sábado, 28 de noviembre de 2015

La mirilla





        Me desperté en la noche y contemplé a Sofía. Dormía con un sueño profundo, sereno y relajado. La fortuna la había puesto en mi camino cuando ya desesperaba de encontrar un alma gemela que hiciese menos tediosa mi soledad.

        Aquel día estaba leyendo a Matilde Asensi. Ensimismado e imbuido en la trama de la novela, me sobresaltó el sonido del timbre, con su melodía seca e irritable. ¿Quién podía llamar a mi puerta? No esperaba a nadie así que supuse que sería para vender algo. Molesto por haber interrumpido tan precioso momento, me levanté y cual bailarina, fui de puntillas hasta la puerta  y con cuidado, levanté la mirilla para ver quien alteraba mi paz y tranquilidad.

        Mi ojo se ajustó a los bordes de aquella lente chivata, hasta que distinguí nítidamente la figura y la persona que osaba romper el silencio de mi hogar. ¡Era ella! La nueva vecina. Aquella que me sorprendió gratamente el primer día que la vi, con aquella sonrisa ingenua y aquellas maneras suaves y elegantes con que empujaba su carrito de la compra. La ayudé a subirlo por la rampa y mantuve una conversación corta y tópica hasta que se cerró la puerta del ascensor.

        Por medio de la vecina del cuarto, que era la pregonera mayor de la escalera, me enteré que estaba divorciada, no tenía hijos, estaba empleada en una buena oficina y mantenía un trato educado y agradable con todos los vecinos.

        Mi soledad me cayó encima, presionando mi espíritu. Como buen soltero, siempre me recordaba el decálogo del hombre solo, con sus ventajas y la ausencia de problemas al convivir con otra persona. Algo que tenía escondido muy dentro de mí se desperezó, tomó forma y empezó a recorrer todos mis sentidos.

        Traté de buscar encuentros que parecieran casuales con la vecina. Estudié sus costumbres, las horas de salida y llegada, cuando salía a la compra y qué tiendas frecuentaba. Cada vez me gustaba más su trato amable, en absoluto forzado. Su voz clara aterciopelaba mis oídos y su respiración emanaba un halo de perfume que embebían mis fosas nasales. Su mirada limpia barría las dudas que mis ojos creaban y su elegancia al caminar cosquilleaba mi estómago.

        No tuve valor de insinuar, si quiera, que tomáramos un café o paseáramos por el parque del barrio, tal era el miedo al rechazo por su parte que tenía. Buscaba la fórmula de proponérselo sin que tuviera motivos para rechazarme. Me acicalé, busqué la ropa más favorecedora, me corté el pelo a la moda, moderé mi vocabulario, pero seguía sin encontrar las palabras adecuadas para dar un paso adelante en nuestra relación.

        El timbre volvió a sonar. Me había quedado ensimismado contemplándola por la mirilla. Me miré en el espejo de la entrada, me pasé los dedos por el pelo, me ajusté el batín, compuse la mejor cara y abrí la puerta. Ella, con su sonrisa espontánea y su voz angelical me dijo:

- Buenos días Manuel, alguna avería de su baño está produciendo una gotera en mi casa.-

        Me agarré a ese mundano motivo y le dije todo lo que mi corazón sentía por ella. Hoy la contemplo a mi lado feliz y con el sueño tranquilo.


Rabo de lagartija

Despertares





                   Despertar cada mañana
                   con el roce de una flor.
                   Saludar al nuevo día
                   con un rayo de sol del mes de mayo.
                   Respirar el aire fresco
                   de los vientos de la aurora.
                   Saludar con alegría
                   el aroma de las frescas rosas.
                   Abrazar un manojo de hierbabuena,
                   respirar el aroma del tomillo fresco,
                   escuchar el canto alegre
                   de las aves al amanecer.
                   Gozar del despertar cuando el sol
                   empieza a clarear en las montañas.
                   Sentir el viento fresco
                   que nos hace despertar y revivir.
                   Y saludar a la fauna que nos despierta
                   anunciando que volvemos a vivir un nuevo día.

