viernes, 26 de abril de 2013

Sensaciones


En estos tiempos de inquietud y desánimo, bien nos vendría pensar  en el futuro, que tiene que ser mejor, sin olvidar el pasado; donde el estudio, el pensamiento, el trabajo y  la música nos llenaban la  vida cotidiana.

“Me centraré en la música”, la que yo conocía,  la que me estremecía y llenaba mis huesos de sonidos y en mis  oídos  perforaban ráfagas de letras, que con atención entraban dentro de mi el  DO  RE  MI  FA  SOL  LA  SI.   Me eran tan familiares que me intrigaba de dónde venían. ¿Era una forma de empezar una pieza con notas musicales?, ¿o  la forma de vocalizar alguna partitura?

¡Suerte! Detrás de mí una figura serena, delicada y con gran entusiasmo, marcaba las escalas y los tiempos antes de empezar a ensayar todas las noches. Tengo   el recuerdo de esa música que no conseguía  comprender, si lo que tocaban era un FOX, un TANGO, un  PASODOBLE, O UN VALS.

¿Quien puede   tocar todo esto? No adivino qué instrumento puede conseguir tanta armonía. ¿Una guitarra? No, la guitarra tiene cuerdas y no aprecio su rasgueo,  ¿una trompeta? Tampoco. ¿Pudiera ser  un SAXOFÓN TENOR?

         HOY  la figura se ha convertido en músico, la veo   más cerca, está preparando con gran entusiasmo el atril donde poner la partitura. Con qué   sigilo abre un maletín de cuero, por las formas lo reconozco, ¡es cierto!, es un SAXOFÓN.

El maestro empieza el ensayo y es cuando brota la alegría y comienza el espectáculo. Magistrales sueños invitan a la creación.

Virpana

sábado, 20 de abril de 2013

Gaya, o "el becerro de oro"



Las cosas son importantes cuando las necesitamos, si no las necesitáramos, no serían importantes. Nuestros ancestros creían que tú eras el dueño de algo solo mientras lo necesitabas. Luego se lo pasabas a otra persona. En aquella forma de vida, todo tenía su uso y luego regresaba a la tierra. Ahora las cosas no regresan a la tierra.                     La contaminan.

Como buena madre Gaya, nos admitió en su seno como una opción redonda. Con un desarrollo sostenido, que sería manejar el consumo que tenemos de manera que las generaciones venideras puedan desarrollarse y vivir.

Antaño, cuando no había más revolución que la agricultura, el año se dividía en cuatro estaciones concretas: primavera, verano, otoño e invierno. El invierno era muy frío y nevaba a menudo. Los carámbanos colgaban de tejados y ventanas, se podía ver llover o tomar el sol, mas llegaba marzo y seguía el viento y la lluvia. El agua corría abundante por cunetas y torrenteras. No era hasta fin de mayo con la primavera, cuando la naturaleza se esponjaba y todo comenzaba a germinar, a florecer. Era como un carrusel de feria en alegría, color y vida nueva. Aparecían por doquier las crías de la naturaleza: eran caracoles, lagartijas, serpientes, eran pollos tras la mamá gallina, y los buches con sus madres o las ovejas con sus lechazos… Era el puro resurgimiento de la vida aletargada en tan largos inviernos.

La primavera, en un soplo pasaba para dar lugar a un verano, que se hacía duro en aquellos quehaceres de la siega y la parva. Deprisa, deprisa la recolecta porque a finales de agosto, “ frío en el rostro” y un aguacero mandaba al traste tanto trabajo y la supervivencia anual.

Metidos en el otoño la madre naturaleza se recogía sobre sí misma: los árboles se desnudaban, las plantas se marchitaban y todo era pardo o gris, salvo los ríos que se les sentía crecer y precipitarse sobre sus riveras, con las primeras lluvias.

Gaya se imponía en cada estación con mayor o menor rigor, pero siempre dentro de un orden. Pero pasó el tiempo y a Gaya, se la impuso “el becerro de oro”. Todos queríamos ser ricos. Algunos desalmados, querían todo el oro y para conseguirlo hicieron su pacto, prefiriendo ser de oro, porque con ello lo dominaban todo, lo esquilmaban todo, lo destruían todo. No les importaba que el mundo explotara bajo su explotación.

