lunes, 25 de febrero de 2013

añoranzas



La guardia esa noche no estaba siendo especialmente dura. Algún que otro accidente doméstico y atenciones geriátricas. Estuve echado en el sofá de la sala de médicos varios ratos y, aunque no conseguí dormir, tuve tiempo de revisar lo que había sido mi vida hasta encontrarme en esta situación:

            La noche del accidente la pasé en la sala de espera de urgencias del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Mis padres luchaban entre la vida y la muerte y yo, con mis seis años, después de ser atendido de simples rasguños, quedé a la expectativa de mi nueva situación civil bajo la custodia de una asistenta social. Por la mañana me llevaron a un centro de acogida de menores del ayuntamiento. Estaba solo en este mundo. Mis abuelos, no los llegué a conocer. Mi padre era hijo único y mi madre tenía dos hermanos con síndrome de Down, recogidos en un centro especializado. Comenzó mi peregrinación por diversas casas de acogida.

            Mi recuerdo es grato para la primera familia que me acogió. Un matrimonio de mediana edad, con cuatro hijos entre los dos y los diez años. Me sentí arropado, aquella casa era todo un mundo en un pequeño espacio. Risas, peleas, llantos, alegrías, penas y, sobre todo, flotaba un ambiente de cariño familiar, de unión, de compartirlo todo. Los guisos que aquella mujer, Manuela, preparaba para su prole, tenían un exquisito gusto amoroso y los aderezaba con la alegría y las ganas de vivir. Nunca me faltó un plato nutritivo en las comidas el tiempo que estuve con ellos. El padre de familia, Emilio, era un trabajador convencido. Pese a las horas que pasaba fuera de casa, cuando llegaba, tenía una sonrisa para su mujer y todos sus hijos, entre los cuales me sentía orgulloso de incluirme. Únicamente el paro fue capaz de echarme de ese hogar.

            Mientras me buscaban un hogar definitivo, donde sería adoptado, todavía pasé por varias casas de acogida. Otra que dejó también una profunda huella en mí fue la de Isidro, separado de su esposa por motivos que nunca comprendí hasta que fui mayor, que vivía con los dos hijos de dicho matrimonio que estaban bajo su tutela. Trabajaba en casa, donde tenía montado su estudio. Era delineante y dibujaba los proyectos que varios arquitectos le mandaban hacer. Atendía el cuidado y la educación de sus hijos a la vez. Compartía la vivienda, que era muy grande, de estas antiguas con unos pasillos infinitos y múltiples habitaciones, con otro profesional liberal, Bernardo, que se dedicaba a escribir libros. Entre ellos notaba yo que había una amistad especial. Comíamos y cenábamos todos juntos como una familia. Ambos eran especialmente sensibles con los problemas de nuestra crianza. Se preocupaban de nuestros estudios, nos inculcaban el espíritu de la limpieza e higiene y nos iniciaban en el trato social educado y de respeto a los demás. Podría haber cuajado perfectamente en ese entorno familiar, si una grave enfermedad llamada SIDA no hubiera entrado en ese hogar.

            Estuve un tiempo en el centro de acogida municipal, compartiendo con otro montón de niños sin hogar esa especie de limbo transitorio entre una casa y otra. Nos impartían clases de cultura, educación corporal, manualidades y hablaba un psicólogo con nosotros, tanto en grupo como individualmente. Pasábamos revisiones médicas, oftalmológicas, vacunaciones y nos echaban una especie de champú en el pelo, para evitar coger parásitos.

            Mi tercer hogar era peculiar. María, una mujer con poliomielitis desde la niñez, madre soltera a los dieciocho años, aunque afirmaba que nunca había salido con ningún hombre, que vivía con su hijo y con su madre en un pequeño pisito. Cobraba una pensión de invalidez a sus veintiocho años y su madre una modesta pensión de viudedad. Fui tratado con cariño aunque también aprendí el concepto de disciplina ya que María era muy exigente en el comportamiento social y religioso. Lo que más caló profundamente en mí fue conocer y disfrutar de la figura de una abuela. Todo lo que la hija tenía de estricta, la madre, Agustina, lo compensaba con la tolerancia, la ternura y el disfrute de nuestros actos infantiles. Siempre tenía un caramelo o unas monedas para chuches que nos daba a escondidas. La repentina muerte de la abuela fue decisiva para mi vuelta al centro municipal.