Trotamundos

Libertad sin ira... libertad






Julián era un hombre inquieto y despegado. Caminaba errante de un lado para otro, con un carro del súper lleno de sus pertenencias y, atados al carro con correas, le acompañaban tres perros haskins, tan sucios y desaseados como el propio Julián. Olía mal, daba pena verle pero él caminaba indiferente ocupando toda la acera, como si fuera el amo del mundo.
Un día, la policía le detuvo. En el barrio por donde merodeaba, a los vecinos les molestaba verle sentado en las aceras, dando de comer con las manos a los perros mientras él comía  de la misma comida. O cómo después, se metían en el jardín y dormían todos extendidos sobre el césped. En fin, que a Julián le gustaba el barrio y lo utilizaba como su casa, y los vecinos cansados de sus “desafueros” y falta de urbanidad,  le denunciaron.
Él se resistió, y gritó que aquello era una injusticia, que él no se metía con nadie, pero no le sirvió. Le llevaron a la comisaría y Asuntos Sociales se hizo cargo de él.  Ellos querían  ayudarle, protegerle, le decían aquellas cacatúas. Deberías alojarte en el albergue, pero claro los perros…no, no podía quedárselos ni sus enseres tampoco, le dijo la joven que le  hacia la ficha.
A Julián ya se le había  pasado el susto y enfadado les gritó! Pero qué os habéis creído vosotras, que me vais a reformar a mí! Pero si me escapé de casa a los quince por no aguantar las órdenes de mi padre, y he llegado hasta aquí, trapicheando o trabajando en algún momento de flaqueza. Quizás se os ocurrió que yo cambiaría mi vida de libertad por una ducha, un jergón y los ronquidos de tantos piojosos almacenados, como tenéis albergados. ¡Ca, no Sr. Esa vida no es para mí!
Mira niña, la dijo a su interlocutora, pude volver a casa, mi madre me lo suplicaba y yo lo sentía por ella, pero mi vida es el camino. He recorrido España con mis perros y mi mochila, siempre ligero de equipaje. No hay monumento, o sociedad que no conozca. Mi vida es mirar y admirar y mis ojos, están llenos de bellezas inconmensurables, nada como dormir mirando al cielo, entre el calor de mis perros. Claro que a la vez, he visto todas las miserias del infierno y eso sin alejarme mucho.
Cuando la nieve o el agua arrecian, y me obligan a resguardarme entre lo que vosotros llamáis “la escoria de la sociedad” en los túneles o sótanos, estos están a rebosar de enfermos y heridos lacerados, muriéndose a cachos, pero a esos no los ven, y no los denuncian, así que vosotros tampoco les ayudáis. Pero a mí, que no quiero nada de nadie, que con mis perros nunca paso frío, que sé donde darles de comer y ellos cuidan de mí igual que yo cuido de ellos.
Que los vecinos de este barrio me han denunciado, pues vale, me largo de aquí y en paz. Ud. no se preocupe de mí, que yo estoy bien.
Sabe lo que les sucede a estas gentes, que tienen (y sonríe sardónicamente) miedo, miedo de mí se entiende. Ellos, todo lo que no sea igual a ellos, les da miedo.
No, no crea que es que se compadecen de mí porque carezca de todo, quieren que Ud. me atienda para no verme. Ellos consideran que han triunfado, y su recompensa es vivir rodeados de cosas. Ellos son útiles, sirven a la sociedad. Pero yo soy libre y capaz de vivir por mi cuenta, sin recibir órdenes, ni seguir las normas que la sociedad impone.
A mí que más me da que estos escrupulosos vecinos se pasen el día trabajando malhumorados, para ganar más y tener tantas cosas. Yo paso, no los necesito ni a Ud. tampoco.

Y Julián salió, cogió sus bártulos, los perros le rodearon dando saltos de contento y desaparecieron doblando la esquina. 

