura ideal. Esta minusvalía había afectado a su comportamiento. Ya desde pequeñito no se integraba con los niños de su misma edad en cuanto a juegos y actividades físicas. Su intelecto se desarrolló, no obstante, con mucha más celeridad y profundidad de lo que cabía esperar. Únicamente su tara física le había creado una personalidad apocada, tímida y solitaria.

            Llegada la pubertad y mientras sus demás compañeros, vecinos y los escasos amigos, descubrían las complacencias del sexo opuesto, él se retraía con las chicas ante el temor de hacer el ridículo o de ser motivo de mofas o bromas pesadas. Ello no fue óbice para que sus ojos se fijaran en una compañera de clase, Esperanza, a la que apreciaba por no haberse reído nunca de su corta estatura. Los atributos de mujer ya se habían desarrollado en ella y siempre le regalaba una sonrisa cuando pasaba a su lado. En su mente se fue forjando un sueño, para él irrealizable, donde se veía agarrado de su mano haciendo proyectos de futuro.

            Nunca se había decidido a entablar con ella una conversación, por que no le mirase desde arriba, ni a proponerle un paseo, dado que sus cortas piernas le hacían ir corriendo mientras que la persona que iba a su lado andaba con normalidad. Un día que estaba soñando despierto, sentado en un banco a la salida del instituto, pasó por allí su amor platónico y se sentó a su lado. A pesar de la timidez que sentía cada vez que estaba cerca de ella, notó que al estar los dos sentados sus ojos estaban a la misma altura y podía enfrentarse como igual. Esto le animó a vencer su cortedad y entablar una conversación trivial que se fue animando poco a poco. A partir de este día, Marcial esperaba todas las tardes a Esperanza sentado en el mismo banco, y allí fue alimentando todo el amor que ya sentía por su compañera.
  
            Sus padres habían salido para un viaje y su hermana mayor atendía sus necesidades culinarias. Era muy amiga de verduras y legumbres, por lo que, tanto para comer como para cenar, le atiborraba de manjares flatulentos. Como era tan retraído, evitaba a toda costa expulsar el exceso de gases que se acumulaban en su organismo siempre que estaba cerca de otra persona. Así, poco a poco, fue desarrollando una técnica de contención hasta que se encontraba sólo y desahogaba su elemento gaseoso. Un día, al despedir a Esperanza y marchar hacia su casa, notó una cierta ligereza al andar. La pesadez de movimientos que normalmente sufría para poder desplazar su cuerpo se transformó en un paso de bailarina. Apenas apoyaba las puntas de sus pies en el suelo. Alguna causa impelía su cuerpo hacia arriba haciendo que se sintiera más alto y más garboso en su caminar. La dieta de su hermana le hacía gravitar.

            Durante varios días observó cómo su cuerpo, después de una copiosa comida, flotaba en suspensión en el aire a escasos centímetros del suelo. Tenía algunos pantalones sin estrenar, es decir sin recortar los bajos de las perneras a su medida. Un día se puso uno, al que mediante un velcro había sujetado los zapatos al bajo, y probó. Parecía mucho más alto. Lo único que, aunque sus pasos parecían más largos, avanzaba poco al no hacer presión en el suelo con sus pies. Añadió un artilugio que unía sus piernas a los zapatos, mediante dos tablillas unidas por una liga, que le abrazaba por debajo de la rodilla, y que se hallaban pegadas a otra en forma de plantilla que se introducía en los zapatos, metiendo un peso en los mismos que hiciera fuerza sobre el suelo. Un día, después de su charla, ya íntima, con su amor platónico, se ofreció a acompañarla hasta su casa. Había practicado el nuevo andar hasta que se dio por satisfecho. Caminó al lado de Esperanza con soltura y elegancia mientras ella le miraba admirada. Al fin le preguntó cómo había conseguido crecer y él le dio una explicación difusa de un nuevo tratamiento de los huesos.

            Marcial, una vez normalizada su desventaja, quiso ir más allá en su sueño amoroso y pensó en besar a Esperanza. Aún le faltaban unos pocos centímetros para que sus bocas quedaran a la misma altura por lo que, mediante un razonamiento lógico, compensó la falta con un aumento de su componente gaseoso. Para ello, ese día repitió platos en la comida y, aunque tuvo que dejar medio desenganchado el artilugio, alcanzó la altura necesaria para llevar a cabo su ilusión. Charlaron esa tarde en el banco y la acompañó hasta la puerta de su casa. Llegado el momento de la despedida, fue acercándose suavemente a la cara de su amada y, al no notar rechazo, terminó por unir sus labios con los de Esperanza.

            Nunca había soñado con momento tan dulce, además correspondido. Tanto deleite le hizo olvidarse de sus técnicas de constreñimiento del intestino, el cual por el exceso estaba a reventar. De repente, cual globo escapado de las manos de un niño juguetón, salió disparado hacia arriba perdiendo además sus zapatos y el artilugio que le unía a ellos. Siempre había oído a sus compañeros que cuando besabas a una chica alcanzabas el cielo. En su caso iba a resultar literalmente cierto. Como una pluma empujada por un viento ascendente se sentía Marcial. Veía cada vez más pequeños los objetos que estaban afianzados a la Tierra. La euforia le hacía aletear como un gorrión nuevo en su primer vuelo. En un momento dado, el combustible que le hacía volar llegó a su fin. Por un instante le pareció que iba a quedar suspendido para siempre en el éter del espacio, contemplando el devenir en la Madre Tierra. Derretidas sus alas cual Ícaro, volvió a la realidad y vio cómo le atraían sus raíces terrestres. Plácidamente, comenzó a soñar con la nueva vida que le esperaba junto a Esperanza cuando aterrizara. Por eso, comenzó a mover rítmicamente sus brazos en un aleteo jubiloso.

