sábado, 16 de febrero de 2019

El pañuelo





       Vanesa empezaba a notar los efectos de los ciclos que le estaban poniendo. Cansancio, náuseas, vómitos y la caída del pelo. Sus defensas mermaban y tenía que volver a recuperarlas para el próximo ciclo.

       Todos los días se miraba al espejo que, junto con el peine, reflejaba la realidad de la caída del pelo. Una mañana decidió raparse la cabeza para no sufrir más viendo cómo perdía su melena rizada que tanto gustaba a su marido. ¡Ya está! Y ¿ahora qué?

       Se puso el gorro de invierno y salió a la calle. En Internet había buscado una tienda que ofrecía distintos modelos de pelucas para ocultar su calvicie. La encontró y entró con aire de culpabilidad por tener que acudir a dicho establecimiento. Le enseñaron diversos modelos y se probó alguno. No estaba convencida y dijo que se lo pensaría.

       Cuando llegó a casa le dio vueltas al asunto y recordó aquella vecina mayorcita que sufría una alopecia aguda y que optó por ponerse peluca. Se le notaba desde la distancia que no era su pelo, que no era su estilo de peinado y, a saber con qué materiales lo fabricaban. No. Esa no era la solución que quería.

       Rebuscó por los cajones sin saber en concreto qué buscaba, hasta que encontró, bien doblado y semioculto en el fondo de un cajón, aquel pañuelo que le regaló su marido para cuando iban en la moto, ella de paquete abrazada a él y dándole el aire en la cara y su pelo sujeto por aquel pañuelo para no despeinarse.

       Se lo probó de distintas maneras hasta que encontró una que no le quedaba mal. Unos retoques aquí y allá y se miró definitivamente en el espejo. Vio reflejada una mujer, todavía joven con la cabeza cubierta con estilo y elegancia de un colorido y jovial pañuelo. Una media sonrisa afloró a su rostro. Se pintó las cejas con el lápiz de sombra, se paseó el pintalabios por sus labios resecos y tiró una raya artística por encima de sus pestañas.

       Esperó pacientemente a que su marido volviera del trabajo. Oyó abrir la puerta y los pasos hasta el salón. Venía a darle el beso de saludo y se quedó parado, a medias de agacharse sobre el rostro de su mujer. Su cara reflejaba sus sensaciones y sentimientos que Vanesa leía con avidez. Una amplia sonrisa espontánea afloró en el rostro de su marido y unas palabras surgieron de su corazón:

       “Cariño, te quiero con pelo, sin pelo, sin pañuelo y con él. Estás preciosa”.

       Vanesa salía todos los días a la calle con la alegría reflejada a su rostro.


Rabo de lagartija

A pelo





 A pelo se monta sin silla, va al descubierto y se muestra tal cual es.
Es como recibir un gran abrazo: lleno de oscuridad y
 profundidad, de integridad y bienestar.
Ofrece  un sentido íntimo y distinto de los sabores de la tierra.
Hay misterio en la relación, hay comprensión innata y ningún aspaviento,
hay sentimiento y complicidad, sonrisas y un punto de picardías.
A pelo recoge al caminante y lo lleva  por los senderos de la frescura
Y la franqueza con brío y con energía, con soltura y desparpajo.
Es vida y corre como agua que brota de una tierra con cicatrices.
Sabe a ciruelas y a violetas, huele a pastel de cerezas y a arándano negro.
Tiene la acidez de la corteza de naranja confitada y la consistencia y
 enjundia de la algarroba y la almendra.
 Baila como las sombras en la caverna para anunciar que la verdad existe:
No hay más que beberla.
Lorarel y sus habitantes son como un algarrobo:
Una presencia amable que invita a recoger su sombra discreta y sus frutos
Sonríe  al invierno y resiste el verano, hermoso en su sencillez.

QUIRÓN

Los recuerdos





En una ocasión en un grupo de lectura nos dijeron que escribiéramos recuerdos de la infancia, sensaciones, lugares, olores y esto es lo que a mí se me ocurrió.

Cuando yo tenía seis años la casa de mi abuela me daba miedo en general pero había algunas cosas que me llamaban la atención.

La llave que era muy pesada y mucho más grande que mis manos, la puerta que por la parte de abajo era de madera pero la parte de arriba era de cristal, y por la noche se ponía un tablero.

Se subía un solo escalón y entrabas al comedor, donde estaba la tele, una mesa redonda y silla, mi abuela nunca tuvo un sofá.