Quirón        

Sin palabras





                Me he sentado frente a la mesa de trabajo dispuesta a tomar el cuadernillo que descansa sobre ella, y al abrirlo, ante mis ojos ha aparecido la blanca hoja de papel. Es como una amiga inseparable que deja que deslice sobre ella mis pensamientos. No tiene líneas que me obliguen a escribir en una dirección, ni tampoco cuadros para encerrar las palabras. Está abierta a la libertad del pensamiento. En silencio percibe el movimiento del bolígrafo que va dejando  una estela de signos húmedos que refrescan su seco cuerpo de ahora, lleno de savia en otro tiempo. Después, cuando ya no percibe roce alguno, me devuelve las palabras escritas para que con mi voz la hable y le haga comprender lo que encierran cada una de ellas.

            Después de unos minutos de silencio,  retomo la escritura. Sobre la hoja de papel las palabras odio y venganza se han teñido de negro, y una interrogante se dibuja en ella. ¿Por qué el odio y la venganza han nacido entre vosotros? La pregunta surgía de la hoja de papel, quien se rebelaba  ante el horror que se desprendía de aquellas palabras. Ella había tomado forma queriendo comprender lo que no era comprensible. Durante unos instantes me quedé  pensando cómo explicarle la estela de muertes, que a su paso van dejando  aquellos que practican la violencia contra quienes no piensan como ellos. Sin saber por qué, me puse en pie. Sentía la necesidad de tomarme un tiempo para coordinar las  ideas. Sin dudarlo me encaminé en dirección a la ventana, y al abrirla una ráfaga de viento se coló dentro de la habitación. Aspiré profundamente, necesitaba sentir el aire fresco en mi cara, mirar las hojas amarillentas de los árboles, que hablaban del otoño. Sin cerrar la ventana, me dirigí de nuevo a la mesa tomando de nuevo el bolígrafo, pero este permanecía en silencio. Sobre la hoja de papel se dibujaba un círculo humedecido, era como si  una lágrima quisiera cubrir a aquellos, que sin querer, se habían cruzado con quienes  justificaban sin justificación sus terribles acciones.

Mi cuadernillo y yo nos habíamos quedado sin palabras…

I R I S


Cuando la mente se nubla





                   En ocasiones hay borrascas en la mente.
                   Hay sombras que  no te dejan pensar.
                   Ni el silencio te hace ver las cosas claras.
                   El esfuerzo no sirve de nada, todo vacío.
                   Cuanto más esfuerzo, menos lucidez.
                   El tiempo se pasa y no llegan las palabras.
                   Es intentar andar y no mover los pies.
                   Meter las manos en agua y no mojarse.
                   Respirar y no tener suficiente aire.
                   Querer tocar las cosas y no asirlas.
                   Intentar hablar y no pronunciar las palabras.
                   Mirar las cosas y no sentir que las miras.
                   Desear abrazar las cosas y no hallarlas.
                   Y Te sientes triste y no reaccionas.
                   Y el sueño llega y no duermes.
                   Y el agua no apaga la sed de tu alma.
                   Hasta que llega un amigo de verdad,
                   y te despierta del letargo y la soledad.


Trotamundos

jueves, 19 de noviembre de 2015

La escultura





       La cola llegaba hasta la esquina del edificio. Debía ser buenísima la obra que se exponía en el museo. Me habían hablado de un autor que esculpía con la imaginación sus trabajos. Por fin llegó mi turno, enseñé mi entrada y me introduje en el mundo de la escultura vanguardista.

        La dejé sentada en su butacón, con todas las cosas que pudiera necesitar a su alcance. El último ciclo la había dejado extenuada y no tenía ganas ni de comer ni de moverse. Yo necesitaba respirar el aire de ese día otoñal. La casa se me caía encima. Llevábamos muchos días encerrados en ella.

        La primera sala estaba dedicada a representaciones mitológicas. Seres amorfos con títulos de dioses y leyendas griegas. Había que echar imaginación para visualizar en nuestra mente una figura que representara realmente a ese mito. Me resultó curiosa la sala.