Rabo de lagartija

 

Según caiga






María se fue pronto a la cama. Al día siguiente tenía que estar a primera hora en el hospital. El médico le había comunicado la tarde anterior que su hija recibiría el alta médica.

El despertador sonó insistentemente. María se levantó rápidamente de la cama y se dirigió hasta el cuarto de baño. Después de ducharse se dirigió  hasta la cocina para desayunar. Terminado el desayuno se encaminó hasta la puerta de la casa, la abrió y salió a la calle.

La mujer llegó al centro hospitalario y se encaminó hasta la habitación donde se encontraba su hija. Cuando llegó estaba desayunando, lo que aprovechó ella para  guardar en una bolsa de viaje las pertenencias de la joven. Una vez terminado lo que estaban haciendo, las dos mujeres esperaron la visita del médico. El doctor llegó a media mañana y, tras examinar a la paciente, le comunicó que se podía ir a casa, una vez que la enfermera les llevara los papeles del alta. Madre e hija se dispusieron a esperar. El tiempo pasaba y allí nadie aparecía. Se  abrió la puerta de la habitación dejando paso a la auxiliar,  que  preguntó si la paciente se iba a quedar a comer, a lo que María contestó:

.- Según caiga…

La auxiliar la miró extrañada y salió sin decir nada. El tiempo transcurría  y los papeles no llegaban. De nuevo se abrió la puerta y la misma auxiliar volvió a preguntar: ¿Se va a quedar a comer?  Y la misma respuesta de María, pero esta vez con cierto retintín en su tono de voz: 

.- Según caiga…

Ante la respuesta, la auxiliar  se dirigió hacia la puerta, pero antes de llegar a ella María la llamó para explicarle su respuesta, pues había notado en su cara cierto desagrado .Cuando la mujer volvió junto a las dos mujeres, María comenzó su relato:

Había una vez en un pueblo dos amigos que se llevaban muy bien. Un día que estaba lloviendo, y no podían trabajar en el campo, Manuel invitó a su amigo a casa. Se encontraban los dos hombres hablando animadamente alrededor de la mesa y sobre ella dos vasos de vino, que el dueño de la casa había elaborado con uvas de su propia cosecha. En un extremo de la sala donde se hallaban, se encontraba, la chimenea y junto a ella, la mujer movía la comida que cocía en el puchero de barro. Los niños del matrimonio jugaban en un rincón de la habitación. Los dos amigos seguían contando sus aventuras pasadas, pero el amigo del dueño de la casa no dejaba de mirar por el rabillo del ojo al moco que amenazaba con caer de la nariz de la mujer sobre el contenido del puchero. Al cabo de un rato el dueño de la casa le preguntó a su amigo:

.- ¿Te vas a quedar a comer?

.-Según caiga, contestó sin dejar de mirar la nariz de la mujer de su amigo.

                María terminó su pequeño relato y las tres mujeres se echaron a reír. Después la auxiliar se encaminó  hacia la puerta y le hizo de nuevo la pregunta, pero esta vez con una sonrisa:

.- ¿Se va a quedar a comer?

Y María contestó con un gesto de complicidad:

.- Según  caiga…

IRIS

Un mundo sin fronteras





    Sería interesante pensar, por un momento, cómo se viviría en un mundo sin fronteras. Donde todas las personas fuéramos ciudadanos del mundo. En el que nadie se sintiera con más derechos, para poder decidir el destino del ser humano. Será una utopía lo que estoy diciendo pero, ¿por qué no soñar que esto pueda ser realizable?

    Vemos que hay gente, que por azar de la vida, han nacido en países más pobres, y por esta razón, están condenados a las humillaciones y penurias que los países ricos quieran hacer de ellos.

    Cuando hay grandes conflictos, como epidemias o guerras, el destino suele ser más sangrante para estas gentes. Sobre todo al ver a esos niños con el vientre abultado, y esas lágrimas que brotan de sus ojos tristes, como pidiendo justicia.

    Puede ser que lo que digo sea algo muy repetido. Pero no por ello deja de ser cierto. Nuestro comportamiento ante tanto conformismo, quizá no sea el adecuado. Por lo menos podríamos apoyar a personas que dedican sus esfuerzos a paliar estas desigualdades.

    Podrán decir que somos ilusos e ingenuos, pero si repasamos la historia, veremos que siempre ha habido gente con sueños que no eran creíbles. Como Galileo cuando dijo que la tierra era redonda, y se le taché de loco. Entonces, ¿por qué no soñar que, en un futuro, pueda haber un mundo sin fronteras, donde no hubiera colores ni barreras que nos separaran, sólo por tener más riquezas unos que otros?


Blanca

Tras las ramas





                        Al rebujo de una roca en la colina,
                        tras las ramas de retamas ya resecas,
                        divisaba el horizonte enrojecido
                        de unas nubes juguetonas y coquetas.

