sábado, 26 de octubre de 2019

El gato que maullaba





        Máximo llevaba casi un litro de agua bebido cuando le llamaron por su número para hacerse una resonancia magnética. Se desnudó quedándose únicamente con la ropa interior, se puso la bata “culo al aire” que le habían dado y le hicieron tumbarse boca arriba en una máquina tubular que iría pasando por su cuerpo con un movimiento de rotación y de traslación y fotografiaría todo su abdomen.

        Ayer habían sacrificado al gato “pezuñas”, que ya tenía muchos años y la enfermedad se apoderaba de él y le hacía sufrir. El veterinario propuso ponerle una inyección que le quitaría rápidamente los dolores y se dormiría para siempre.

        Puso los brazos estirados por encima de la cabeza para que la vía que tenía puesta no saliese en la resonancia. Por ella le meterían un contraste para ver mejor el interior de su cuerpo. Las personas que le atendían se salieron de la sala, al fin y al cabo era una especie de radiación a lo que le iban a someter.

        Los seres humanos tenemos derecho y obligación de padecer dolores y sufrimientos debido a enfermedades, a veces terminales, hasta que nuestro cuerpo deje de luchar para sobrevivir y la paz de la muerte nos de el descanso eterno. El juramento hipocrático y la religión cristiana no contemplan otra forma de despedirnos de este mundo.

        “Respire hondo y mantenga el aire en los pulmones sin expulsarlo”. La máquina empezó a girar y a pasearse desde mi cintura hasta el cuello. “Suelte el aire y respire normalmente”. Así, tres veces. Le avisaron que cuando el contraste entrara en vena, tendría sensación de frío.

        Hoy por hoy existen los cuidados paliativos, que algo tranquilizan al paciente, llevándolo a una semiinconsciencia, en la que no siente dolor. Sin embargo, hay enfermedades que ponen fecha de caducidad a tu vida o te tienen en un estado vegetativo en el que ni sufres ni padeces, pero tampoco tienes una calidad de vida. Enfermedades mentales que te hacen vivir en una irrealidad en la que no conoces ni recuerdas tu vida como ser humano y partícipe de una sociedad.

        “Puede levantarse y vestirse y ya le dirán el resultado en la consulta”. Una sensación de atontamiento hasta que su cuerpo recuperó la estabilidad, le llevó hasta la cafetería para tomar algún alimento ya que había estado en ayunas desde algunas horas antes de la cita.

        Máximo reflexionó sobre los pensamientos que había tenido durante la prueba y llegó a la conclusión que, si después de esta vida hubiese una reencarnación, le gustaría ser un gato.


Rabo de lagartija

El barrio





            María subió las escaleras mecánicas del metro que la conducían al  exterior de la estación.  Una vez arriba se encontró frente a la plaza y con la mirada recorrió el lugar. En el centro la fuente, donde en un tiempo se levantaba el entramado del  scalectrix por donde circulaban los vehículos y que no dejaban ver la belleza que en ella se encontraba.
     
            Por un tiempo la mujer vislumbro con la mirada lo que tanta veces había visto en ella: La Cuesta de Moyano, donde seguían las casetas de libros viejos y de ocasión, el Paseo del Prado y el Jardín Botánico, donde había ido de niña en las noches de verano a tomar el fresco junto a sus padres, la estación con los trenes que salían con dirección a otras ciudades. En ella también se encontraba el Museo donde antes había sido un hospital. Llegado a este punto sonrió, cómo iba a pensar ella que en aquel lugar donde había permanecido ingresada una noche, sufriría una transformación tan grande, dejando las salas vacías para llenarlas de arte.

            Después de un tiempo, María tomo rumbo hacia la casa donde la estaban esperando. Al llegar a esta se encontró de nuevo con los recuerdos que acudieron a su mente. La calle en la que ahora se encontraba, el tráfico y los coches no dejaban de transitar y recordó como en ella  en un tiempo, había jugado con las niñas del barrio a la piedra en los dibujos hechos en los cuadrantes de los adoquines que formaban el pavimento de la calle.

            Por un tiempo continuo recordando los cambios que se habían ido produciendo en la zona y, como cada vez que regresaba a ella, no dejaba de recordar los momentos que había vivido en el barrio.