        A Marga le habían detectado un tumor en el pecho. Pruebas, punciones, biopsias y, finalmente quimioterapia agresiva para tratar de reducirlo. Los primeros ciclos acabaron con su pelo, sus defensas y con su espíritu de lucha. La melancolía y el pesimismo anidaron en su mente. Nada le interesaba de las pequeñas alegrías cotidianas que habíamos forjado durante nuestro largo matrimonio.

        Subí una escalera de mármol y florituras en los pasamanos y alcancé la primera planta. Allí el escultor nos reflejaba todo un mundo floral. Árboles, plantas, flores y raíces proliferaban en una amalgama de pedruscos sin forma homogénea, en las que por el título, discernías lo que quería representar.

        Alguien me indicó que en un hospital estaban probando un nuevo medicamento, aún sin homologar, en el que a la mitad de los pacientes le aplicaban el nuevo fármaco, y a la otra mitad le daban un placebo. Todo ello sin que los pacientes supieran a quien le daban una cosa u otra. Agarrándonos a esa última esperanza, solicitamos la admisión a esa nueva prueba.

        Harto ya de estrujar mi ingenio para encontrar cualquier parecido con la realidad, subí el último tramo de escalera, expectante por que, al fin, en mi inculta imaginación, viera a primera vista el sentido de alguna pieza expuesta. Esta planta estaba dedicada a figuras humanas que representaban acciones de la Naturaleza. La primavera, la tormenta, oleaje, etc. En el centro de la sala había un busto de mujer, sin cabeza, llena de agujeros que, según su título, era un “amanecer tranquilo”.

        Ayer fuimos a los resultados finales de la prueba del nuevo fármaco y nos indicaron que en unos días nos llamarían por teléfono uno a uno, para indicarnos si había sido efectivo o no el nuevo tratamiento.

        Por más vueltas que le di a la figura, no llegaba a descubrir por qué la había denominado así. Estiré el cuello y lo miré desde todos los ángulos posibles. Finalmente me puse de cuclillas y, de repente, lo descubrí. A través de los agujeros se filtraba una tenue luz que emergía en el que estaba ubicado en el pecho de la figura.

        Cuando llegué a casa, encontré a mi mujer revolucionada y con energías renovadas. Con voz entrecortada me contó que habían llamado del hospital y que el tumor había desaparecido. El medicamento daba resultados y le habían asegurado que las secuelas del tratamiento eran muy inferiores a las que los fármacos tradicionales producían. Comprendí que hay que tener tesón y espíritu de superación ante las pruebas que la vida te va poniendo.


Rabo de lagartija


El cantar de otoño





                            Resonaban las hojas secas
                            al pisar en el sendero,
                            como teclas de piano en el coro
                            alertando del invierno venidero.

                            Cubierto estaba el sendero
                            de tonos de mil colores,
                            con hojas de mil formatos
                            con hojas de mil amores.

                            Alfombra multicolor
                            que se crea cada otoño,
                            y el árbol queda desnudo
                            hasta que llega el retoño.

                            Y el aire mueve las hojas
                            y las junta y las conduce,
                            y luego llega la nueve
                            que las cubre y las reduce.

                            Esta alfombra de sonidos y colores
                            cada año nos deleita en la otoñada,
                            caminando sus sonidos nos recuerdan
                            que quizá nos llegue pronta la nevada.

Trotamundos


Diálogo de sordos con el espejo





Sonia, dando tumbos, se dirige al servicio. Al entrar su rostro se refleja en el espejo y exclama ¡tía, vaya careto que tienes al levantarte! Qué quieres hija no consigo acostumbrarme a verme a mí misma a estas horas sin asustarme.