            Hubo suerte y apenas aterricé en el centro de tránsito, otro hogar estaba disponible para mi acogida. Marcos y Catalina eran una pareja de divorciados que se habían conocido en el baile de los sin pareja y habían unido sus fuerzas y sus hijos para formar un nuevo hogar. Durante el tiempo que estuve con ellos, sólo conseguí convivir con todos sus hijos a la vez en contadas ocasiones. Aquello parecía una agencia de viajes en la que entraban y salían de continuas excursiones sus vástagos. La semana que estaban los de Marcos, los de Catalina estaban con su padre y viceversa. Únicamente en algunos puentes o vacaciones escolares estuvimos al completo. Ello no implicaba ningún desorden en el hogar. Todo estaba calculado, previsto y sincronizado. Los menús se ajustaban por semanas según qué hijos tocaba, la asistencia a clases extraescolares también estaban previstas: Anita, piano, Chechu, baloncesto, Cristóbal inglés e informática e Isabelita, danza. Yo gozaba y disfrutaba de los menús de todos, de los juegos de todos y también, como no, de los castigos de todos. De este hogar mi mejor recuerdo fue la armonía que dentro del caos reinaba. Los afectos fluían por ambos lados y por ende, me salpicaban a mí también. Una crisis económica producida por un incumplimiento de la sentencia de divorcio, en cuanto al pago de la pensión alimenticia, hizo que mis maletas aparecieran de nuevo en mi base transitoria.

            Mi última casa de acogida me sorprendió enormemente. Felipe era subsahariano nacionalizado español. Profundamente negro de pigmentación, que al principio me asustaba, aunque me ganó su sonrisa que dejaba asomar unos labios carnosos sonrosados y una dentadura amarfilada que desarmaba todos mis temores. Trabajador incansable que, siempre que su economía lo permitía, mandaba dinero a su familia allá en África. Mirna, en contraste con Felipe, era una polaca de piel blanca y cabellos rubios, mirada dulce, que le había conocido, se había enamorado de su gran humanidad y, al casarse con él, había adquirido también la nacionalidad española, lo que la permitía asegurarse un puesto de trabajo. Realizaba en casa traducciones del polaco al español y viceversa esporádicamente. No tenían hijos comunes pero Mirna aportaba una hija de unos 6 años y, de común acuerdo, habían adoptado a otra niñita china de apenas un añito. Felipe, seguidor del Islam, efectuaba sus rezos diarios en su estera mirando a la Meca, y tenía una visión fatalista de la vida. Mirna, católica practicante, me llevaba a la iglesia los domingos para asistir a la misa. De ambos aprendí que se llame Alá o Jesús, es bueno tener una creencia religiosa que organice tu estructura moral, así como una buena base social que complemente, en la ética y la convivencia, tu relación con los demás seres humanos y la Naturaleza. Desgraciadamente, uno de los múltiples accidentes laborales no previstos se llevó a Felipe a gozar de los jardines llenos de huríes del paraíso islámico. Mi maleta, desgastada ya de tanto traslado, una vez más la llené de mis carencias y volví a compartir ausencia familiar con mis compañeros.

            Pensé que mi vida iba a ser así hasta que cumpliera la mayoría de edad y la comunidad me buscara un medio de trabajo y me emancipara para afrontar la vida en soledad. Cuando contaba ya diez años de edad y mi visión de la vida era conformista, llegó la oportunidad de mi vida. Un matrimonio sin hijos, con una posición privilegiada en la escala social, estaba dispuesto a adoptarme, siempre y cuando cumpliera sus expectativas y pasara el período de tres meses de prueba. Todo el mundo me daba la enhorabuena. ¡Qué suerte había tenido!

            Me recogió un gran coche con chófer uniformado que, tras guardar mi exiguo bagaje en el maletero, abrió la puerta trasera, me invitó a introducirme en el asiento, me colocó el cinturón de seguridad y me trasladó por las populosas calles de Madrid hasta un chalecito de la Colonia del Viso, donde me estaban esperando mis futuros padres adoptivos. Don Rafael Espinosa de los Monteros y Carvajal, médico cirujano, director de una clínica privada, y su esposa doña María del Rosario Sandoval de Mendoza, hija de un gran empresario de alimentación, habían puesto sus esperanzas paternales en mí, dadas las referencias benignas, y posiblemente infladas, que la Consejería de Bienestar Social les había facilitado. Una acogida fría, con unas sonrisas forzadas, una exposición de mis derechos y obligaciones con respecto al nuevo hogar donde iba a vivir, iniciaron nuestras relaciones. Inmediatamente conocí el cuarto de baño asignado para mí, donde me restregaron y restregaron, hasta alcanzar un color rosáceo de piel. A partir de ese momento eché en falta mi querida maleta, compañera fiel desde hacía cuatro años, y todas mis pertenencias personales, aunque pocas eran.