                        Tras las ramas del otoño,
                        que las hojas van perdiendo con el viento,
                        contemplamos nuevos mundos al desnudo,
                        y esqueletos cada día, sin aliento.

                        Ese olmo, viejo, pajizo y ocre,
                        ese nogal, que se nos queda desnudo,
                        ese kaki que, sin hojas, guarda el fruto,
                        y un castaño, que despide los erizos, queda mudo.

                        Ya las aves se han marchado,
                        van buscando otras nuevas primaveras.
En los bosques los colores son rojizos,
                        los roedores ya preparan madrigueras.

                        A lo lejos, las alfombras casi pardas,
                        ya destacan nieves blancas y serranas,
                        y esos verdes, los pinares tan altivos,
                        lo que encuentro cuando miro entre las ramas.

                        Un silbido caprichoso me acompaña,
                        cuando busco mi relax en el paseo,
y un suspiro que me llene los pulmones,
y una paz que me alegre los minutos, ¡qué deseo!


Trotamundos

Una tradicional boda gitana





          Raquel  esperaba, anhelante, el preludio del rito que terminaría en boda es mañana de mayo. Aunque sólo tenía quince años, estaba preparada desde niña para ello. La tradición gitana estaba tan arraigada en su familia, que sólo se casaría con alguien de su raza. El afortunado era su primo Manuel, dos años mayor que ella, y de quien estaba enamorada desde la infancia. ¡Cuántas veces había soñado con ser su esposa!.

        Por fin llegaron sus más íntimas amigas que la ayudaron a engalanarse para la ocasión. Primero la bañaron y perfumaron, con diversos jabones aromatizados, para después ponerle un precioso vestido blanco. Adornaron sus cabellos con flores del mismo color, simbolizando la pureza. Su linda piel de aceituna destacaba del color azahar de sus adornos. No había una novia más bella en toda la región. Tan hermosa estampa sólo podría compararse a la diosa Venus, nacida del agua.

        El patriarca de la saga fue quien ofició la ceremonia, y bendijo a la pareja con un sortilegio; lanzó un cántaro al aire, que al estrellarse contra el suelo, sus pedazos preconizaron  lo que sería su prole: siete vástagos bendecirían la unión. Poco después, las comadres entraron con la novia en la alcoba, para comprobar su virginidad. Para ello introdujeron en su parte más íntima el pañuelo, que sería la prueba de la pureza. La virginidad de Raquel quedó demostrada, ante la alegría de todos los presentes que, con gran regocijo, levantaron en volandas a los recién casados, meciéndolos alegremente al compás de palmas y toque de guitarra. Los jóvenes amigos de la pareja salieron a bailar, rompiendo a jirones sus camisas, en señal de felicidad por el acontecimiento.

        Comenzó el banquete con una gran olla gitana, vino, cante y baile, que duró hasta el amanecer.

        El sueño de Raquel, hoy ya era realidad.



                        Y sus manos se movían
                        como palomas aladas…
                        Sus cuerpos de primavera
                        eran juncos sobre el agua,
                        cimbreándose amorosos
                        al compás de una taranta.

                        Bailaron los dos amantes
                        hasta las luces del alba,
                        por tangos, por alegrías,
                        por bulerías y zambras.

                        Y los duendes de la noche
                        les sumergió, con su magia,
                        en un mar de mil deseos,
                        en mieles de menta y savia.

                        El mantón blanco de luna
                        les cobijó en su morada,
                        las  estrellas alumbraron
                        dos almas enamoradas.


Luna

sábado, 22 de noviembre de 2014

Corrientes, tres, cuatro, ocho...





Corrientes, tres, cuatro, ocho, segundo piso ascensor… Este precioso tango, tan antiguo pero tan entrañable, sonaba  nítidamente dentro del coche  y yo, que soy una tanguera incorregible, seguía  ilusionadamente el ritmo, canturreando embelesada en esa su cadencia milonguera que tanto me gusta. Pero se acabó la música, para dejar paso a las noticias.

 Dudé, un instante, si buscar música, pero esa duda la cortó mi santo, “no lo cambies que quiero escuchar las noticias, a ver si me entero del último “caso ese de la enredadera”. No toqué el dial y le seguí la corriente, aguantando el nuevo caso de corrupción institucional del funcionariado, que se nos amontonaba en todos los medios de comunicación, asediando y desmoralizando nuestras emotivas mentes, en las que ya no cabe más basura, en la que enlozarnos en el poco espacio que nos queda,  para resistir contra tanta sanguijuela.

Es tan deleznable su proceder, que con sinceridad digo  que a mí me descompone escucharlo. Así que mientras las noticias seguían,  me entretuve comparando la corrupción con el fútbol y sus diferentes selecciones. Pondríamos en la Selección española que se compondría: “del  capitalismo salvaje, los gobiernos del bipartidismo y toda la élite de España, incluidos la Casa Real y Cataluña”; en Primera división: “los Congresistas, senadores, alcaldes, sectores de la patronal y sindicatos y demás tunantes” y en Segunda: ya los tenemos en esta “trama enredadera”: el funcionariado, en sus  distintos gremios, perfiles y gentes de medio pelo, que en lugar de denunciar lo que sin duda saben, se han subido al carro del choriceo. A ver quién da más. Y mientras escucho como un Sr. llamado Pérez, de IU, le contesta a la locutora que a él no le pidan responsabilidad por lo que otros hayan hecho.