Te das cuenta espejo, espejito amigo, que a pesar de los años mis primeras sílabas siempre van dirigidas a ese otro yo, que tu me devuelves sobre tu azogue, y que siempre plantea las primeras quejas del día. Sonia acerca su rostro al espejo, se quita la legaña, mira el blanco de sus ojos, como buscando algo, saca la lengua y exclama ¡uff que asco, parece de estropajo! Es como su primer diagnóstico de que todo está normal. ¡Ey amigo! Seguro que cuando me manduque mi fruta, tres rebanadas de pan tostado y pringado con aceite de ajo, con mi cuenco de cereales y café con leche, estaré lista para empezar la mañana como debe de ser. Sonríe al espejo y con un ¡hasta luego!, seguiremos charlando, sale del servicio.

Sonia hace las camas, pasa la aspiradora, recoge un poco y se pone el chándal y las zapatillas. Vuelve al servicio, lo utiliza, se pasa el cepillo por el pelo, se retoca los labios y mirando su imagen sonríe diciendo, esto está mucho mejor, a que sí, le dice al espejo, ahora me voy a correr.

Una hora después regresa a casa Sonia sudando, pero pletórica de energía. Una ducha y lista para poner su imagen mojada, pero satisfecha, ante el antagonista mudo de sus parloteos, cuitas o confidencias, que de todo ha habido después de tantos años, ¿verdad espejito? Si tú no me engañas, es que los años no pasan en balde. ¿Dónde va a parar aquella cara de dieciséis o diecisiete abriles con esta de la sesentona? No hay comparación posible.

En aquel tiempo me esperaba el porvenir al que yo, inconsciente, esperaba sin recelo y sin prisas. Para mí todo era de color de rosa, aunque trabajaba muchas horas y cuando volvía a casa, siempre tenia cara de cansada (eso decía mi madre, que se quejaba de que nos explotaban) Sonia frente al espejo peinándose, sigue charlando. Tú siempre fuiste mi consejero, allí donde dejaba mis cuitas, y no es que no tuviera con quien hablar, con cinco hermanos y mis padres, pero… bien al contrario necesito estar sola con mis pensamientos y pensar en voz alta de mis cosas.

Recuerdas, por aquel tiempo, yo andaba pez en cuestiones de política. Vivía tranquila y contenta trabajando, yendo mucho al cine y los domingos por la tarde a bailar. Cómo me gustaba bailar y cantar, también me gustaba mucho cantar.

Un día, al salir de trabajar, me llevé un susto terrible, porque por el centro de Madrid, que era por donde trabajaba, la gente corría y detrás “los grises” con las porras, pegaban a diestro y siniestro dejando en la calle a gente encogiéndose por los golpes y tratando de meterse en un portal.

Nosotras salíamos de trabajar, cuando una volvió corriendo y así se salvó de los golpes. Ya no salimos, nos volvimos y lo comentamos con la encargada, que puso la radio. Por ella supimos, que los estudiantes, habían “provocado a la policía”, pero que todo el problema estaba en La Ciudad Universitaria, en el centro eran grupos aislados, y la población debía estar tranquila, “ya que aquello, eran cosas de niños ricos, que en vez de estudiar, se dedicaban a alterar el orden público”.

Y nosotras que no sabíamos de la misa la media, (en casa no se hablaba de política), criticamos a los hijos de papá por tener tantas ganas de líos. Si estuvieran tan cansados como nosotras, seguro que no buscaban tanta camorra, pensábamos. Y nosotras tan buenecitas y asustadas llegamos a casa a contarlo, y según llegaban mis hermanos, daban nuevas noticias de aquella revuelta estudiantil que nos tuvo unos días en ascuas a todos.
    
El desorden, allá por el año de gracia de 1956-58, no se daba, aunque en el trabajo, y en voz baja se comentara que a algún “fulano comunista” le habían agarrado, y lo tenían en los sótanos de Gobernación para interrogarle.

Pasado un tiempo, otro rumor solía aparecer para comunicar, que aquel “fulano que cogieron días atrás” para interrogarle se había caído a la calle  desde determinada ventana de un séptimo piso. Cosas que ahora recuerdo, pero que entonces no tomaba en cuenta.