            El Señor no les había concedido hijos, y eso que estaban dispuestos a recibir todos los que les mandara. Su situación matrimonial no era buena, a pesar de las apariencias cara al exterior, por lo que pensaron que con la adopción de un niño darían estabilidad a su hogar y acallarían las murmuraciones que empezaban a levantarse. Habían mirado con lupa mi “pedigrí”. Padres españoles, casados por la Iglesia Católica, sin vicios conocidos ni enfermedades transmisibles y, por supuesto, el informe médico referido a mí. Pasaron los tres meses y no debí de comportarme mal, puesto que legalizaron mi adopción. En el Registro Civil me inscribieron como José María Espinosa de los Monteros Sandoval, antes García Morales.

            Mi vida fue programada desde el primer día. Proseguí mis estudios de primaria y secundaria en el Colegio Tajamar, donde me enseñaron todas las materias comunes y un conocimiento profundo de la religión católica. No fui un niño destacado ni para mal ni para bien, aunque obtuve mi graduación con los demás compañeros. La asistencia a Misa era obligatoria, así como a ejercicios espirituales y convivencias en casas de la Obra. Por expreso deseo de mis padres, ingresé en el CEU San Pablo para formarme como médico y así, poder continuar un día los pasos de mi bienhechor adoptivo. No puse objeciones ya que no me disgustaba orientar mis estudios en la sanidad, siendo además una carrera vocacional en la que la finalidad era mejorar la calidad de vida de las personas, así como tratar de curar enfermedades y luchar día a día contra la muerte prematura. Una vez terminada la carrera, me tenían preparado el MIR en la clínica privada de mi padre, a lo cual me negué rotundamente. Quería conocer la lucha diaria en un hospital público, donde enriquecería mis conocimientos con toda clase de enfermedades comunes, accidentes y, sobre todo, con el trato con pacientes a los que no había que llamar Don fulanito o Doña menganita y poder escuchar sus sencillas historias familiares, sociales y morales. Me he emancipado económicamente de mis padres y vivo en solitario mi futuro en un piso alquilado, compartido por dos compañeros más.

             He recibido un trato exquisito de mis padres adoptivos, humano, severo y disciplinario, que ha formado mi espíritu competitivo y luchador. Mi carácter, no tiene nada que ver con ellos. Me han dado todo lo material que necesita una persona para su formación. También han influido en lo religioso, aunque más en la teoría que en la práctica. Sé que todos esos hogares de tránsito, con sus peculiaridades, sus defectos, sus carencias o sus riquezas emocionales han ido llenando de sentido mi filosofía de la vida, han provocado lo que soy hoy y me dejan entrever lo que quiero ser mañana.

            El pitido del busca me avisa que un nuevo paciente precisa de mis atenciones como interno de urgencias en el hospital Gregorio Marañón de Madrid. Un accidente de coche con una pareja de novios afectada gravemente. Mi lucha es sacarlos adelante y que puedan tener un futuro como matrimonio y como padres.

                                   Rabo de lagartija   


lunes, 18 de febrero de 2013

Trovas


Cómo se atreve a tanto un pie que, si no miente, pesa,
sube y baja, sube y baja, no cesa de saltar, subir y bajar.

Hueles a corazón de trigo y era. Suenas a nido, suenas a sonido.
Sabes no sé a que sabes y he sabido que nunca he de saber lo que quisiera.


Miras como los ojos del relente, fríamente, febril y distraída,
Entre flores y frutas la mirada.

Hablas como el silencio de una fuente, calladamente,
y andas por la vida temerosa de flechas y de nada.


Yo te libé la flor de tus mejillas y desde aquella gloria yo te añoro.
Toda la creación busca pareja, se persiguen los picos y los huesos.

Un millón de estrellas relampagueaban por los desiertos azules del cielo.
Cayeron las estrellas del cielo y yo, que soy polvo de estrella, qué presumo.


A voz en grito se escucha el silencio de los páramos, resonando en la bóveda celeste, tal es su soledad, tal su aterradora grandeza.


Quirón

martes, 12 de febrero de 2013

Redefinir lo normal


“Redefinir lo normal hacia abajo”, fue lo que se hizo en EEUU, según escribió en 1993 el senador demócrata Daniel P. Maynihan, en un famoso artículo académico. De forma que ahora, lo normal incluye conductas antes consideradas inaceptables. E Íñigo Barrón, el 21 de enero, compuso un asombroso artículo: “El Gobierno cambiará la ley para que condenados puedan dirigir entidades”. Lo normal al estar condenados. Por lo visto para ellos “los ladrones son gente honrada” y los corruptos también. Lo espeluznante empieza a ser habitual.