Me pregunto ¿Cómo podrá  la Justicia resolver semejante cantidad de trabajo, cuando todos sabemos las carencias de medios que padecen los jueces en este País?

Un sentimiento de impotencia se imponía y los negros nubarrones de mis pensamientos, hacía que me fuera encogiendo como una pequeña oruga en mi asiento. De pronto el sonido  cambió y salió y una música alegre y bullanguera, que inundó el habitáculo del coche. Manolo Escobar cantaba a pleno pulmón  “Mi carro me lo robaron…”,  tema  que nunca fue santo de mi devoción, pero que en ese momento a mí me sirvió para volver a ser mariposa y notar que el sol brillaba entre las nubes, y que el campo verde y los árboles, con sus ropajes multicolor, aún se negaban  a desnudarse, a quedarse en cueros, a pesar que otros años,  a estas alturas de noviembre, su sabía había vuelto a sus raíces y mostraban sus desnudos miembros al cielo con pudor.

Qué bien que la naturaleza sea capaz de soportar tanta desazón y realizar el milagro de amanecer cada día e iluminar nuestro camino con la luz del sol. 


Quirón

viernes, 21 de noviembre de 2014

La cita





          No paraba de mirar el reloj. Faltaban dos horas para la cita. No estaba seguro de cómo reaccionaria cuando la viera. Tenía sentimientos encontrados y le surgían serias dudas sobre si debía asistir a la misma.

         En la última conversación que tuvo con ella, le dejó entrever que seguramente habría momentos difíciles y obstáculos que solventar. Si era constante podría alcanzar un estado satisfactorio, siempre que cumpliera todas las normas que ella le indicara. Le gustó su sinceridad y lenguaje directo. Llevaba dos días sopesando los pros y los contras. Todavía no se había puesto de acuerdo su razón con su corazón. La primera analizaba la situación desde todos los ángulos y el segundo se dejaba guiar por impulsos. Todavía no estaba seguro de acertar con la decisión que tendría que tomar al verla de nuevo.

         Salió a la calle, se montó en el coche y condujo ausente, imbuido en la corriente de tráfico, que a aquellas horas recorría la ciudad. Hacía un sol de justicia que disminuía aún más su capacidad visual. Dio unas vueltas hasta que encontró un hueco para aparcar. Echó a andar dubitativo. Aún no había resuelto sus cuitas. Esperaría hasta tenerla enfrente y decidiría según le dictase su corazón en ese momento.

         Empujó la puerta y preguntó por ella en recepción. Le indicaron un pasillo y la tercera puerta a la derecha. Estaba entreabierta y se asomó con miedo. Ella levantó la vista y, al verle, fue floreciendo una sonrisa en su boca y notó la alegría de sus ojos al mirarle. Ya está, se había decidido. Sin pensarlo dos veces le dijo:

-Hola. Vengo a sacarme la muela.

Rabo de lagartija

Cuando pica la avispa





         La carne se pone al rojo cuando el insecto pica, y el lugar picado duele y comienza el dolor. Haciendo una comparación, es algo así como lo que le está pasando a los españoles. Digamos que los españoles están picados por ese insecto, que llamamos rivalidad, y que unos lo sienten más de cerca que otros, pero que sí están picados.

         Cuando hay un brazo apetitoso, a todos les gusta chupar el líquido que contiene, porque es la forma de alimentarse. Una vez hecho el primer “·chupetón”, se pierde el miedo a seguir repitiendo las veces que sea menester.

         Por decirlo de alguna manera sencilla, primero “chupa” el zángano, que sería el más valiente. Luego, le siguen los demás, hasta que todo el que tiene a mano el “brazo”, “chupa y chupa”. Pasado cierto tiempo, el brazo se queda casi seco, y al no tener donde picar, empiezan las peleas entre unos y otros. Los que están detrás, pican a los de delante, y así la cadena hasta que llega al último, y como ese no sabe donde, se dedica a picar por todas partes, a diestro y siniestro. Pica en los brazos, pica en los platós, pica en la prensa. Pica don de sea necesario, para que se den cuenta que está vivo y que sigue dispuesto a seguir picando.

         Si la primavera no es propicia para sus planes, y la flor no tiene el néctar que él esperaba, los picotazos se hacen tan agresivos que contaminan su panal, contaminan su entorno, pican a los otros insectos y, por último, acaban por contaminar a todo un pueblo. Ese pueblo que puso el brazo del cual se alimentó y que, entre unos por un lado y los otros por otro, envenenan al pueblo hasta crear tal odio, que hasta los más pacíficos comienzan a enseñar los dientes.

Trotamundos

jueves, 20 de noviembre de 2014

Un bonito viaje





        ¡Cómo me gustó Sevilla! Sus calles, sus balcones, sus gentes, el ambiente que se respira… Tenía ganas de conocerla y, sin pensarlo dos veces, mi marido y yo sacamos los billetes en el AVE, de lunes a jueves, que a los mayores nos hacen el 40% de descuento, y pasamos tres días en la preciosa capital de Andalucía. Tenía mis dudas, entre Sevilla y Córdoba, porque también deseaba conocer La Mezquita, pero al final nos decidimos por la primera, y al año siguiente, conocimos la bonita ciudad sultana.