Ves espejo, las ojeras de la quinceañera eran de trabajar muchas horas y del amor de su madre, las huellas de ahora son la labor lenta y laboriosa  de tantos años vividos felizmente, de  algunas esperanzas rotas  que también las hubo, de tantas emociones consumidas, de tantos malos ratos olvidados, de tanto anhelo por vivir, de tantos cambios absorbidos, y cuantos queden por vivir, pues ya te los iré contando, ¡vale majo!


                        Quirón

Una maravillosa experiencia





Un domingo por la mañana decidimos adoptarla.

Habíamos sopesado varias veces, los pros y los contras hasta que la decisión fue unánime. Aprovechamos que mi hija estaba de campamento y quisimos darle la sorpresa. Regalarle  un perrito, algo que llevaba pidiéndonos a cada dos por tres, desde que era pequeña.

                Yo era reacia a tal capricho. Cuando era niña, murió un primo mío con cinco años de un quiste hidatídico, aunque ellos no tenían perro, pero  aquello me marcó de tal forma, que tenía hacia estos animales cierto rechazo y cuando se acercaba alguno a mí, me retiraba enseguida de su lado
.
Parece mentira cómo puedes cambiar de opinión. Por los hijos te prestas a todo y nunca me arrepentí  de la decisión que  tomé.

Aquella mañana, mientras desayunábamos mi marido y yo, maduramos  la idea que llevábamos gestando desde hacía días, y por fin nos decidimos. Nos fuimos al rastro en busca de una mascota que nos gustara, no hacía falta que tuviera pedigrí, queríamos un perrito pequeño.

Al llegar a la calle de los pájaros preguntamos donde podíamos conseguir un perro. Un joven que nos oyó nos llevó hasta su furgoneta, la abrió y  nuestra sorpresa fue impresionante al ver ante nosotros una camada de cachorros a cuál más bonito. Dos meses tenían, no sabíamos cual elegir, la verdad es que todos eran preciosos .Pero sí teníamos claro que queríamos una hembra. Elegimos al azar y creo que elegimos bien.

La perrita era un encanto. Tenía el morrito oscuro, las orejas grandes como un gremly  y una mirada en sus ojos que parecía decir “necesito alguien que me quiera”, y decidimos darle todo nuestro cariño.

                Parece que estoy viendo la cara de felicidad de mi hija cuando al llegar del campamento, vio a su pequeña mascota. Nos abrazó a su padre y a mí dándonos las gracias y rápidamente  cogió a su perrita diciéndole “eres preciosa, Lassie”. Desde ese momento Lassie pasó a formar parte de la familia. Era muy juguetona, como todos los cachorrillos, y lista, aprendió enseguida a controlar sus esfínteres y nunca  se hizo nada en casa.

Lassie, era una perrita cariñosísima con nosotros, pero con las personas que no conocía era más bien arisca. Tenía una cosa muy peculiar, y es que cada vez que tenía el celo, dos meses después, su cuerpo reaccionaba como si hubiera parido. Se le llenaban las tetitas de leche y agarraba todo lo que tenía a su alcance: zapatillas, algún muñeco de mi hija, cualquier objeto que ella fuera capaz de coger con la boca, y se lo llevaba a su cama, lo  abrazaba  y lo amamantaba como si de cachorros se tratara. Resultaba enternecedor verla  en ese estado, estaba claro que quería ser madre.

Decidimos cruzarla por ver cumplido su deseo. Una mañana que la saqué a pasear, me crucé con una señora que también paseaba a su perrito. Los dos animalitos se miraron, y fue una atracción mutua  la que sintieron. Comenzaron a jugar coqueteando y saltando y no había manera de separarlos para irnos a casa. Estaba claro que había surgido el flechazo, mi perrita había encontrado a su Romeo.

Estuvimos hablando las dos amas acerca de nuestras mascotas, y comentamos lo felices que se les veía juntos, y decidimos  cruzarles. Eran de la misma raza y tamaño, mestizos los dos.  El perro tenía el pelo un poco más rubio que Lassie. Hacían una pareja perfecta. Nos dimos los teléfonos, para quedar cuando Lassie tuviera el celo, y  así lo hicimos.