I R I S

La cripta de los sueños





Todo parece conspirar contra el libro.
Contra el tiempo de lectura.
Esa es la gran materia prima en la era virtual, el tiempo humano,
 y este recurso planetario está siendo disputado por los gigantes tecnológicos palmo a palmo, cuerpo a cuerpo minuto a minuto, día y noche.
 Con el terminal inteligente y la reserva infinita de las aplicaciones, tenemos en las manos, por fin, el instrumento mágico de los cuentos de la infancia.
 Pero somos los primeros hechizados.
Vamos alquilando nuestro tiempo libre hasta que disponemos de él. Desahuciamos el tiempo perdido.
Es una nueva pobreza, la de no perder el tiempo.
Hubo un tiempo, una época en la que leíamos mucho en el metro,
en el tren, en el bus. Ahora, por cada cien pasajeros empantallados,
 con suerte distingues una lectora clandestina. Lee inclinada, rodeando el libro
en su regazo, como quien protege el lugar sentipensante,
en un nido de tiempo fermentado.
 La cripta de los sueños.
Quirón

Por fin la lluvia





         Ayer nos llegó la lluvia,
                   la lluvia tan esperada,
                   una lluvia muy serena
                   y por todos deseada-

                   Después de tanta sequía,
                   esta lluvia es un tesoro,
                   los árboles ya sonríen
                   y hasta cantan los arroyos.

                   Ayer miraba en el charco,
                   pero no quedaban peces,
                   por culpa de la sequía
                   que lo arrasa todo a veces.

                   Los árboles se han secado,
                   en este verano ardiente,
                   el paisaje está dañado
                   y pesarosa la gente.

                   En los corrillos se escuchan,
                   lamentos de los pastores,
                   y labradores que dicen
                   que ya quedan pocas flores.

                   Pero en las grandes ciudades,
                   la vida está muy dañada,
                   y si no ponen remedio,
                   la vida no vale nada.


Trotamundos

sábado, 19 de octubre de 2019

El retrato





        Francisco preparó la tablilla en la que estiró y pegó con cinta de carrocero la cartulina en la que plasmaría el retrato de Elvira, su mujer. Colocó la tablilla en el caballete de mesa, lo ajustó en la inclinación necesaria para tener una perspectiva buena y, a su lado, colocó lápices, goma de borrar y dibujar, difuminador y las barritas de pastel de diversos colores con los que intentaría plasmar los colores, tonos y sombras que dieran viveza al rostro que iba a pintar.

        Con un lápiz trazó las líneas básicas de la estructura de la cabeza y cuello en base a la fotografía que iba a intentar reproducir. Empezaría de izquierda a derecha y de arriba abajo a rellenar dicha estructura, para no arrastrar los pigmentos con la mano. Midió y fue dibujando con el lápiz donde estaría el pelo, la frente, las orejas, los ojos, la nariz, la boca, el mentón y el cuello.

        Buscó el tono adecuado de pastel y, siguiendo la sinuosidad de las ondas fue conformando lo que sería su pelo, ese pelo que le gustaba acariciar y enredar sus dedos en él, lo notaba fuerte y a la vez sedoso. Siempre tenía un mechón rebelde que se salía de la línea de peinado. Cuando Elvira apoyaba la cabeza en su hombro, sus cabellos acariciaban su rostro.

        La parte alta de las orejas coincidían en línea con sus cejas, y la parte baja con el final de su nariz. Le gustaba acariciarle las orejas por la parte de atrás, siguiendo la línea de unión con la cabeza, hasta llegar al lóbulo que tantas veces había mordisqueado y que le causaba risa y placer a Elvira.

        La frente, marcada por líneas que conformaban la estructura ósea, llegaban hasta sus cejas, siempre arregladas y depiladas, que parecían trazadas con un lápiz, y que daban comienzo a la oquedad donde el globo ocular daba forma a sus párpados de largas y marcadas pestañas, desde donde una mirada intensa y brillante le penetraba en su cerebro mandándole mensajes de toda índole. De amor, de alegría o tristeza, de desacuerdo o de apoyo. Cuantas conversaciones mantenían con sólo mirarse.

        La nariz, ni gorda ni fina, ni larga ni corta, ni puntiaguda ni chata, dividía en partes iguales la distancia entre sus ojos, marcando bien las aletas y los agujeros por los que Elvira respiraba rítmicamente cuando estaba tranquila y desacompasada cuando algo la intranquilizaba o algún esfuerzo requería aumentar el ritmo.

        Debajo del apéndice nasal quedaba un espacio hasta llegar a su boca, sus labios bien perfilados, con un brillo especial que la luz le proporcionaba y que, cuando conformaban una sonrisa junto a la chispa de sus ojos, le volvían loco y le transportaban a eso que nadie sabe definir pero que llaman felicidad. Cuantos besos de cariño, de amor, de pasión no le habrían dado esa boca desde la época soñadora de novios hasta hoy, y que todavía le ponían el vello de punta con sólo su contacto.