Del comedor salía un pasillo largo en el que había dos habitaciones a la derecha, cada una con dos camas pequeñas y sin ventanas, al final del pasillo había que subir otro escalón y se llegaba a la cocina, exageradamente grande en contraste con el resto de la casa. Había una ventana muy grande y debajo una pila blanca en la que siempre descansaba una tabla de madera de lavar. Mi abuela nunca tuvo lavadora. La cocina era de carbón.

El retrete estaba afuera en un patio, por eso no era raro ver algún orinal debajo de la cama.

Pero lo que me daba miedo era una trampilla que había en el techo del pasillo cerrada con un candado. Nunca vi subir a nadie pero en mis sueños bajaban monstruos y subía yo, que debía tener mucho interés en saber que había allí. Cuando pregunté por aquella trampilla mis padres me dijeron que era el “sobrao”, y a partir a ahí se convirtió en un juego imaginar poder subir y ver qué había. Nunca lo conseguí.

En el patio descansaban unas traviesas de ferrocarril que hacían las veces  de asiento y de lado a lado del patio las cuerdas de la ropa. Cuando lavaban las sábanas, las tendían a la mitad y una tras otra de modo que yo empezaba a recorrer las sábanas por debajo y me llegaba el olor del añil, mientras pasaba de una a otra, las sábanas blancas y azuladas a causa del añil me trasportaban a un cielo con nubes. “Era muy feliz”.

Era una casa que me daba miedo, aún así cuando supe que la iban a derribar me fui despidiendo de cada estancia sin quitar la vista de la trampilla del pasillo.


Clave de sol

sábado, 9 de febrero de 2019

El roce hace el cariño





         Una vez que un pariente de lo más lejano llegó a ministro, en mi casa hubo una revolución. Se dispararon todos los sueños olvidados, no se puso ningún freno a la imaginación y se construyeron mil castillos en el aire. Se cambió radicalmente de chaqueta. Ahora veíamos con entusiasmo y comprendíamos las razones que tenía el Gobierno para efectuar con el pueblo el severo y estricto programa electoral que preconizaron.

         Se buscó exhaustivamente la dirección, los teléfonos de contacto de nuestro ilustre pariente, no tan lejano como parecía al principio, se recordó nombres de padres, hermanos y otras parentelas del reciente ministro y se puso al día los curriculum de todos nosotros, parados, mal contratados o ambiciosos por subir peldaños en la escala social. Se hizo una rigurosa lista por orden de jerarquía de los habitantes de nuestra casa, donde constaba parentesco, edad, situación familiar y laboral y, sobre todo, pretensiones profesionales.

         Recuerdo el empeño y el cariño que puso mi padre en pegar adecuadamente el sello de correos en el sobre que viajaría directamente hasta nuestro porvenir. Correo certificado, con acuse de recibo. Fuimos todos a la oficina postal para depositar nuestras ilusiones y dar fe de que eran admitidas por el correspondiente empleado, sin ningún tipo de defecto, restricción o mácula.

         Pasaron los días con desesperante lentitud. Tardaba la respuesta. Buscamos todos los motivos de excusa para dicha tardanza. “Tiene que pasar por el registro de entrada”, “luego, se procederá a su envío al departamento correspondiente”, “de allí, una vez pasado el filtro del jefe de departamento, subdirector, director, secretario del director general, y director general, pasará al subsecretario del ministro. Éste procederá a pasarlo al secretario de estado cuando sea el momento oportuno, dentro de orden protocolario. El secretario de estado valorará el contenido del sobre, si se ajusta a derecho, si no supone infracción de ninguna norma dictada por su gobierno y partido e investigará si los hechos y parentescos del mismo son ciertos”. “¡Ya estará en la bandeja de espera para ser despachado por su excelencia el ministro! (Manolito le llamaban en su casa)”.

         Al cabo de dos meses llegó el acuse de recibo del sobre, efectuado por un funcionario anónimo. Por lo menos había llegado a su destino. La espera pasó de la duda a la esperanza. Pronto recibiríamos noticias, positivas por supuesto. La esperanza se fue debilitando con el paso de los días e incluso meses. El cabeza de familia no se atrevía a molestar directamente al Sr. Ministro, no sea que fuera contraproducente. Nos íbamos conformando con que nos ofrecieran la cuarta parte de nuestras peticiones. Según aumentaba la tardanza en la respuesta, disminuían nuestras expectativas.

