sábado, 25 de mayo de 2013

La vida es sueño y un sueño cuesta la vida



     
       Cuando no conciliamos el sueño, nuestro comportamiento no es el correcto, ni actuamos como lo hacemos de costumbre, porque el descanso lo necesitamos para reponer las fuerzas que gastamos durante el día y si el sueño no llega, no hay descanso.

         Cuando digo que el sueño puede costar la vida, es porque tengo una razón muy importante para decirlo. Si después de hacer una comida nos ponemos al volante, lo más fácil es que nos venga el sueño, y el sueño al volante es el peligro más importante de la carretera, pues en pocos segundos nos podemos dejar la vida en el asfalto, la propia y la de los que n os acompañen, siempre que no afecte a otros vehículos que circulen próximos.

         Hace unos días el sueño me jugó una mala pasada. Lo que otras veces me rondaba unos minutos y luego se pasaba, ese día no fue así, y durante unos cien metros me quedé dormido. En una autovía, a 120 kilómetros por hora, la distancia que se recorre en pocos segundos puede sotar la vida a varias personas, dependiendo del resultado, algo que nunca se puede saber o adivinar. El susto fue tan tremendo cuando desperté, que, aún estando en el carril adecuado y que la persona que viajaba a mi lado no se percató del hecho, el sueño que momento antes me atormentaba, desapareció como por encanto y durante el resto del camino ya no apareció de nuevo.

         
        Este episodio en mi vida, nadie lo sabría si yo no lo contara, pero lo cuento para que a nadie se le ocurra circular con sueño, pues en cualquier momento se pierde el control y el resultado nunca se puede saber y me temo, por desgracia, que muchas personas no lo pueden contar como lo estoy haciendo yo. Deseo que esto sirva de ejemplo para todos los que conducimos y, conste que a mi espalda hay más de 2 millones de kilómetros.

         Si el reloj nos marca la hora y no llegamos si paramos un poco, lo más probable es que no lleguemos nunca, y eso ya no lo podremos contar. Por el contrario, media hora no es más que eso, una espera, pero se llega.

Trotamundos

Vida y costumbres de un pueblo andaluz



Son las cuatro de la tarde y una amiga viene a casa, oye ¿qué haríamos para salir esta tarde de paseo?, mira tú le dices a tú madre que vienes conmigo, así podemos ir a “San Benito” y podemos ver a fulanito o menganito. Las madres no querían que se saliese decían “vas a estar mas vista que la olla los Morales”. Faltaba día para las tareas que había que hacer en casa. De momento cuando te levantabas, había un carrillo con seis cantaros y como poco había que ir al pozo a llenarlo siete u ocho veces; era agotador, tinajas, bidones, barreños, cubos, todo había que dejarlo lleno. Después había que dejar toda la casa limpia y muy a menudo ir a lavar la ropa a “pozo nuevo”, claro que quizás mi caso era un poco exagerado. Éramos nueve y además una peluquería que para abastecerla de agua era demasiado. Cada miembro de la casa realizaba unas tareas, dos de mis hermanas peinaban, otra bordaba y la más mayor cosía. Con los hombres no se podía contar, ellos tenían su trabajo y punto; excepto con el pequeño que la tarea del agua la tenía a medias conmigo.

La ropa, escasa por aquellos tiempos, la primera que llegaba se la ponía. A veces se montaba tal cisco que mí madre tenía que intervenir. Hubo una época que se llevaron las faldas con mucho vuelo y vaporosas, en casa solían perderse las enaguas. ¿Dónde están mis enaguas?, Decía una de mis hermanas indignada, la otra que la escuchaba salía rápido a la calle. Así estaba a salvo pues pronto se oiría otra voz buscando lo mismo, así que resultaba que llevaba tres o cuatro enaguas para aparentar estar más llenita y es que era muy alta y estaba como un espárrago.

Era un pitorreo, una de ellas es muy morena y la otra muy rubia, un día se tiñeron el pelo y se puso la morena de rubia y la rubia de morena, un pretendiente las confundió y todo lo que quería decirle a una se lo dijo a la otra y a su costa se divirtieron un montón. Recuerdo los atardeceres en verano. Me ponía un delantal largo, me sentaba en medio del patio con todos los preparativos para hacer el gazpacho en un dornillo (un recipiente de madera) y allí dale que te pego hasta que llegué a hacerlo muy bien. Fue la primera comida que empecé a hacer.


La víspera de San Juan, las mozuelas salían a coger flores si es que se las daban y si no a robarlas: albahaca, bella Luisa, rosas, claveles, palmarriza, todas las
clases de plantas que olieran bien, las echaban en agua por la noche, para lavarse la cara al día siguiente. Cerca de casa había un barrio de casas bajas y en todas las puertas había arriates, además había varias huertas; así que era fácil coger lo que no te daban. Esa noche parecía embrujada, algo de misterio había en el ambiente, no sé si la leyenda de que San Juan bendeciría el agua, o el olor que despedía aquel barreño o tal vez aquel cielo limpio cuajado de estrellas y sobre todo si en medio de la noche te despertaba una música que saltabas de la cama y por una rendijita veías al mozuelo que te echaba la serenata. Muchos, si no sabían cantar ni tocar la guitarra o el acordeón, contrataban a alguien que lo hiciera. Recuerdo una canción que decía así: “El aire de tú abanico olé y olé me tiene mareadito”.