Los ciudadanos nos imaginamos que sí, que los sobres existieron, pero que ni el que pagó los sueldos, ni el que los cobró, ni el que recaudó el impuesto revolucionario pasarán ni un solo día en la cárcel. Es lo normal. Los políticos son corruptos, qué le vamos a hacer, se dice la gente ante la impunidad, frustrada, sin otra alternativa que votar a los otros, en los que tampoco creen. Esta es una consecuencia más del envilecimiento que ha supuesto la burbuja inmobiliaria y el daño que ha hecho a nuestras instituciones.

En febrero de 2012 Florentino Ferguroso,  dijo: “La burbuja ha hecho bajar el valor de los estudios, con la consiguiente subida en el abandono escolar, dejando a muchos jóvenes sin la formación necesaria en el mundo de hoy”. Si tan importante ha sido el impacto sobre el capital humano, ¿no lo ha sido menor para las instituciones?

Tras la campaña catalana y el caso Bárcenas, parece clara la corrupción relacionada con el boom inmobiliario, al que siempre vimos cómo pasaba en algunos ayuntamientos costeros. Mientras, muchas personas que nos parecían por encima de cualquier tentación criminal, parecen comportarse como vulgares mafiosos. Si los corruptos y demás criminales no reciben castigo, ¿qué disuadirá a los que planean estas actividades a llevarlas a cabo? Las consecuencias pueden ser brutales.

Volver al crecimiento económico requiere que las instituciones funcionen. Necesitamos instituciones “inclusivas”, robustas y bien diseñadas que, en lo económico, garanticen el derecho de propiedad, la ley y el orden, el acceso a la educación y la sanidad pública, y la importancia de restricciones y controles sobre la arbitrariedad de los políticos. Todo esto es necesario para que los ciudadanos puedan tomar decisiones a largo plazo, para poder ver las consecuencias, sin miedo a que el poderoso de turno se las apropie.

La corrupción no sólo sucede en España. Pero sólo en países subdesarrollados o en vías de desarrollo se dan estas conductas, sin temor a pisar la cárcel. Los gobernadores de Illinois más recientes no estaban peor que los peores políticos españoles. Pero el fiscal del Estado los acusaba, un jurado popular los encontraba culpables y fueron a parar con sus huesos a la cárcel. El último, Rod Blogojevit, ha sido condenado a 13 años de cárcel, “por dar contratos a amigos a cambio de dinero, vacaciones pagadas y mentir al FBI” ¿Cuántos políticos españoles cumplirían esa definición?
            En España hay muchísimos profesionales brillantes de primera línea mundial. Gente que hace bien su trabajo, que se deja la piel, que cumple. Pero esta corrupción sin castigo desmoraliza a los que trabajan, a los que cumplen, a los que pagan, pero mucho más a quienes no pueden trabajar y se han quedado sin nada.

Tanta corrupción daña peligrosamente el crecimiento económico y la salida de la crisis. El País no debe tolerarlo más. ¿Qué hacer? Primero, nuestro sistema es absurdamente garantista. Recuerden la decisión de la Universidad de Sevilla por la que no se podía expulsar a un estudiante en un examen, al que le pilló el profesor copiando. Segundo, las asociaciones profesionales de jueces han politizado mucho la profesión. Esto hace que haya que tener pruebas muy contundentes para condenar a nadie y más si son políticos. Y tercero,  hay que objetivizar los indultos (el conductor suicida con conexiones) y el tercer grado (el alto cargo del PP condenado en Cuba).

Finalmente muchos jueces “no dan palo al agua” y esto es un secreto a gritos (aunque los hay que trabajan 12 horas diarias). Desgraciadamente va a ser necesario obligar por ley a los jueces a ir a la oficina 6-7 horas al día. Sí, fichar, y no de martes a jueves y de 10 a 14, como muchos hacen ahora. “Y conste que no me llevo trabajo a casa ningún día”, comentaba una jueza amiga recientemente.

Si la justicia no funciona, si no es capaz de hacer su trabajo, de hacer cumplir la ley, el país no tiene arreglo.


Este extraordinario artículo está escrito por Luis Garicano el 27 de enero y tiene un espíritu librepensante. Como a mí me gusta. Su lectura ha provocado en mí, “librepensadora en zapatillas”, la osadía de resumir su texto, libremente. Espero haber respetado ese espíritu.