Que Gaya lleve años enfadada avisando, mandando mensajes terribles de sequía  desertización o el deshielo de los polos a una velocidad inimaginable, de cambio climático, de pavorosos tornados o Tsunami devastadores, ¿qué les importa eso, a los Midas de nuestro siglo?

Reunidos sus representantes, el G-20, los mandatarios imponen, dictaminan sus normas. Malas casi siempre para la madre tierra, y malas para los pobres y desposeídos que la habitan. Y, ¿siendo ellos de oro pueden sentir acaso lo que siente un parado, o una madre que no tiene más que sus manos para alimentar a sus hijos? ¡No! Estas esculturas, ni sienten, ni padecen ni defecan, para no soltar nada. Son estatuas que representan lo más retrogrado: el pensamiento único, una vida lineal como si quisieran hacerse infinitos en su poder inmisericorde.

Pero la tierra es redonda y siendo la vida circular, los excrementos sirven de abono a la tierra y ella a su vez nos los devuelve en forma de patatas y las mondas de estas se las comen las gallinas o los cerdos y las gallinas ponen huevos y a la mañana siguiente vuelta a empezar. Se respetaba a la naturaleza. No seamos posesos de poseer, de aparentar, de especular, de tirar, de pasar por encima de los demás. Siempre hubo pobres y ricos ¿pero?, si al “becerro de oro” no lo quería ni Moisés, siendo judío (hombre sabio) y todo un símbolo.

Mi mensaje a los miembros del G-20: Que osen, que se atrevan a desobedecer al becerro que les maneja a su antojo y para variar que miren a su alrededor y se fijen en los ojos de cualquier niño de los muchos que sufren las catástrofes del cambio climático, el hambre y la miseria. Si son capaces de ver su sufrimiento, entonces, quizás consigan recuperar su alma mortal y podremos salvar entre todos a la madre Gaya.
             
Quirón  

Reflexiones desde el trono



        No he tenido un momento de respiro en todo el día. Anhelaba con ansia este instante para evadirme de las presiones de la rutina diaria. Siempre busco este lapsus para mantener un soliloquio, reflexionar y tratar de sacar de mí todos los motivos que me producen inquietud y desasosiego.

        La mañana se ha torcido cuando me he tropezado con el inquietante vecino de abajo, que me ha echado una mirada como si le debiera algo y, en vez de darme los buenos días, me ha soltado de sopetón: “Anoche tuvimos juerguecita hasta las tantas”. Me mordí la lengua para no recordarle lo buen vecino que él era y le contesté los más serenamente que pude con un “buenos días, siento que le haya molestado que tuviéramos visita ayer sábado y que nuestro estado de felicidad y de risas no coincidiera con su forma de ver la vida”. Bajé las escaleras y le dejé con la palabra en la boca, para que no me salpicara el veneno que soltó por ella. Siempre me han preocupado las relaciones con las personas de nuestro entorno y, aunque sé que cada uno tenemos una visión distinta de cómo desarrollar nuestra vida, siempre trato de buscar un punto en común que nos una. Últimamente fallan las comunicaciones, tanto a nivel familiar como social. El núcleo al que pertenecemos cada vez se achica más. Lo que piensen los demás no es prioritario para nuestra existencia. Valoramos más otras necesidades mundanas y materiales.

        A la hora de la comida, viendo las noticias en la televisión, como siempre, se me quitó el gusto por lo que estaba comiendo. ¡Cómo hemos cambiado! Cualquier cosa que hagamos tiene un detractor que busca el lado negativo de nuestros actos. Si lo haces bien, por la envidia de no haberlo hecho él, y si te equivocas, porque ya lo decía el mismo. Vivimos en un mundo que todo es “in”. Frente a la comprensión, tenemos la in-tolerancia. Frente al progreso en la sociedad, tenemos la in-quisición de las grandes religiones. Frente a los grandes problemas económicos prevalece la in-solidaridad de las grandes potencias, la in-suficiencia de los políticos, la in-transigencia de las entidades financieras, crecen los in-deseables que crean tramas para defraudar y robar a la sociedad y a las arcas públicas, y la cantidad de in-capaces, in-útiles e in-eptos, para buscar soluciones a todos estos problemas. No es de extrañar que ante estos acontecimientos afloren los in-dignados en el pueblo español.

