domingo, 9 de diciembre de 2018

Pronombre posesivo





            En la escuela te enseñan los pronombres posesivos como forma de expresar algo que es posesión de alguien. Un bien, un objeto, una ilusión, algo material o inmaterial. Hoy todavía hay personas que confunden este pronombre para llamar mío a lo que no puedes poseer si ese objeto es otra persona que no quiere ser tuyo.

            El egoísmo, la envidia, el deseo, guardar las apariencias, a veces nos hace llamar mío a lo que no nos pertenece y ni te mereces ni eres capaz de conseguir  con decencia y esfuerzo. El amor no es una posesión. Es un intercambio de sentimientos entre personas. En las bodas religiosas se suele decir “ Yo me entrego a ti”. Lo que entregas es tu compromiso de afrontar un proyecto en común, poniendo de tu parte todo lo que humanamente sea posible por llevarlo a buen término.  Los contratos matrimoniales, se inscriben en el registro civil y no en el registro de la propiedad.

            Los azares de la vida, a veces, no ayudan a llegar a realizar nuestro sueño de pareja en común como nosotros deseábamos. Tenemos que buscar una solución civilizada, tanto para seguir adelante con el proyecto, como para abandonarlo al no ser posible su realización.

            Es triste comprobar cómo las reacciones humanas no admiten que algo, en lo que habías puesto todo tu empeño, no salga bien y acaban encontrando en su interior ese sentido extremo de posesión y ese instinto animal de defenderlo a ultranza, caiga quien caiga.

            Últimamente los noticiarios, que son presurosos en contarnos las debilidades humanas y sus consecuencias más crueles, nos informaron de la muerte violenta de una joven de diecisiete años a manos, presuntamente, de otra joven de diecinueve años. Lo único que tenían en común es que las dos habían tenido relación amorosa con el mismo chico. Una lacra que no somos capaces de erradicar, los celos, junto con el sentimiento de posesión en exclusiva de otra persona, llega a romper en pedazos dos familias que tenían puestas sus ilusiones en esas dos jóvenes, para verlas crecer en felicidad y amor.

            En las escuelas deberían explicar hasta el mínimo detalle, qué es y qué no puede ser un pronombre posesivo.


Rabo de lagartija

La mirada de Concepción Arenal





Si hoy día entrevistasen a Concepción Arena l( 1820-1893) en un informativo de amplia audiencia, o le dieran cancha en un debate  televisado, le lloverían piedras.
 Sus propuestas civilizadoras, sus críticas a la ruindad y miserias del sistema judicial y penitenciario, su reformismo social y feminista serían objeto de mofa y linchamiento en las redes. Sería quemada en efigie  por el fanatismo mediático. Montañas de memes y comentarios estupefacientes se abalanzarían sobre su principio humanitario:
“odia al delito y compadece al delincuente”. Toneladas de groserías  tratarían de oscurecer inteligentes aforismos que siguen emitiendo luz: “Todo lo que endurece, desmoraliza”. El ruido reaccionario o el silencio selectivo intentarían acallar la inconfundible naturaleza de lo que suena cierto: “Las malas leyes hallarán siempre, y contribuirán a formar hombres peores que ellas, encargados de ejecutarlas”. Está última anotación parece escrita justo  el 6 de noviembre de 2018, cuando el Tribunal Supremo hipotecó la balanza de la justicia española.
A los 21 años, Concepción Arenal, nacida en Ferrol, se vistió de varón, se cortó el pelo y se cubrió con sombrero y capa para poder estudiar Derecho en la Universidad Central de Madrid. Fue descubierta. El rector le permitió seguir en la facultad, pero en un régimen “penitenciario”: un familiar la acompañaba hasta la puerta, un bedel la escoltaba hacia un cuarto solitario y el profesor de turno la conducía a clase, donde permanecía en lugar aparte. No le debía faltar ironía a Concepción, que pese a su feminismo y espíritu sufragista, recomendó a las mujeres hacer dos excepciones en la lucha contra la igualdad, no dedicarse ni a la milicia ni a la política, “cosas de machos”, el poder viril como afán de mandar y dominar: “Tienen inclinaciones de sultán, reminiscencias de salvaje y pretensiones de sacerdote”
La valiente era ella. No quería dominar, quería saber. Otra vez Eva. El pecado original es la libertad. ¡Viva el pecado Original! La Humanidad surge  de ese acto de desobediencia. Eva arriesga porque no acepta la ignorancia, mirar para otro lado. Adiós al paraíso de cartón piedra, adiós al parque temático del conformismo.

QUIRÓN

El día que me rozaron los zapatos





Lucia despertó con mucha ilusión, se vistió con esmero eligiendo con cuidado la ropa y escogió unos zapatos con un poco de tacón que no se ponía habitualmente, previsora fue a coger una cajita de tiritas, para llevar en el bolso, pero no había, recordó que se le habían acabado la semana anterior cuando cogió la  última para una uña rota. Compraría  en una farmacia de camino al restaurante.

Había quedado para comer y pasar el día con una de sus mejores amigas de la infancia y juventud. Hacía un tiempo que se habían distanciado, pues después de terminar la universidad cada una tomó  caminos diferentes. Al principio se llamaban a menudo, luego sólo por Navidad y poco más y desde hacía unos años no sabía nada de ella.

El azar quiso que se encontraran casualmente en una tienda, Lucía entraba y su amiga salía con mucha prisa, hablaron muy poco y quedaron para comer y  por fin había llegado el día.

Fue andando al restaurante y los zapatos empezaron a molestarle.