         El cartero nos trajo el sobre oficial del ministerio exactamente a los 237 días de haber enviado nuestra petición. Un papel doblado contenía el sobre. El patriarca tuvo el privilegio de extraerlo. Lo extendió, lo alisó, se puso las gafas y se lo acercó a los ojos. ¡Léelo en voz alta, que lo escuchemos todos! Pudimos ver que el papel tenía un membrete en la parte superior izquierda , que estaba bordeado por ribetes dorados y, al final del escrito se observaba una firma grandilocuente y rimbombante. Las pocas palabras escritas en él decían:

         Querida familia:

         Qué alegría me ha dado el tener noticias de vosotros después de tantos años. El motivo de esta carta, antes de tomar ninguna decisión, es para que me aclaréis una duda. ¿De qué rama familiar somos parientes? ¿Por parte de mi padre o de mi madre? Perdonad mi ignorancia, es que me han escrito tantos parientes últimamente, que ya me pierdo en mi árbol genealógico. Podéis contestarme a la misma dirección de la primera vez y así ya podré tomar mi decisión.

         En espera de vuestra contestación al respecto y quedando a vuestra disposición para lo que necesitéis, atentamente,

         Vuestro pariente más que lejano.


Rabo de lagartija

La pequeña rubia judía






Gerda Taro, “la pequeña rubia”, la compañera fotógrafa- reportera, de Robert Capa, murió trágicamente aplastada por un carro de combate, El T26.

Parece que el 25 de julio de 1937, en la brutal confusión que reinaba con la retirada republicana de Brunete, Gerda que iba subida al estribo de un automóvil cayó de este a un terraplén y el tanque T26 ruso, de los republicanos que avanzaba de espaldas la aplastó. El tanquista Aníbal González, ni se enteró. Pero lo vio todo el tanque que le seguía y más tarde  le dijo, “te has cargado a la francesa Aníbal”.

En realidad era una judía alemana y se llamaba Gerta Pahovylle.

 No se sabía del tanquista que atropelló a la fotógrafa, ni las circunstancias exactas hasta el pasado jueves 9 de julio de 2009. Un sobrino del segundo tanquista que vio el atropello, llamado Fernando Cambronero, ha relatado lo que su tío Fernando Plazas  le contara tantas veces siendo él niño. Ha aportado también algunas fotografías de la guerra, que su tío salvó escondidas en las botas cuando fue hecho prisionero.

Su tío Fernando tenía 19 años, cuando vio al tanque de su compañero pasar por encima del cuerpo de la reportera. Sabían quien era la chica, la intrépida reportera  antifascista compañera de Capa.

“La niña valerosa que se creía invulnerable”, así la describió Rafael Alberti. No murió en el acto. Sujetándose los intestinos y manteniéndose a duras penas  con el vientre abierto, fue llevada al hospital ingles en el Goloso, donde falleció al día siguiente.   
       


                                      QUIRÓN

La roca blanda





De granito era la roca
que la brisa acariciaba,
luego se cubrió de musgo
cuando la lluvia regaba.

En el lado  de solana
cuando las tardes de fríos,
era la roca adorada
para contar amoríos.

Aquella tremenda roca
llena de musgo y de amor,
                                tenía tantas historias
que  desprendía calor.

Un día llegó un cantero
que de la piedra vivía,
 y quiso romper la piedra
pero vio que no podía.

Y del centro de la roca
 notó una voz que le decía,
“no claves tu cuña en  mí
que yo soy melancolía”.

Y se marchó de la roca
pensando siempre en su error,
y luego la bendecía
cuando buscó su calor


 Trotamundos

La trenza





            No daba crédito a lo que veían mis ojos. Allí estaba ella con sus lazos azucarados entre magdalenas, mantecados, galletas. Mientras seguía mirándola, recordaba que durante años el recuerdo de su sabor seguía vivo en mi mente.

            Cuando llegó mi turno tome el envoltorio donde ella se encontraba y tras abonar su importe a la dependienta  me la lleve a casa. Una vez en ella la deje sobre la mesa de la cocina. Durante un tiempo recorrí con la mirada sus curvas azucaradas, pero  ella  era diferente a la  trenza que vivía en mi recuerdo.

            Sin esperar más tiempo me lleve un trozo a la boca  para  comprobar si despertaba en mí las sensaciones que había despertado en otro tiempo, pero la  desilusión se dibujó en mi rostro.

            La trenza que tenía ahora entre las manos tenía su misma forma. El azúcar cubría sus trenzados, pero el sabor nada tenía que ver con la recordada trenza del pasado.