        El hoyuelo que daba inicio a su mentón, firme, seguro, a veces altanero, cómo le gustaba mirarlo, bajando luego hasta su cuello, largo, bien definido que tantas veces había acariciado y besuqueado produciendo a Elvira sensaciones inconfesables y que se curvaba para dar inicio a sus hombros suaves, sensuales.

        Francisco se preguntaba si sería capaz de plasmar en una cartulina todas las sensaciones que le producía contemplar el rostro de Elvira. Cogió la primera tiza y comenzó a interpretar, poco a poco, lo que sus sueños le dictaban.


Rabo de lagartija

Frustración





La  frustración la ahogaba. Aferrándose en la dulce resonancia. Trastornada, se sentía acosada. Los sueños tormentosos, furgones apiñados de jadeantes ancianos, soportando su mirar sumiso, esa mirada con tacto que sugiere cuidado sin fin.

Avanza cuidadosa apoyándose en el vellón volandero de la niebla.

Va insistiendo sobre objetos como si pudiera apoderarse de ellos.

Ese vehículo era el hada madrina, la salvación, una especie de asidero a la vida, mas el hada esperada llegó y aquellos seres sedientos de amor, sometidos a secular predestinación, hueros, transidos, transportados en furgón, sometida su  dignidad en aras de la economía de mercado.

El rigor se quebranta tormentoso, ancianos aquejados, lacerados, transferidos a sus hogares sin escuchar la ética del dolor.

Nuestros ancianos son nuestras raíces y además nuestra mejor memoria.

Somos su sangre, su vida nos han traído hasta aquí, en esta vida en la que no encajan. Su rigor se quebranta  de inquietud, también la nuestra.

Abocados a un misterio indecible son nuestra mejor memoria, la marca de la disciplina que nos arraiga a la Tierra.

QUIRÓN

sábado, 12 de octubre de 2019

Soledad





            Juan abrió la puerta y depositó la maleta en la entrada. Hacía tres meses que se marchó de su piso en la capital y el final del verano le había hecho retornar a sus cuarteles de invierno. La maleta venía cansada de vaciarse y llenarse, de conocer nuevos sitios, de acceder a transportes diversos,  de no echar arraigo en ningún sitio. Por fin terreno conocido y un merecido descanso.

            Desde la entrada Juan echó una mirada nostálgica al sofá del salón. Cuantos ratos han pasado juntos, piel con piel, leyendo, viendo la televisión, inclinando la cabeza después de comer. Era una pieza imprescindible en su vida.

            Cogió el teléfono y llamó a sus hijos: “Ya estoy de vuelta. Todo muy bien. Algo cansado, ¿Los niños bien? Ah, ya en sus rutinas de estudios y entrenamientos. Un beso.” Ya había dado el parte de llegada, ahora tocaba cambiar el chip y empezar a disfrutar de las rutinas y hábitos adquiridos a lo largo de los años.

            No era un hombre que le gustara estar siempre de viaje, en movimiento. Pero había razones poderosas para ello. Una, la insistencia de su familia por que se distrajera, tanto físicamente  como mentalmente. Otra, la recomendación de su médico para que no se apoltronara en el sillón y se activara andando y saliendo de sus rutinas. Y una última, desde que Flora dejó de gobernar su vida, se le caía la casa encima junto a su soledad. Los hijos y los nietos, aunque se esforzaran por darle compañía y cariño, tenían sus propias vidas que vivir y falta literal de tiempo para compartirlo con él, Si caía enfermo o tenía citas médicas, sus hijos se turnaban, según les viniera mejor, en estar con él en las visitas médicas o ayudarle en la casa algún fin de semana.

            La viudez le cayó encima de golpe. Tuvo que aprender donde estaban las cosas de uso normal de la casa, las normas de limpieza y mantenimiento de los elementos del hogar y de su propia persona, los abastecimientos necesarios para ello y su propia manutención. El hombre hasta se aprendió los precios de las cosas y dónde estaban más baratas, así como cuales eran los mejores géneros. Se entretenía en el mercado o supermercado cambiando impresiones con las conocidas o vecinas sobre alimentos, comidas y otras labores propias del hogar.