                Cuando llegó el momento, quedamos en el parque donde se habían conocido y cuando se vieron corrieron el uno hacia el otro haciéndose un sinfín de arrumacos, hasta que tuvieron su feliz encuentro, del cual Lassie quedó preñada.

A los dos meses la preñez de Lassie llegó a su fin. Yo estaba muy asustada porque el veterinario nos había dicho que los cachorros estaban mal colocados y que al ser tan pequeña tendría dificultad para parir con lo cual seguramente habría que hacerle la cesárea y con todo y eso la cosa estaba complicada. Me sentí culpable  por haberla cruzado y me acosté aquella noche muy preocupada por lo que pudiera pasarle a mi perrita.

Eran las tres de la mañana y no me podía dormir. Lassie dormía al lado de nuestra cama desde que se había quedado preñada. Le habíamos preparado una especie de cuna con una caja de cartón grande para el momento del parto. La sentí inquieta y me levanté para ver que le pasaba. Estaba en posición como para defecar,  la acaricié para que se tranquilizara y sin un quejido parió a su primer cachorro. ¡Qué experiencia  tan maravillosa! Llamamos inmediatamente a mi hija para que contemplara  con nosotros el milagro de la vida.

Nos sentamos los tres en la cama contemplando emocionados  cómo venían al mundo cachorro tras cachorro, mientras su madre, sin ningún quejido, los limpiaba con gran amor y ternura. Estuvo toda la noche de parto. Parió seis precisos cachorritos de los cuales uno murió. Al último tuvo que ayudarle mi hija a cortar el cordón umbilical. Estaba extenuada la pobrecita y no tenía fuerzas.

Al día siguiente mi casa fue un trasiego de visitantes para recrearse en el feliz  acontecimiento. La imagen de Lassie amamantando a sus cachorros, inspiraba tanta ternura  que cuando la miraba las lágrimas acudían a mis ojos  sin pretenderlo.

Lassie hizo realidad su sueño, y para mi, verla parir fue ¡una experiencia maravillosa!

LUNA

Soñador




                           


                                                 Soy un soñador
                            que adora los sueños,
                            y los sueños me matan
                            porque soy eso.

                            Si estoy despierto sueño,
                            y quisiera realizar los sueños,
                            y una brisa me dice
                            despierta de ese sueño.

                            Pero sigo aferrado al sueño,
                            y aún despierto lo busco,
                            lo busco con empeño,
                            y sueño que algún día,
                            lograré el sueño.