        El hotel lo elegimos por Internet. Un hotel corriente y sencillo, pero muy típico y chulo y, sobre todo, céntrico, con el fin de movernos sin tener que desplazarnos demasiado.

        Visitamos su preciosa catedral, que para hacer justicia, diré que de todas cuantas conozco, es una de las que más me ha gustado. Me subí a La Giralda a patita, como una jabata. De esto hace cuatro o cinco años, que si fuer ahora, con sinceridad pienso que no podría subir. Así es que, cuando llegué con la lengua fuera, “que me quiten lo bailao”.

        Paseamos por el barrio de Santa Cruz, y pude conocer la “Hostería El Laurel”, que mencionaba Zorrilla en su Don Juan, y por un momento, mi imaginación me llevó a la época de doña Inés.

        Me encantó La Plaza de España, La Torre del Oro, la plaza de toros de La Maestranza, el Puente de Triana, y saboreé un precioso paseo nocturno, a la luz de las estrellas y farolas, por los alrededores de La Catedral, escuchando sonidos de guitarra de los virtuosos que hacen sonar sus cuerdas con gran pasión y sentimiento.

        Después, como colofón, dimos el obligado paseo en calesa, recorriendo parte de la ciudad, junto con el Parque de María Luisa. La verdad es que desde el coche de caballos, Sevilla se ve con un toque de romanticismo, que hace disfrutar del encanto de esta bonita ciudad.

        Nos quedaron muchas cosas por ver, pero volveremos porque, como dije al principio…

¡Cómo me gustó Sevilla!


Luna

Reflexiones





         Quiero empezar diciendo que una de las palabras que más me gustan, es sinceridad. Las personas que me conocen, creo que todas, coincidirían que, a pesar de mis muchos defectos que pueda tener, sinceridad y justicia es algo que llevo como baluarte. No puedo entender que olvidemos estos valores sólo por conseguir ciertos privilegios, cuando está en juego la supervivencia de tanta gente.

 No sería tan difícil aparcar un poco de riqueza, como coches lujosos, cruceros millonarios y más caprichos, que seguro pasarían desapercibidos si no los tuvieran. Por el contrario, ello haría que gente corriente, de la calle, que tienen que mirar un euro, pudieran vivir más desahogadamente. Aunque también podríamos hacernos una crítica todos. Me entran dudas sobre cual sería el comportamiento de los más débiles, si se estuviera en el otro lado.

         Sinceramente, creo que nos duelen las cosas cuando nos tocan a nosotros, aunque, a lo mejor, no nos hemos parado a pensar que, cuando estábamos en una situación económica mejor, nuestro proceder no fue el adecuado con los demás.

         Para nada quiero ser portadora de críticas hacia nadie, pero lo mismo que digo que me gusta la sinceridad, tengo que decir lo que siento. Es una reflexión que me hago a mí misma, que puede ayudarme a ser mejor persona, y pensar que tal vez, desde nuestro círculo en que vivimos, podemos hacer algo para el bien común.


Blanca

Me pillé los dedos con la puerta






        Al cerrar los ojos aquella tarde, se nubló el mundo para mí. No sé decir el tiempo que pasó, ni donde estuve. Esta es la historia de lo que ocurrió cuando me pillé los dedos con la puerta.

       La pared, de piedra, y entre las llagas, las hierbas verdes cubrían casi toda ella, que delimitaba la finca que se encontraba al otro lado. El suelo de la acera era bastante irregular, aunque era lo bastante ancha para poder andar. La población no era muy numerosa.

       - ¡Hola, buenos días, que tal!, por fin ya he dejado el móvil y por un rato, creo estar libre.

 - Pues buenos días. (Le dije yo).

 - Yo soy la juez del pueblo. NO sabe cuántas ganas tenía de sentirme sola, y libre de tanta personalidad, y mire por donde, le encuentro a usted, qué casualidad.

- Pues si quiere, yo voy al huerto para hacer algunas cosas, llegaremos pronto.

-Pues bien, mientras andamos un poco me lo pienso.

La juez, una señora joven, de unos treinta años, más bien rellena y guapa, muy guapa, y sobre todo, simpática. Vestía con ropa oscura y un abrigo de entretiempo. Caminó junto a mí un rato y tomamos el camino con dirección al huerto. Íbamos hablando de cosas del pueblo, de las gentes, de los problemas, los deseos y los logros para el bienestar de todos, y le dimos un buen rato a las cosas más necesarias de cada día. La conversación era una maravilla. Estábamos de acuerdo en todo.

- Bueno, ya hemos llegado.

Al echar el primer paso en el huerto, pitó un coche y desperté.


Trotamundos

sábado, 15 de noviembre de 2014

La niñez de nuestros hijos





            Me pillé los dedos con la puerta, cuando salía corriendo hacia el colegio para recoger a los niños. Era muy tarde, y si no llegaba tiempo, mis hijos se quedarían en la calle.. Hoy mi madre no podía ir a recogerlos. Estaba con fiebre y eso hizo que se trastocaran todos los planes. Yo tuve que salir de prisa del trabajo y fue cuando me ocurrió este pequeño accidente.