                                                           QUIRÓN      

8 DE MARZO DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER



El 25 de Marzo de 1867, más de 140 jóvenes trabajadoras (la mayoría inmigrantes), murieron en un trágico incendio en una fábrica de textil en NUEVA YORK, por defender sus derechos.

A partir de 1911 se empezó a celebrar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
                                       
En Europa  se pasó a celebrar el 8 de Marzo. En esos años a las mujeres se les impedía hablar y más aún defender sus derechos, pero nosotras, las mujeres, hoy podemos utilizar la palabra. Unas hablarán en escenarios, otras en la calle y siempre tendremos la voz muy alta para exigir igualdad  entre hombres y mujeres.

En otros continentes, por desgracia, están todavía sufriendo muchas vejaciones,  siempre sometidas a unas costumbres perjudiciales para ellas, desde niñas (o mejor dicho desde que nacen), están destinadas a trabajos de todo tipo, en muchos casos son obligadas  por  sus propios  padres y maridos. Las mujeres  son las que tendrán que empezar a prepararse culturalmente y nosotras las europeas colaborar para que todo vaya mejor. Todavía hay mucho por hacer en el mundo para conseguir que todas las personas vivamos con dignidad e igualdad.

                        DISFRUTEMOS DEL DÍA ¡¡¡¡      

Virpana

Reseña de "Historia de dos ciudades"



CHARLES DICKENS

    Novelista inglés y uno de los escritores más conocidos de la literatura universal, Charles Dickens en su extensa obra, combinó con maestría narración, humor, sentimiento trágico e ironía con una ácida crítica social y una aguda descripción de gentes y lugares, tanto reales como imaginarios. Nació el 7 de febrero de 1812, en Portsmouth, y pasó la mayor parte de su infancia en Londres y Kent, lugares que aparecieron con frecuencia en sus obras. Comenzó a asistir a la escuela a los nueve años de edad, pero sus estudios quedaron interrumpidos cuando su padre, un pequeño funcionario afable pero despreocupado fue encarcelado en 1824 por no pagar sus deudas. El joven Charles se vio obligado, pues, a mantenerse por sí mismo, y entró a trabajar en una fábrica de tintes. Esta desagradable experiencia, que más tarde describiría, sólo levemente alterada, en su novela David Copperfield (1850), le produjo una sensación de humillación y abandono que le acompañó durante el resto de su vida. Entre 1824 y 1826 asistió de nuevo a la escuela, aunque la mayor parte de su educación fue autodidacta.

    En 1827 consiguió un trabajo como secretario legal y, tras estudiar durante un breve periodo de tiempo el oficio, se convirtió en periodista en el Parlamento, lo cual le habituó a realizar precisas descripciones de hechos, cualidad que aplicaría posteriormente a su obra narrativa.

    En diciembre de 1833, Dickens publicó, bajo el seudónimo de Boz, la primera de una serie de breves y originales descripciones de la vida cotidiana de Londres en The Monthly Magazine, una revista que editaba su amigo George Hogarth. Tras ello, un editor de la ciudad le encargó un volumen de nuevas notas en este estilo, que debían acompañar a las ilustraciones del famoso artista George Cruikshank.. Publicó  Papeles póstumos del club Pickwick (1836-1837), una obra en un estilo muy próximo al de los cómics, cuyo éxito consolidó la fama del novelista, e influyó notablemente en la industria editorial de su país por su innovativo formato, el de una publicación mensual muy poco costosa, marcó una línea editorial.

    En 1843 publicó Canción de Navidad, que se convirtió rápidamente en un clásico de la narrativa infantil. Entre sus obras más representativas se encuentran Casa desolada (1853), La pequeña Dorritt (1857), Grandes esperanzas (1861) y Nuestro amigo común (1865).

    Los lectores del siglo XIX y de comienzos del XX apreciaban más las primeras obras del autor, por su sentido del humor y su trasfondo trágico. Otras obras destacadas son Oliver Twist (1839), La tienda de antigüedades (1841), Barnaby Rudge (1841), Martin Chuzzlewit (1844), Dombey e hijo (1848), Tiempos difíciles (1854), Historia de dos ciudades (1859) y El misterio de Edwin Drood, que quedó incompleta. Murió el 9 de junio de 1870 y fue enterrado cinco días más tarde en la abadía de Westminster.

Historia de dos ciudades  
    
    Historia de dos ciudades es una obra de Dickens, publicada en 1859 en la que se narra paralelamente la sociedad de Inglaterra y la de Francia, y en las ciudades de Londres y París respectivamente justo cuando estalla La Revolución Francesa.