Que bien lo pasaba cuando todos estábamos en casa, cuando no había que separarse para ir a la campiña a  las bellotas o a coger aceitunas. Que guapas que las veía a todas mis hermanas y cómo yo también tuve que salir corriendo a esconderme para que no me quitaran algo de lo que llevaba puesto.

                                                        Belades

Mi profesor preferido


           

           
         Nunca he tenido prejuicios a la hora de valorar a un profesor. Ni por la estatura, el sexo, la edad o por cómo se viste, he aumentado o disminuido mi valoración. Me importa mucho más lo que me pueda transmitir, la forma de hacerlo y sus valores humanos.

      He tenido bastantes profesores en mi vida: laicos, religiosos, de empresa, con carácter, sosos, extremeños o catalanes. De todos he aprendido algún conocimiento que me ha servido en la vida, en mi trabajo, en mi desarrollo personal y en el de la comunicación con otras personas. Algunos han tenido alguna influencia en la modelación de mi carácter. Otros, la verdad, no me acuerdo.

      ¿Qué idealización tengo sobre el profesor perfecto? Supongo que lo básico que cualquier persona pueda desear: Que aparte de tener buenos conocimientos sobre la materia, sepa transmitirlos. Que lo difícil te lo haga parecer fácil. Que lo aburrido y tedioso te lo presente como interesante. Que te implique en el aprendizaje con ilusión, como un reto divertido. Que te deje pensar y exponer tus ideas. Que tenga la capacidad de darte razones válidas en vez de imponer su criterio. Que no te compare con nadie y te valore por ti mismo, con tus limitaciones y capacidades.

      Que de vez en cuando rompa la rutina y prepare actividades lúdicas que tengan un componente pedagógico y otro festivo. Que se ponga a tu altura y se interese por conocer cuales son tus metas y tus desilusiones. Que trate de hacer la clase lo más participativa y agradable. Me pasa como con los curas de la iglesia. Que dependiendo quien celebre la misa, se me pasa más rápida y amena o me aburre solemnemente.

      Y, sobre todo, que te respete como ser humano, aunque ello no quite que, dado el esfuerzo que el profesor realiza para enseñarte conocimientos, nos exija el mismo respeto y atención que se merece.

      Por suerte, tengo muchos profesores, con nombre y apellido, que se ajustan a esta idealización, pero como creo que me olvidaría de alguno, proclamo a todos, en mayor o menor grado, culpables de ser lo que soy, referente a la cultura, educación y gustos literarios.

Rabo de lagartija 

sábado, 18 de mayo de 2013

Avatares de la vida



Cansada de tanto trajín, de tantas idas y venidas por donde el camino de la vida nos va llevando. Todo en ella es cambiante, nada permanece inalterable. A veces creemos que ya es suficiente, que no podemos, pero los humanos nos adaptamos como una enredadera que va cogiendo la forma según a donde esté plantada, ya sea en el tronco de un árbol o en el hastial de una casa.

Nos agarramos con la fuerza de nuestro interior y nos alimentamos de lo que cada uno ha ido almacenando dentro de sí. El camino no suele ser fácil, las piedras resbaladizas, los cantos rodados forman pedreras difíciles de cruzar y las colinas que se alzan son como gigantes obstáculos que salvar. Es la vida la que nos pone a prueba a cada paso.

Cuando vamos para mayores se nos complica más la vida, tenemos que atender a los ancianos, moralmente nos educaron en que una residencia no es para ellos, seriamos muy  malos hijos, eso es lo que nos enseñaron. Aparte de que los precios que tienen no están al alcance de todos. Esto conlleva que el mes que estás con ellos hay que dedicárselo y como consecuencia se sufre un frenazo que paraliza las actividades de las cuales nos nutrimos para poder llevar nuestras propias vidas. No es justo que tanto peso recaiga en las amas de casa, que casi siempre son las que llevan el timón.

Por otro lado están los nietos, que en muchos casos las abuelas se sienten con la obligación de tenerlos en casa, para que los padres puedan trabajar. Aunque sea una tarea gratificante no deja de ser un sobre esfuerzo  que tarde o temprano pasa factura.

Muchas de las abuelas jóvenes que atienden a las más viejas y también a los nietos no pondrán resistencia para irse a una residencia llegado el momento. No se debe de exigir, hay que estar abiertos y dejar vivir a los demás, es una cuestión de generosidad y de amor, siempre que sea posible.

Hay una generaciones que han sido bastante oprimidas por los padres, por la sociedad, por el régimen, etc. Otras se han beneficiado de que los padres hayamos tratado de que esa opresión no llegara a nuestros hijos. Y hemos asumido bastantes responsabilidades que a veces tenían que ser compartidas.

BELADES