Cuando mis hijos me vieron, en vez de darles alegría, lo primero que me preguntaron fue: “mamá, ¿y la abuela? Les dije que hoy no podía venir, y que había que darse prisa, porque mamá tenía que ir a trabajar. “Mamá”, me dijo el mayor, “yo no quiero irme. Con la abuela, después del colegio nos quedamos en el parque, en los columpios, o viendo a las palomas y las damos de comer”.

Más tarde, cuando estaba en casa, me puse a pensar: ¿por qué esa reacción de mis hijos?, cuando tanto su padre como yo, nos matábamos a trabajar para que ellos tuvieran de todo. Deportes, clases particulares, buenos colegios. Tendrían que estar orgullosos de nosotros, por tanto como les dábamos. Pero, ¿acaso ellos nos han pedido tantas cosas, o somos nosotros que, quizá, queremos que hagan lo que a sus padres nos hubiera gustado hacer, y no pudimos? A lo mejor, tendríamos que pensar en nuevas formas, para que nuestros hijos sean felices sin tantas cargas que les echamos encima.

Por supuesto, darles una buena formación, sin olvidar que la verdadera educación la aprenden en casa, con  nuestro ejemplo. Tal vez podríamos plantearnos la forma de poder estar más tiempo con los niños. Si nos perdemos su niñez, es algo irrecuperable. Cierto que tenemos que trabajar, tanto el padre como la madre, pero en nuestro fuero interno, sabemos que, quizá suprimiendo ciertas cosas superfluas, no sería necesario trabajar tantas horas, y no estar tanto tiempo fuera de casa. No podríamos darles tantos caprichos, pero seguro que les compensaría la compañía de sus padres.


Blanca

La tormenta





Me pillé los dedos con la puerta, en un intento de impedir el portazo que se adivinaba, por la velocidad con que la hoja de madera se desplazaba hacia el marco de ésta. El resultado fue que mis dedos amortiguaron el impacto, pagando un doloroso precio por evitar el portazo. Como pude, retiré la mano y mire mis doloridos dedos. En ellos se apreciaba la   magulladura que dejaba traslucir la sangre contenida, mientras una corriente de dolor recorría mi cuerpo. Pasados los primeros momentos de examinar la situación en que me encontraba, decidí averiguar el por qué de lo sucedido y,, muy resuelta, traté de abrir la puerta, pero ésta, en un primer momento, se resistía como si una fuerza invisible al otro lado quisiera impedirme el paso. Tras un tira y afloja la puerta cedió, dejándome ver la ventana que se debatía en un ir  y venir, en lucha con el aire que entraba por ella. Rápidamente me acerqué con intención de cerrarla y fue entonces cuando descubrí lo que pasaba en el exterior.

 En el cielo, las nubes se agolpaban y los truenos y relámpagos anunciaban que la tormenta está cerca. El viento agitaba los troncos de los árboles de la calle, como si quisiera con su azote arrancar las raíces que los sujetaban al suelo. La lluvia comenzó a caer fuertemente y la gente, que en ese momento se encontraban en la calle, corría a cobijarse en los portales más cercanos, para salvar la lluvia que les caía encima. Los más  atrevidos abrían los paraguas, pero éstos sucumbían a la fuerza del aire, que doblaba sus varillas, quedando inservibles y terminando en la papelera más cercana.

 El agua empezaba a entrar por la ventana entreabierta, lo que me obligó a cerrarla rápidamente. Miré de nuevo mis dedos, seguían amoratados. Cambiaré las uñas, pensé, pero eso llevaría su tiempo y hasta que esto sucediera, mis dedos me recordarían el portazo.


IRIS

La importancia de las cosas




         Me pillé los dedos con la puerta. Una ráfaga de aire la cerró violentamente, aplastándome la mano que tenía apoyada en el quicio. El intenso dolor me hizo volver a la realidad. No tenía que preocuparme, era simplemente una revisión rutinaria. La última vez, me dijeron que no encontraban ningún resto del tumor que me quitaron hace dos años en la vesícula. No quisiera pasar de nuevo por la experiencia de la quimioterapia.

         Ahora, tenía que centrarme en la partida de billar que tenía esta tarde. La apuesta con el contrario me afectaba. No me concentraba últimamente al ensayar las jugadas de carambolas. Mi mano derecha agarraba el taco con firmeza, pero en el último momento, cuando tenía que empujar la bola con la suficiente fuerza y, a la ve, suavidad, los nervios me hacían fallar. No debí hacer la dichosa apuesta. Cundo jugaba las partidas sin compromiso alguno, mi experiencia como billarista daba sus frutos. Tampoco me importaba perder y reconocer que el contrario había jugado mejor.

         Esta vez era distinto. De un cambio de opiniones distendido, pasamos a una radicalidad, sin vuelta atrás. Las posturas se habían alejado al máximo, a punto de una ruptura social entre ambos. Buscamos una solución al conflicto mediante un tercero. Éste formuló que, mediante una competición de billar, el que perdiera debía reconocer que el ganador tenía razón.

         Las cinco en punto. El Presidente del club asumió el cargo de árbitro. La voz de la apuesta se había corrido por el centro y había una multitud de jubilados alrededor de la mesa central. Se escuchaban murmullos, conversaciones y alguna que otra voz altisonante. Los espectadores tomaban partido con uno u otro contrincante.