           

viernes, 1 de febrero de 2019

La vida pasa





    Hoy me he despertado pronto. Salto de la cama, me pongo el batín y voy  al comedor a poner la televisión. La noticia se estaba difundiendo en todo el mundo.

    Habían encontrado al niño. Estaba donde calcularon que estuviera. Lo sacaron con todo el cuidado y cariño del mundo. Su espíritu había volado para consternación de todos a los que, aún, les quedaba un resquicio de esperanza.

    Cuando dieron las primeras noticias del suceso, nadie comprendía cómo podía haber sucedido tamaño desastre. El azar y la casualidad juntaron el pozo y el niño. Pero no cualquier niño, uno un poco mayor no habría cabido por tan estrecho agujero.

    El hecho y el desenlace son horribles. Padres familiares, amigos, conocidos, vecinos y cualquier persona que haya sabido del suceso, habrán sentido esa punzada de dolor humano ante tamaña tragedia.

    Una mano se levantó. Detrás de ella otras muchas se unieron a la primera. Todo un mundo de Fuerzas del Estado, civiles, profesionales, empresarios, trabajadores y un pueblo entero, levantaron sus manos.

    Han sido días, horas y minutos de angustia. No se han rendido. Han luchado con el tiempo en contra, la naturaleza tampoco ha ayudado al poner trabas a todas las predicciones de los artífices de la gran obra civil de rescate que han organizado. Los mejores en su especialidad no dudaron en dejarlo todo y venir para aportar su experiencia en las labores de rescate.

    En el pueblo cercano al pozo, viven unos cientos de vecinos. Todos tendrán sus propias convicciones morales, políticas o creencias. Nada de eso tenía importancia. A una sola voz han asumido las tareas que faltaban para que los que estaban prestando su ayuda física tuvieran cama, comida y calor humano.

    Dicen que la unión hace la fuerza y aunque no se haya logrado el objetivo final, devolver al niño vivo a sus padres, todos tenían claro sus objetivos.

    Es una pena que sea necesario que tengan que ocurrir estos horribles sucesos para sacar la solidaridad, la empatía, la entrega sin esperar nada a cambio que caracteriza al ser humano y que tan poco practicamos.

    Muchos de los problemas políticos, sociales y de convivencia humana se resolverían dejando aflorar esos buenos sentimientos. Hay que aparcar en algún momento el ego y pensar en el resto de los seres humanos.


Rabo de lagartija




El tiempo poema





Filtrando gota a gota la enorme reserva del tiempo.

Me sometí renca la voluntad a contrapelo del gusto.

La inteligencia esclava, las pasiones segadas en verde.

Observar por prudencia humana, tal fue mi arte.

 Aceptar  el credo por molicie me sabía a corrupción.

 Viví a lo hipócrita administrando la seguridad falsa de haber

 extirpado lo inconfesable.

¿Ambulancia? No es tal. Furgón de reparto es.

 El portón  engulle dóciles seres hambrientos de amor.

Expuestos, sometidos al espolio secular,
predestinación de las madres de la tierra.

Feneciendo, calladas, escondidas, difuminadas,
 confundidas con la tierra a la que prestan su vigor.

Injuriadas, abandonadas. Sometido su honor en aras del mercado.

Los mercaderes de la opulencia, mudan a furgones secuenciales,
lamentos quejumbrosos de pálidas y derrotadas ternuras.

Esparcidas por Madrid  sobre ruedas ambulantes.

La memoria rescatada  sobrevivirá a mi propio espanto.

Sin velas ni incienso a los gemidos del órgano

calmarán  el lamentable efecto.


Quirón

El Sol y la Música





María despertó con el sol dándole de lleno  en la cara, antes de acostarse ya preparaba la persiana para que así fuera, para que los primeros rayos de sol le despertaran.

Tomó conciencia del día que le esperaba y respiró profundamente cerrando los ojos y dejando  que el sol calentara su cuerpo herido.

Se casó enamorada y  después de poco tiempo, su marido cambió. Venia tarde a casa y se iba muy temprano, ella no pedía explicaciones, era mejor estar callada.

Llevaban dos años de matrimonio y no llegaban los hijos, “mejor” pensó ella, no podría cuidar de nadie más, Estaba triste y un bebé requiere alegría y mucho amor y dudaba de poder darle todo ello.

Cuándo él llegaba bebido y muy enfadado, ella no sabía dónde meterse, los primeros días intentaba tranquilizarle pero enseguida comprendió que si se acercaba a él la pegaba, primero fue una bofetada, luego la tiraba de pelo y últimamente de un puñetazo la tiraba al suelo y allí la pateaba, María se encogía y pensaba “¿Cuándo terminará todo esto?”