        Por la tarde, me pasé por el mercado para comprar unas cosas para la cena. La mitad de los puestos están cerrados, y la otra mitad mirando a la espera de que lleguen clientes. Muy cerca del mercado hay un establecimiento de “100 montaditos”, que está a rebosar. Incluso en la calle, pasando frío, las mesas están llenas. Están cambiando lo hábitos alimenticios de la sociedad moderna. Proliferan los Burguer, los Pans & Company, los Telepizza, los chinos y, sobre todo, la comida precocinada y congelada de los grandes comercios. Hasta nuestros excrementos están notando el cambio. En las casas ya no se dedica ese espacio de tiempo para preparar un alimento rico en toda clase de verduras, hortalizas, carnes, pescados y toda clase de guisos que penetran con su olor hasta el descansillo de las viviendas. Los niños han cambiado los bocadillos de las meriendas por toda clase de bollos industriales. Las prisas y la falta de tiempo dominan nuestras vidas.

        Por fin me empiezo a vaciar de todo lo improductivo que almaceno dentro de mis entrañas y, que si no me esfuerzo en sacarlo, acabará con mi bienestar. Tiro de la cadena, bajo la tapa, me aseo y voy en busca del beneficioso reposo nocturno con mi cuerpo y mi espíritu reconfortado.

Rabo de lagartija

Los pasos de peatones



Cuando llegas a ese paso de peatones,
Donde tienes que frenar con dos razones,
Porque pasa una persona con un perro
O los pasos los han pintado en los montones.
Pasa un cojo,
que te mira de reojo.
Esa madre muy esbelta con su niño
Que te mira recelosa y te hace un guiño.
Un abuelo que no mira cuando pasa
Y te mira con reproche y … con guasa.
Esa niña quinceañera con su móvil y sus cascos
Que ni mira, ni se asusta y te hace ascos.
Hay también un despistado,
Que se mete sin cuidado.
Y esas tres amigas que van cogidas del brazo,
Que despiertan si les pegas un frenazo.
Y también existe el chulo,
Que lo cruza muy despacio el dao por c…
La salida del colegio, una proeza,
Cuando uno la termina, otro empieza.
Y si pasas por el paso el día del rastrillo,
O no pasas, o… te pillo.
Hay un tío, porque viene de correr,
Que se tira por el paso a to meter.
La cuestión y las miradas en el paso de peatón,
Es que todos nos miramos, y tenemos la razón.
Hay también un bondadoso, dicho sea de paso,
Que después de que has frenado, te da paso.
Y ese día que no tienes mucha prisa,
Ya verás que por detrás, otro te avisa.
Y si un día vas con prisa a alguna parte,
Te vas a encontrar a un guardia, y a pararte.
Un repartidor de pizzas se mete a toda pastilla
Y a la señora del carro le ha partido la rodilla.
Un tío muy trajeado, que al móvil solo miraba,
Se pegó contra el carrito que la señora llevaba.
Hay una pobre señora que se ha parado en la orilla
Y hasta que el coche no para, no pasa por si le pilla.
Hay más pasos, más historias y más risas,
Unas veces por despacio y otras veces por las prisas.

Trotamundos

viernes, 12 de abril de 2013

Un sueño para analizar








Esa noche Violeta no durmió bien; se levantó de peor humor que de costumbre y ni siquiera el ronroneo de Aisa, su gatita, la hizo cambiar de gesto.

Después de un frugal desayuno marchó a su trabajo, el portero amablemente como todos los días la saludó y ella secamente también como casi todos los días le respondió.

Ya en el aparcamiento se dirigió hacia su coche poniendo este en marcha. Nada, el motor de arranque no funcionaba, fue en busca del vigilante con la esperanza de que pudiera solucionarle el problema, cosa que no sucedió.

Llamó al seguro para que se hiciera cargo del vehículo, y con peor humor del que se había levantado, salió a la calle en busca de un taxi.