         Me tocó salir a mí. Me puse en postura de inicio y ataqué a la bola con la firmeza de ganar.  Tacada de seis. El contrario hizo siete, yo nueve, él doce, yo quince, el ocho.  Llegamos casi al final y el oponente me ganaba por dos carambolas. Me faltaban cuatro para alcanzar las doscientas. Hice la primera y reuní. Saqué un par de carambolas más y me quedaron las bolas un poco separadas. Era una situación que había resuelto muchas veces con facilidad. Me preparé y, en ese momento, mi mente me empezó a machacar pensando lo que pasaría se perdía. La tensión de mi cuerpo creció y dudé a la hora de atacar. Me salió un golpe más fuerte de lo necesario y además con amago de pifia y fallé. El contrario aprovechó mi fallo y remató la partida.

         En mi vida he pasado más vergüenza y bochorno, por tener que admitir ante toda la concurrencia que, efectivamente tenía razón él, había sido penalti.


Rabo de lagartija

Guardar un secreto





Me pille los dedos con la puerta de la despensa de mi abuela. Esa tarde fui a verla, eran las vísperas de Navidad, y yo sabía que por esos días ella hacia los dulces típicos navideños, mantecados, hojaldritas, y bartolillos.
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Preparaba la masa, los moldeaba en casa y luego los llevaba  al horno de leña de su panadero. Allí pasaban la tarde con alguna vecina hablando, pero siempre pendiente que no se les quemasen. Cuando el panadero abría el horno las decía ¡¡ya pueden sacarlos!! Y cada una sacaba su hornada.

De vuelta a casa, caminaba contenta con su cesto lleno de dulces, los guardaba en la despensa bien tapaditos. Hasta los días de Navidad allí no se comían.

Os podes imaginar qué olor había en esa casa a canela, vainilla y ralladura de naranja.

Cuando esa tarde  llegue a la cocina, ese olor me entró  por todos los poros de mi piel. ¡¡OH!!, pensé.  Ya se han  hecho los dulces. Pero no dije nada para no quitar la ilusión  y descubrir a la abuela. A ella  le gustaba darnos la sorpresa.  Pasé la tarde con ella  merendando pan y chocolate y en todo el tiempo que estuve  no me contó nada del  trabajo que hizo antes de que yo llegara.

En un momento salió al patio a recoger la ropa que tenía tendida, pues empezaba a nevar y quería coger la ropa seca. Aproveché el momento que ella no estaba, y me pudo más la tentación que la prudencia y me pareció que el olor estaba cerca. Corriendo intenté abrir otra puerta, y otra vez me pille los dedos, porque sentí cerca de mí el rastreo de las zapatillas lentas que se acercaban.

No llegué a ver los dulces, solo la cara de mi abuela sonriente que con sus ojitos pequeños me quería decir."Hay que guardar el secreto".


                                                                                              VIRPANA

El acerico




Me pillé los dedos con las puertas del metro tratando de sujetarlas, porque se me hacía tarde. El caso es que no me dolían mucho pero tenía las yemas como aplastadas. Yo me las frotaba y las soplaba pero el color rojo no bajaba, claro que habían hecho un gran esfuerzo para impedir que las puertas me atraparan a mí.

¡Buena se puso mi madre cuando se lo conté al llegar a casa para comer! ¿Pero hija es que no podías esperar al próximo? A ver, a ver que te has hecho, déjame verte la mano. ¡Va! Eres una quejica, pero mira la uña del dedo anular, esta blanca en el centro mientras el resto está casi negra, ¿te duele? Sí, sí que me duele un poco. Mi madre cogió  una crema contra golpes y moretones y con sus mágicas manos masajeó mis doloridos dedos y unos minutos después dijo: ¡Ea!,  Luisa lo más que puede pasar  es que cambies esa uña, así aprendes.  Ya sabes que es mejor tarde que magullada, y venga a lavarte las manos y a comer ¿Qué hay de comer? Pregunte. Algo que a ti te gusta mucho, pisto con huevos fritos, así que date prisa que ya lo tienes en la mesa.

 Cuando me senté a la mesa, fui el acerico al que llegaron todos los alfileres de mis hermanos: pobrecita la nena, se ha hecho pupa, me soltó guasón el pequeño, ¡pero qué dices!, si trae la mano en cabestrillo, seguro que no tiene ni hambre, espera Luisa que te quite la mitad no sea que te siente la comida mal, aseveró el mayor entre carcajadas. Uno tras otro se reían de mí. Furiosa les tire todo lo que tenía a mi alcance, la servilleta, el pan… que claro, me fue devuelto por triplicado, aquello era una batalla campal y mi madre: chicos, chicos parar, pero no os da vergüenza organizar tanto escándalo. Nada de vergüenza, aquello era una coña marinera solo para fastidiarme. 

Mi padre al entrar preguntó: ¿se puede saber qué es todo este jaleo? Mi madre me miró, se puso un dedo en los labios y como por ensalmo, cada uno siguió comiendo como si nada. Mi madre le puso la comida a padre y le preguntó que tal el trabajo y siguieron hablando, mientras mi hermano de enfrente me guiñaba un ojo sonriendo. Le devolví la sonrisa pensando que tenía la mejor familia del mundo y que les quería mucho, muchísimo.