Después él se iba y ella cerraba los ojos y respiraba profundo y se metía en la bañera y después en la cama.

Ya acostada, se ponía la música y dormitaba y despertaba.

Durante la noche, la música le daba fuerzas para continuar.

Muchas noches oía en la radio el teléfono 016 para llamar, pero tenía tanto miedo que no era capaz de llamar, pero supo que tenía que hacer algo. Ella no se merecía el maltrato continuo al que su marido la sometía.

Una noche especialmente cruel, se puso la radio y con mucha dificultad se metió en la cama, esa noche él no se fue, ella no se movía, estaba paralizada por el miedo, al cabo de un rato le escuchó respirar relajada y profundamente, supo que debía marcharse.

Una canción la hizo levantarse de la cama y ponerse a bailar en esa casa testigo de su maltrato, dio unos cuantos pasos de baile y sin soltar la radio, cuando terminó la canción, abrió la puerta y se marchó pensando que tendría que buscar una habitación orientada al Este para que los primeros rayos de sol le dieran en la cara, y así recibir la fuerza para empezar una nueva vida libre de golpes.


Clave de Sol

Corre ve y dile





            La mañana se presentaba desapacible. María, desde la ventana miraba al cielo, donde las nubes aliadas con el viento jugueteaban con el sol impidiéndole desplegar  sus rayos. Los árboles de la calle  balanceaban sus desnudas ramas al ritmo que les marcaba el aire y las  hojas que aún quedaban prendidas en ellas caían juguetonas al suelo.

            En esta contemplación estaba, cuando su mirada reparó en las jardineras de la terraza, estas se habían cubierto  de  plantas y de ellas las florecillas desafiantes a los fríos del invierno, florecían y se mantenían erguidas a pesar del frío y del viento que amenazaba con tronchar su fino tallo.

            María por un tiempo continuo observando a las florecillas que tenía enfrente, al tiempo que recordaba cómo había llegado hasta ellas.

            Habían transcurrido varios años desde el día que vio la planta en el jardín de la vecina del pueblo donde pasaba unos días en el verano. Aprovechando su estancia allí, decidió pasar  a saludarla y aprovechar la visita para que esta le hablara de la planta de pequeñas florecillas que  había visto a través de la valla que rodeaba el jardín de la casa.

             Después de un rato de hablar del tema y viendo la mujer lo interesada que estaba,  la invitó a pasar a la parte trasera de la casa donde se encontraban las macetas cubiertas de florecillas de color rosa intenso, al tiempo que  entre las aberturas de las baldosas del suelo se las podía ver dando colorido al frío mosaico. La vecina animada en darle toda la información, le explicó que la planta no necesitaba de cuidados especiales, pues ella misma se ocupaba junto con el aire de expandir sus semillas que  florecerían en invierno.

            Desde entonces, cuando llega el otoño, en  las jardineras de su terraza  aparecen los brotes verdes de las semillas llevadas por el aire hasta la tierra, dando paso a la planta que durante un tiempo irá  creciendo, hasta que por fin  de sus tallos surgirán   las florecillas que se abrirán y llenaran de color la terraza desafiando al frío del invierno.

              Las nubes cada vez más amenazantes cubrieron por completo el cielo. La lluvia comenzaba a caer sobre el asfalto de la calle. El viento agitaba las florecillas de las jardineras, pero estas lejos de rendirse, se dejaban balancear  a meced del viento que las decía: “corre ve y dile”.  


I R I S

Julen





         España entera, el mundo entero,
         esa es la fuerza que tiene un niño,
         fuera la envidia, fuera el rencor,
         todos le dimos nuestro cariño.

         Las horas pasan, pasan los días,
         y un nudo fuerte nos atraganta,
         pensando en verte salir corriendo,
         la voz se apaga en la garganta.

         Porque hay un ángel
         que está sufriendo,
         y el tiempo pasa
         y el mal creciendo.

         Manos y brazos ya se han unido
         para buscarte en la oscuridad,
         todo ofrecen su cometido,
         nadie descarta su voluntad.

         Llega ese día desesperado
         que la noticia nos rompió el alma,
         el mundo entero te ha llorado
         y la conciencia no encuentra calma.

         Y allá en el cielo llegará un ángel,
         y tendrá un sitio donde jugar,
         con un triciclo de nieve blanca,
         y sea dichoso en su nuevo hogar.


Trotamundos