    Inglaterra se presenta como la confianza, la tranquilidad, el futuro asegurado,  mientras que Francia se vuelve más y más peligrosa a medida que avanza el relato.

   Aunque los actos violentos que se describen en la novela pertenecen a Francia, bajo mi punto de vista Dickens nos muestra la sociedad inglesa de la época temiendo que las injusticias  sociales y políticas junto con  el empobrecimiento del pueblo tan parecido a las que se vivieron en Francia antes de la Revolución podrían repetirse en Inglaterra.

    Como en todas sus novelas Dickens nos muestra no solo la época y los acontecimientos que en ella se viven, también nos muestra a los personajes haciendo que la  descripción  de estos, junto con la de las injusticias  que sufren, logre emocionarnos, sumergiéndonos en ellos de tal modo que hace que vivamos en primera persona sus hazañas y sus desdichas.

    El comienzo de la novela nos prepara para lo que nos vamos a encontrar y nos hace ver que todas las épocas son parecidas.

    “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”

    A mí me ha parecido una novela muy interesante con la que he pasado buenos y malos momentos.

Quejio





La sirena


  
    En el barrio todos la llamábamos la Lozana, venía de un pueblecito de la costa gallega, su arraigo era tal que a veces se le hacía difícil adaptarse al ruido y trasiego de una ciudad tan grande y, como ella decía, complicada como esta.

      En realidad su nombre era Luisa; tenía el pelo largo y rubio como el trigo en plena siega, los ojos azules como fosas  marinas, su cuerpo esbelto marcaba sus curvas con la perfección soñada del mejor escultor. Lozana era una persona muy inquieta; con mucha sed de aprender. Cuando algo dudaba no le importaba preguntar al profesor ya que para ella todo tenía un porqué, con sus compañeros era muy afable, con todos se llevaba bien, tenía el don de la equidad, lo que conllevaba que a veces fuese juez y parte de nuestras discusiones; al final todos nos dejábamos llevar por sus consejos.

     Recuerdo las historias que nos contaba acerca de su pueblo, nos decía que en su playa las rocas fueron su infancia, en las que cada día descubría algo nuevo, conocía todo tipo de moluscos y mariscos; siempre estaba mirando al mar y cuando lo decía sus ojos brillaban de entusiasmo, sus brazos se convertían en olas, sus manos en  gaviotas y sus pechos en océanos.

     A Lozana le gustaba mucho escribir. Parte de sus escritos  se los dedicaba al mar y a sus gentes. Cerraba los ojos para concentrarse, decía que así sentía la llamada del mar desde la playa de su pueblo verde y salado.

   Alguna vez me dijo que cuando muriese le gustaría ser enterrada  en   el cementerio   de   su  pueblo  para poder  ser acariciada por la brisa marina, y así fue.  Recuerdo que era una fría mañana del mes de marzo, el timbre del teléfono resonó como un grito en el vacío, al otro lado de la línea una voz cortante me preguntó:

    -¿Conoce usted a Luisa Varela?

    -Naturalmente, es mi amiga.

    -Debo decirla que Luisa tuvo un accidente.

  Obviamente la noticia que me dio me dejó paralizada: Nuestra Lozana había perdido la vida en un accidente de carretera.

   Con su ausencia todos la recordaremos por sus historias, su amor al mar y a su playa verde y salada.

    
    Estamos seguros que una bandada de gaviotas la llevaron en su vuelo al cementerio de su pueblo para poder recibir la brisa  marinera que tanto añoraba. 

                                                                  Panxon            
                                                                                                                                   

¿Se merecen esto los españoles?




Soplan vientos de borrascas
y las hojas se revuelven en tormentas,
vendavales de sospechas soplan lodos,
los tornados han llegado ya por fin
y hay mareas que se agitan en los foros.

Hoy vivimos una España de codicia,
sospechosa de tramposos con el pueblo,
prepotentes que se ríen de los hombres,
dirigentes que se acusan solamente por mandar
y unas siglas contra otras por el bien propio.

Alguien puso el 20 N por recuerdo,
pero son muchas las fechas misteriosas,
muchos son los casos sin resolver,
muchas dudas que el pueblo desea se aclaren
y una ruina que el pueblo no ha provocado.

No son serias las opiniones que oímos,
no se acuerdan de los parados que lloran,
no les duele la pobreza que han creado,
lo primero es tumbar al adversario,
poco importa la familia, el honor y la nación.

¿SE MERECE ESTO EL PUEBLO?

¿SE MERECE EL PUEBLO A TODOS ESTOS?