Trotamundos


miércoles, 18 de noviembre de 2015

La casa del pueblo





Terca, tímida, y malhumorada, Teresa se bajó del tren en su pueblo.
Dio un vistazo a su alrededor y murmuró: todo sigue igual, si ya lo sabia yo, cómo iba a cambiar un lugar como este, tan alejado de toda civilización. Estaba igual que cuando ella, con 15 años, lo abandonara.
Lo que ocurre es que mis sobrinas, no tienen ni tiempo, ni ganas, de que su tía se quedara a vivir con ellas. Pero,  como Teresa las había dicho, si me quedo a vivir con vosotras, puedo cuidar de la casa, y haceros compañía. Acaso no estamos solteras las cuatro, pues que mejor arreglo queréis hijas.
Teresa, ya no cumplía los sesenta. Era una mujer muy voluntariosa y como buena maña, trabajadora y decidida. Un buen día, siendo muy joven, abandonó su casa y su pueblo, y marchó a la capital a trabajar. No la fue difícil, encontró un bajo en alquiler, que la sirvió de vivienda y de tienda de chuches, revistas, cuentos, y otros. Era un chiringuito modesto y pequeño, que toda la vida la dio para comer y vivir bien, sin apuros. Y la vida se le fue. Cuando quiso recordar, pasaba de los sesenta y no se había comprometido con nadie.
Un mal día, el casero la comunicó al pasarla el recibo, Teresa, tienes seis meses para buscarte nueva vivienda, esta casa está que se cae, y yo con los alquileres que pagáis, no tengo ni para vivir, y no tengo más remedio que pedirte que te vayas, igual que todos los demás inquilinos.
La hecatombe estaba servida. Irse así, por las buenas, ningún vecino quería irse. La casa era mala, estaba en mal estado, pero pagaban tan poco…
En la reunión  de vecinos, alarmados por el aviso, que se efectuó dos días después, por unanimidad los vecinos decidieron aguantar. No marcharse ninguno, hacerse fuertes en la casa, cuanto más tiempo mejor.
 Porque los vecinos todos de origen humilde, aparte de convertirse en una piña para negarse a desalojar, ellos estaban seguros que después de 50 años alguna ley les protegería, ¡O no!
 Pero, la verdad fue que no señor, no. Nada evitaría  que se quedaran en la calle.  Pasaron seis meses y el dueño muy enfadado porque encima ya no le pagaban, les previno: estoy en tratos con una constructora, y está no se va a andar con remilgos como yo. Ya tendréis noticias  suyas. Y así fue. Un mes les dieron porque al mes siguiente llegaban las excavadoras y tirarían la casa.
 Teresa tenía tres sobrinas solteras con las que se llevaba muy bien, las comunicó que se quedaba en la calle y las pidió que le hicieran un huequito en su piso del barrio de Salamanca. Era un buen piso y ella sabía que sí tenían sitio, de manera que se  había hecho todo tipo de ilusiones. Las chicas ya talluditas, con muy buenos trabajos y su vida ya encarrilada, con amigos y amigas (un poco empingorotados para su gusto, se decía para sí), pero eran tan buenas… Ellas la escucharon en silencio, se miraron entre si… y la dijeron que tenían que hablarlo entre ellas, pero que no se preocupara que ellas la ayudarían.
La citaron en la cafetería donde solían reunirse una vez al mes, para hablar o ir al cine con la tía Teresa.
 Teresa llegó la primera como siempre y estaba tan nerviosa que no dejaba de girar su mejor sortija. Empezaba a sospechar que tal vez a las chicas  no las gustara tanto su idea. Ella no era ya más que una vieja corajuda y al fin, sus sobrinas eran unas señoritingas que vivían muy bien. Allí  llegaban las tres tan elegantes, veremos se dijo Teresa, ¡Hola chicas, qué  bien os veo! Se dieron los besos de rigor y ellas  bien, muy bien… tía, y tú que tal. Se sentaron en su mesa preferida y la mayor de las tres, sin más preámbulos, la dijo mirándola a los ojos- mira tía, nosotras a nuestra edad, ya tenemos muy elaboradas nuestras costumbres y hábitos en la casa y en la vida como para un cambio tan drástico. Tienes que entenderlo tía, pero hemos pensado que como tú no tienes para comprar o alquilar algo, se nos ha ocurrido que a ti en estas circunstancias te encantaría regresar a la casa del pueblo, la de los abuelos-. Ella quería replicar, pero no la dejaban. -De verdad tía que en casa no puede ser-. Apuntaba la pequeña.  
 -Mira tía, de verdad que a nosotras no nos importaría que tú ocuparas la casa y gratis tía. Nosotras te regalamos nuestra parte muy gustosas. ¿No te parece bien la idea tía?  De esta manera tú tienes tu casa y de ella nadie te podrá echar-.
Teresa tiene que contenerse para no soltarlas cuatro frescas, pero para qué, ellas de todas formas tampoco tenían la culpa de nada, así que balbuceó bueno… como sabéis no era esa mi idea pero si no me aceptáis con vosotras, no me queda más remedio, tendré que volver a casa. Se  tragó la hiel, se tomó el café como si estuviera estupendo y quedaron otro día, para despedirse y resolver los  temas de la casa del pueblo… y demás.
 QUIRÓN