Ya camino del trabajo volvió a sufrir otro contratiempo a causa de un accidente, afortunadamente sin victimas, pero se vieron obligados a apagar los motores en espera de que la grúa retirara el vehículo accidentado.

 Una hora más tarde quedó restablecido el tráfico, cuando Violeta entró en el despacho, su secretaria la miró y se dijo: “me temo que hoy va a ser un mal día, apostaría por ello”. Y es que su jefa tenía un carácter un tanto desabrido habitualmente y esa mañana era más notorio.

Nadie sabia nada respecto a su vida  privada ya que era poco comunicativa y reservada. No se relacionaba con jefes de otros departamentos como es lo habitual, y su rostro no mostraba nunca rasgos de mucha alegría.

Con esa actitud no resulta fácil conseguir amigos, y lo que no podían  entender era que consiguiera mantener los clientes e incluso añadir alguno más a su cartera.

La que permanecía siempre a su lado era su mascota. A su llegada a casa, no se separaba de su lado, y por las noches también la hacía compañía durante el sueño, “no se puede ser más fiel.”

Una mañana se levantó cantando, siendo ella la primera sorprendida.

 Aisa, como de costumbre se le acercó maullando cariñosamente, Violeta  se agachó junto a ella y acariciando su cabeza le decía: “He tenido un sueño muy curioso, en el,  yo era una joven alegre y extrovertida. Gozaba de un grupo de encantadores amigos y cuando había algún desacuerdo era yo quien encontraba la forma de solucionarlo.

Trabajaba en una empresa en la que reinaba un fantástico ambiente laboral y en parte se debía a que la jefa empleaba la autoridad y también la humanidad de manera equilibrada.

Y a la hora del almuerzo, bajaba a la cafetería y era agradable encontrarme con otros compañeros, y durante el almuerzo bromeábamos y comentábamos la película del día anterior, también la recomendación  de algún libro o cualquier otra cosa. ¡Qué grato me resultaba trabajar allí y que feliz me sentía!

Al llegar a ese punto, Violeta hizo una pausa,  la paciente minina no se había movido durante su relato. La miraba sorprendida como pensando “¿qué le pasará hoy a mi ama?; nunca me había dedicado tanta atención, y ella como  adivinando sus pensamientos, le sonrió.

Ese sueño le había llevado a reflexionar sobre su actitud, ella misma se había aislado, no podía culpar a nadie de ello, su gesto distante y frío impedía la proximidad  de sus compañeros.

 Voleta 
                         

jueves, 4 de abril de 2013

Las maletas


              
            
Rueda y  rueda  la maquinaria de una maleta, ese ruido que te avisa que  hay  mercancía que se mueve.

Hace años eran tan bonitas; recuerdo las primeras que vi, todas eran de  cartón fuerte, que por cerradura tenían la fuerza de quien las portaba y de refuerzo unas  correas de colorines.

Eso si… todas cargadas de  ilusiones y desasosiegos para los jóvenes que salían por primera vez de  sus casas a otras provincias  a trabajar,  llenas de algunos recuerdos y fotos de sus novias.  
                                          
Después el hacer del hombre y la inquietud por mejorar se han ido modificando y hoy funcionan con otro ritmo, tienen ruedas y cremalleras. Pero lo que no cambia es el contenido, todas llevan ilusiones e inquietudes, ver una maleta rodar  te recuerda el viaje que tanto  esperábamos,  son nuestras compañeras de emociones, y cómplices de los regalos mejor guardados.

También eran incansables esperando en un armario el próximo viaje.
  
Después de unos años más o menos tranquilos, nuevamente las maletas vuelven a salir rodando. Y mucho más lejos, visitan obligadas otros países. Sus compañeros de viaje siguen siendo jóvenes que buscan un trabajo digno ya que en su país tienen muy difícil un puesto de trabajo. Ahora los aeropuertos se llenan de maletas multicolores, con tarjetas escritas en todos los idiomas, todas acompañadas de maletines con ordenadores de alta tecnología donde llevan parte de sus conocimientos bien guardados,  esperando llevar todo lo necesario para una nueva etapa y deseando que donde lleguen sean bien recibidos.
                                                                                                       VIRPANA