Trotamundos

lunes, 11 de febrero de 2013

Reconocimiento


        Pertenezco a un colectivo que mantiene vivas mis inquietudes, tanto artísticas como personales.  Quizá tenga algunas carencias materiales pero desborda en ilusiones, emociones y ganas de superación. El que pinte a tu lado no es un contrincante ni un competidor. Es un compañero al que admiras si lo hace mejor que tú, en vez de envidiarlo malsanamente. Los logros de cualquier compañero son compartidos por todos y los fracasos, si es que los hubiere, repartidos entre el colectivo que te lo hace más llevadero. También se comparte el esfuerzo y el tesón, la ignorancia y el conocimiento, pero, sobre todo, se comparte la alegría, el buen rollo, la camaradería y, como en fuente ovejuna, todos a una ante las adversidades.

          
           Como se suele decir, somos pobres pero honrados. Poco a poco, como se hacen bien las cosas, y con los materiales con los que contamos, vamos realizando exposiciones y contratamos cursos para ampliar y mejorar nuestros incipientes conocimientos. Dejamos las labores ejecutivas, administrativas y representativas en manos de buenos amigos, que se esforzarán en hacer posibles los sueños colectivos, las salidas a lugares interesantes para pintar, los contactos con otras asociaciones, administraciones públicas y particulares, para la consecución de nuestros objetivos. Cualquier colectivista tiene el derecho inalienable de participar en dichas tareas.

         ¿Quién habló de vender cuadros? En nuestros estatutos no figura esta palabra en la exposición de actividades del colectivo. Nuestro fin primordial es la creatividad y el estudio de las artes plásticas. Es una posibilidad que sería aceptada cuando nos llegue, pero no es el camino, la meta o el premio. Nuestro mejor premio es realizarnos tanto en lo personal como en nuestras aficiones pictóricas. El camino es el esfuerzo por mejorar nuestras actitudes y aptitudes. No ponemos metas, porque eso podría poner freno a nuestros logros. Como observador, llego a la conclusión  de que, aunque cada uno seamos distinto del otro, nos esforzamos para que nuestros caminos individuales converjan en una gran autovía en la que cabemos todos y llegamos mejor a nuestro destino.


         De vez en cuando, y por creerlo necesario, hacemos terapias de grupo muy convenientes para limar asperezas, si las hubiere, acercar posturas e ideas y reconfortar el espíritu y el cuerpo, con alguna comida o salida lúdica. Somos el doble de hombres que mujeres, lo cual no es impedimento para que todos seamos seres humanos, con los mismos derechos y obligaciones. También es más enriquecedora la diversidad y la pluralidad y, siempre, más divertida por las controversias y sutilezas entre ambos sexos. No nos faltan los comentarios modestos, moderados y bienpensantes. Tampoco nos sobran las frases con doble sentido, las agudezas lingüísticas y las metáforas hilarantes que salpican las conversaciones del colectivo.

         Aunque somos jóvenes, tanto como asociación como de espíritu, aportamos una experiencia de muchos matices que, compartidos, van cerrando las lagunas y carencia individuales y conformando un colectivo fuerte, dinámico, sin fisuras y que conoce el camino que nos llevará hasta el futuro, sin renunciar al pasado.

         Tantas cosas podría decir de mi asociación que harían aburrida esta lectura. Pero afirmo una última: Podemos poner muchos adjetivos calificativos al colectivo, menos el de aburrido.

Rabo de lagartija

miércoles, 6 de febrero de 2013

Eres




Eres la música que alimenta mi espíritu.

Eres la serenidad que da paz a mí alma.

Eres como el ruiseñor, alegras mí vida.

Eres la luz que alumbra mí camino.

Eres como el sol, me infundes energía.

Eres la sensibilidad que despierta mí cuerpo.

Eres la fuerza que nunca  se rinde.

Eres la frescura que desprende el rocío.

 Eres la calma en noche de tormenta.
     
Eres la inteligencia envuelta en sencillez .  
                
Eres la ternura que despiertan los niños.

Eres como brisa fresca despejas inquietudes.

Eres como el cauce del río que nunca se detiene.

Eres como el manantial que nunca se agota.

Eres…







Voleta

Noche de insomnio


     

Otra noche más me acecha el insomnio, bien sabe Dios que no se como evitarlo ya que me duele mí sentir.

En la soledad de la noche el silencio es total,  solo lo rompe mis dedos sobre el teclado del ordenador y aun así me cuesta salir de él, es por ello que necesito sentir que hay más vida que la mía. Siento el latido de mi corazón algo acelerado por las inquietudes que me acechan “es tal el silencio” que me duele.