QUIRÓN.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Otoño







         Otoño… Diversidad de colores marrones, amarillos, dorados y rojizos, que se entremezclan y embellecen el paisaje natural. Atardeceres tempranos con cierto olor a nostalgia, de un verano en el aún está cercano su término. El viento y la lluvia hacen su aparición, cobrando protagonismo.

        Es una estación bellísima, con un paisaje lleno de encanto. Pasear en otoño por su campiña es un regalo para la vista. Pisar las hojas caídas, refugiarse en el paraguas cobijándote de la lluvia…

        Recuerdo cuando era niña, que en esta fecha me encantaba ir al campo con mi pandilla. Agrupábamos las hojas secas, bien amontonadas, y nos tirábamos en plancha revolcándonos como locos, disfrutando de su mullido sonido.

        En otoño cambia la imagen de la ciudad, los puestos de helados desaparecen para dar paso a los puestos de castañas. También es tiempo de encuentro para hacer vida familiar. Es fuente de inspiración para miles de poetas. Los atardeceres cortos se impregnan de melancolía y de recuerdos de algún amor de verano, que ha llegado a su fin.

        Como en el ser humano, el otoño es la madurez, el reposo, el sosiego, la reflexión, el disfrute de la experiencia vivida, con una belleza tranquila y serena, que se prepara para abrirle la puerta al invierno.

        Por fin nuestro otoño ha llegado. Se resistía, y ha resultado tardío por culpa de un verano que se negaba a expirar. Disfrutemos de esta estación tan hermosa, saboreando sus riquísimos frutos secos, membrillos, uvas y demás delicatessen, alternándolo con tardes de cine, paseos al atardecer y contemplando bellas puestas de sol.


Se refugia la hormiga en su choza,
y se visten los campos de amarillo.
No se escucha el canto de los grillos.
Los chopos se desvisten de sus hojas.

Llegó el otoño y se alejó el estío,
el sol está cansado, no calienta,
el viento con su brisa nos deleita
y la lluvia alimentará los ríos.

También el otoño entró en mi vida,
mis huesos, cual las hojas se resienten,
pero la primavera está en mi mente
y la intento vivir día tras día.

No me duele el tiempo que se pasa,
ni los surcos que en mi rostro han nacido,
me duele perder seres queridos,
eso sí que me llena de nostalgia.

Pronto llegará el gélido invierno
y pintará de blanco sus parajes,
pero mi corazón aún está tierno
y lejano, mi último viaje.

Quiero pisar las hojas de los chopos,
y que la lluvia moje mi cabeza,
quiero respirar de esta belleza,
mientras que la luz brille en mis ojos.

Es el tiempo, un ave pasajera,
quiero volver mi otoño en primavera.


Luna

sábado, 8 de noviembre de 2014

El Monte Viejo




Era para ellos aterrador regresar de noche cruzando el Monte Viejo.

Muy de mañana lo cruzaban de ida. Era como un sueño su sonido lleno de vida y esplendor, donde las encinas se mezclaban con las sabinas, las jaras, los olmos y todo tipo de zarzas cubiertas de flores. A los chicos, el mayor de 13 años y cinco menos su hermana, se les llenaba la cara de sorpresa.

 Cada ruido, era una vida en movimiento y todo eran ruidos: una bandada de pájaros se levantaban sorprendidos por el rebuzno del burro; Un gazapo de conejo asustado corría despavorido buscando su madriguera; las golondrinas piando sobre un endeble hilito conductor de luz que, sujeto en un poste de madera, atravesaba el monte para que Castrillo, el pueblito sobre la meseta, al que ellos iban, pudiera tener luz; las plantas silvestres: tomillo, romero, jaras en flor, llenando el aire de aromas sutiles...

Corto. Siempre se les hacía corto el viaje de ida. Procuraban de día regresar, pero no siempre era posible vender pronto las lechugas, repollos y cebollas de la huerta (eran el contenido de las alforjas).

 Iban un par de días a la semana a vender las verduras a los pueblos más cercanos. Cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, con sus borricos cogidos del ronzal al ir y montados sobre ellos al volver. Para ello tenían que recorrer un abrupto camino, en el cual, no era el menor problema la pendiente de las Hoces del Duratón hasta el fondo, sus 100 metros de profundidad y sus intrincadas veredas, que conducían al atajo del Monte Viejo.

El ir, era una aventura pero volver de noche, era harina de otro costal, los alegres ruidos de la mañana eran silencios amenazadores por la noche. El chico trataba de distraer a su hermana y cantaba aquello de”: por el mar corren las liebres...", o descubriendo constelaciones: "Mira, mira, le decía, que esplendoroso cielo. Vamos a buscar la Osa Mayor" y dejaba que su hermana la encontrara. “¡Pues no veo el Carro! ¿Lo ves tú?” O, “allí está la Vía Láctea, ves que bien se ve”. Era prodigioso, en aquella oscuridad, cómo brillaban las estrellas  con el firmamento entero a la vista.

Así, trataban de esconder el miedo a las fieras de su imaginación. El eco, a través del cañón de las hoces del Duratón,  les trajo la voz de su madre que les llamaba desde la Puerta de la fuerza, como si ella estuviera a cien mts.

Pichóooooon,   Maríaaaaaaa...  Para ellos ese sonido tan querido les iluminaba  el camino como si fuera la aurora. Ya no tenían miedo. Su madre les esperaba.

QUIRÓN