            Todo ello lo había asumido y aceptado como forma de mantener su vida física y mentalmente. Lo que nunca ha superado el la ausencia de su Flora, su amor de toda la vida, compañera, amiga, confidente, enfermera, afín en sus costumbres y gustos, que daba luz y alegría al hogar que un día fundaron juntos. A todo lo demás se acostumbraba. Cuando llegaba la época estival hacían sus proyectos de salidas, para conocer nuevos sitios, nuevos parajes, nuevas sensaciones que compartir y disfrutar. Todo ello no volvería.

            Juan deshizo su maleta, colocó su contenido en su sitio o en el cesto de la ropa para poner mañana la lavadora, echó un vistazo a toda la casa, cogió un libro que tenía empezado, colocó los cojines convenientemente en el sofá y se dejó envolver por la rutina un año más.


Rabo de lagartija

Se cierra el telón





            El telón se dejó caer lentamente, cerrando por última vez el escenario. Las luces del patio de butacas se fueron apagando lentamente hasta que reinó la obscuridad total en él.

            En los camerinos, los actores miraban por última vez al espejo que tenían enfrente, donde se habían maquillado desde hacía tanto tiempo antes  de salir a escena, y el espejo les devolvía la tristeza de sus miradas.

            Cuando los actores y empleados salieron del local, el silencio comenzó a reinar en su interior; entonces mágicamente las luces se encendieron sin que nadie diera al interruptor, los camerinos abrieron sus puertas sin que una mano girara  el picaporte, dejando  ver su interior desierto, al tiempo se  podían ver las imágenes irreales al otro lado del espejo. Por los pasillos deambulaban tomando vida los personajes que durante años habían sido representados por los actores y  ahora ellos saliendo de la fantasía  se preparaban para hacer la  última representación.

            El tiempo había transcurrido y en el lugar donde se  hallaba el viejo teatro, ahora se alzaba un edificio de apartamentos.

            Cuentan algunos vecinos de la zona que por las noches se pueden oír el susurro de voces saliendo de las paredes del nuevo edificio y el sonido que hace  cuando se cierra el telón.    

           
I R I S

Gracias





Porque fuiste abuela en las largas ausencias de mis
padres, cuando yo era pequeño y la casa era grande;
porque fuiste ternura, cuando necesite una caricia
y un abrazo que valga;
porque fuiste calidez, cuando en la mañana fría me
 cobijaba en tu cama;
 porque fuiste música,  mientras practicaba en el piano
y tú en tu mecedora me escuchabas;
porque fuiste verano y vacaciones y Navidades,
cuando tu casa de piedra nos recibía alegre  junto al mar;
porque fuiste dolor, cuando peleaba con mis hermanos
 y consuelo con tu palabra sanadora y dulce;
porque también fuiste tristeza, cuando tus pupilas
verdes reflejaban soledad;
 porque fuiste generosa con tu tiempo y tus bienes, y
 fuiste mi refugio  cuando la vida fue dura;
 porque fuiste poesía, cuando te escuche con pasión
y luego te leí mis primeros poemas;
porque me diste sueños, cuando aun no soñaba, y
alas cuando aun no volaba;
porque me enseñaste que el amor siempre comprende,
siempre persiste y siempre perdona, que un día
con amor es infinito y una eternidad sin amor no es nada.
Gracias, oma, porque me diste la serenidad y
la calma, y el placer del silencio cuando la mirada acompaña.
Gracias por el niño que fui y el que siempre vivirá en mi interior,
 y por mostrarme, hoy como ayer, que las lagrimas
bien vertidas nos limpian y embellecen el alma.

Quirón 

Otoño





Tiempo de abrigo y de sueños no cumplidos.

Indescriptibles   formas vienen con el viento brusco y recorren hambrientos campos y arboledas,  que desmadejándose van perdiendo todos sus frutos.

Túneles de sombras recorren los últimos rayos de Sol que perezosos deambulan antes de su desaparición en las cumbres.

¿Que nos traerá este Otoño que empieza?

Incertidumbre, seguro, porque los árboles están inseguros y no hay nadie que sujete la tierra.

Habrá que hacer injertos de savia nueva para reconfortar lo que ha crecido débil y con desgana en los campos.

¿Que se hará con las  hojas que pierden su esplendor en días otoñales?

Con los vientos huracanados que nos rodean, sería esencial aprovecharlos para nuevos frutos y todos los  árboles y plantas en general, estuviesen de nuevo poblados de alegría.

No dejemos que las raíces estropeen el abono que un día dejamos puesto con ilusión y manos firmes.

Que no tengamos miedo a la llegada del otoño, que todo brote al unísono.


VIRPANA