Pasan lentos los minutos y estos se van convirtiendo en horas; con el avance de las horas va llegando la clara aurora y con ella, parecen  mitigarse los fantasmas que me acechaban en el silencio y la soledad de la noche.

Por el momento no deseo continuar desnudando mi alma, espero que con la luz brillará algo más mi entorno y esa luz comienza a despuntar con el nuevo día, que dará lugar a la rutina de siempre.

Otra noche se acerca, ¿que me deparara? El día transcurrió tedioso, sin sobresaltos ni sorpresas.

Es el comienzo del invierno y los árboles aun conservan en sus copas bellas tonalidades, aunque pronto irán desapareciendo, privando a nuestros  ojos de tan natural y espléndido espectáculo.

Me voy a dormir deseosa de un sueño largo y reparador, y para ello me mentalizo  con la esperanza de esta noche poder conseguirlo. Siento como se relaja mi cuerpo y me abandono, no puedo recordar cuanto tiempo hacía que no me sentía así.

Música, cómo me gusta la música, ella influye de manera especial en el ánimo y  dependiendo del momento y según que melodía, me gusta escucharla en solitario, o en buena compañía.

Una balada inunda la estancia y un grupo de personas muy animadas comienzan a bailar, añoro tiempos lejanos, aunque no me dura mucho ese sentimiento ya que, en ese momento alguien se me acerca invitándome a unirme a ellos, no lo dudo ni un instante y me uno al grupo, hacia tanto tiempo que no bailaba que acepté con agrado. Debo añadir que viví momentos deliciosos mientras mis pies, incansables, se deslizaban al compás de los acordes. El sonido de la lluvia repiqueteando en el cristal  de la ventana, me devuelve a la realidad.

                                   Voleta                            

lunes, 4 de febrero de 2013

El viejo profesor

Tuve un viejo profesor, que no sabía leer ni escribir. Era tan pobre que su tesoro era una pequeña colchoneta, en una pequeña habitación, en una pequeña casa, con una pequeña lumbre y una vieja silla, junto a la lancha de la lumbre.

Los niños del barrio nos pasábamos las horas escuchando a nuestro viejo profesor. Un profesor que no nos ponía deberes, no ponía tareas y no nos ponía faltas.

Nos contaba las cosas de su abuelo, que decía que murió muy viejo, pero que aún él recordaba las cosas que de niño nunca entendía. Decía de su abuelo que el que tiene un burro, no le hace falta más, porque si quieren dos, luego quieren tres y, así, más y más.


"Había una vez un pastor, que era un gran amante del ganado y, en pocos años, vio nacer casi todo el rebaño. Conocía a todas las ovejas ya todos los corderos, y cuando se vendían, el "amo" se ponía muy contento con los beneficios. Pero la usura le hizo comprar el doble de ganado. Pero el pastor ya no podía atender a tantos y el ganado tuvo menos valor que los años anteriores y los malos modos del "amo", obligaron al pastor a dejar el rebaño. Cambió de "amo" y todo iba bien, hasta que el nuevo "amo" hizo lo ismo que el anterior, y el pastor se marchó a su casa."

El viejo profesor  nos decía que eso mismo pasa en todas las partes del mundo. El que manda, cuando tiene dos quiere cuatro; cuando tiene 8 quiere mil, y así hasta que se hace con todo y luego trata a los demás mal y así, nadie cumple con su deber.

Hoy recuerdo al viejo profesor, soy también abuelo y viejo y, cuando veo la "tele", creo que estoy en mis años de juventud, cuando escuchaba en la pequeña casa las cosas de tantos años antes y, hoy son lo mismo.

Se han cambiado ovejas por bancos; corderos por pisos; pastores por especuladores. Altos cargos que no conocen los escrúpulos; miserables que ocupan importantes puestos en el Estado, que sólo les sirve para engordar sus cuentas. Personas que un día los elegimos para el bien común de la nación, y nos han dejado en la más triste miseria. ¿Qué clase de seres son estos?. ¿qué apelativo les ponemos? Cuando el río anda revuelto, el más tonto hace relojes y todos aprovechan la ocasión para creerse el mejor, y equivocar a los demás, siempre, en su propio beneficio.

La historia se repite y se repite y....

Son ibéricos los lomos,
los chorizos y jamones.
Por donde quiera que vayas,
los encuentras a montones.

Desde Santiago a La Línea,
desde Olot al Guadina,
puedes encontrar chorizos
donde a ti te dé la gana.

España es rica en chorizos
y en cuestiones preferentes,
en viajar a paraísos
con carita de inocentes.


Trotamundos