Se saludaron con entusiasmo y cariño, sinceramente y en cuanto se pusieron a comer fue como si nunca hubieron estado separadas.

Lucía no olvidaría ese día fácilmente, pues además de haber recuperado a su amiga llevaba una buena herida en los pies.


Clave de Sol

Mi hucha





         Los bancos y cajas de ahorros, que tanto están sonando en  televisión, me han decepcionado, ¡yo  pensaba que esos edificios tan serios eran donde los ahorros estaban seguros!

         Tenía en casa una hucha de barro y cada fin de semana, con ilusión y esfuerzo ponía una moneda y con la paga extra ponía algo más.

         Preparando las vacaciones de verano dudaba  qué hacer con la hucha, pues por el peso que tenía apreciaba que estaba llena. ¿Dónde estarán más seguros mis ahorros? Me decía.

         Todo el verano la casa está sola y puede haber algún visitante inesperado  que vea la hucha y desaparezca.

         Después de tanto pensar me dije: “que tonta, no lo pienso más, la llevo al banco”.

          Una mañana me levanto con ganas de salir a la calle, cojo mi hucha y me voy a ingresar mis ahorros. Me pongo en ventanilla, e intento dar a la señorita   mi hucha y la digo que voy a hacer un ingreso. Empiezo a decirla el dinero aproximado que llevo, y claro la señorita sorprendida me dice “¡¡señora¡¡ sólo tiene que darme el dinero que va dentro y yo se lo guardo en su cuenta, usted tranquila”.
  
Bueno otro paseo a casa.  Lo preparo cuidadosamente para llevarlo   y hago el ingreso.

Tranquila paso todo el verano creyendo que mi economía está  segura, disfruto a tope mis vacaciones y gasto algo más. Bueno me digo, tengo en el banco una cantidad que dejé guardada y con eso empiezo el mes.

De vuelta a casa de las vacaciones, descanso,  pongo todo en orden, y me voy a mi banco. “¡Buenos días¡”, digo a la persona que ese día está en ventanilla, “quiero sacar de mi cuenta 200 €”. La señorita me dice, “déme su tarjeta, pero creo que hoy no podré darle nada.” “¿y eso?”, pregunto.

         “La semana pasada,   unos extraños entraron y se llevaron todo el dinero y estos días estamos en caja con saldo en negativo”. Yo insisto, “pero también  en estos días habrán hecho ingresos”. Y ella insiste que la caja está bajo mínimos  que vuelva otro día.
   
Quiero omitir todo lo que salió de mi boca en el  banco.

Volví a casa y el único consuelo que tuve fue ver la hucha de barro. ¡Otra vez a empezar de nuevo¡

VIRPANA           

La mosca cojera





            Un ligero escozor hizo que María fijara su mirada en el punto de donde éste procedía, viendo a la mosca posada en su tobillo, quien con su  picadura la había sacado de la contemplación de la llegada de las olas de espuma blanca, rompiendo suavemente sobre la arena de la playa.

            Por unos instantes, María se quedó mirando a la mosca al tiempo que hacía un movimiento con la mano, esperando que el insecto viéndose descubierto se alejara. Pero la mosca, lejos de abandonar lo que estaba haciendo, continuó clavando su patas sobre la piel. La mujer viendo que la mosca seguía  sin hacer caso a su advertencia, decidió poner fin a los picotazos que esta le propinaba, lanzándole un manotazo, haciéndola caer al suelo. La  mosca a pesar del golpe recibido seguía  revoloteando torpemente hasta caer al suelo.

             Cuando María acercó la mano para ver si todavía vivía, esta levantó el vuelo hasta una pequeña elevación formada en la arena y tras posarse en ella permaneció por un tiempo, haciendo movimientos con las patas y las alas.

            ¿Cómo había sobrevivido  la mosca al manotazo que ella le había lanzado?, se preguntaba, mientras seguía  contemplando a la mosca en la tarea de reconstruir su dañado cuerpo.

            El tiempo transcurría y viendo que el insecto continuaba sin cambiar de actitud, se dispuso a volver a disfrutar del paisaje que tenía enfrente.

            El color del cielo daba tonalidad a las aguas del mar y juntos se confundían en el horizonte, mientras las olas seguían llegando a la playa, dejando su espuma blanca.  
 
            Cuando María volvió a mirar el lugar donde la mosca se había refugiado, ésta  había desaparecido, pero al instante la divisó de nuevo revoloteando a su alrededor. Mientras la contemplaba en su ir y venir no dejaba de pensar cómo había conseguido recuperarse de sus heridas.

             La mosca cojera volvía de nuevo a buscar un descuido para lanzar su picotazo.


I R I S

sábado, 1 de diciembre de 2018

Recuerdos escolares





            ¡Qué difícil es rebuscar entre nuestra memoria lejana recuerdos y experiencias escolares! Al tirar del hilo, se me amontonan momentos casi olvidados, la mayoría felices y algunos no tanto, y que te hacen reflexionar sobre tu niñez.

            No me acuerdo de cual fue mi entrada en el colegio de parvulario. Sé que teníamos señoritas profesoras, serias y rígidas en sus castigos. Como en una nube creo vislumbrar cómo te bajaban los pantalones y a la vista de todos los niños, tocaban el tambor con nuestras nalgas. Algo habría hecho que no estaba bien.

            Pasada la educación infantil, mis padres buscaron un colegio serio y acorde con su economía para mi educación. Enfrente de donde vivíamos había un colegio de religiosos donde recibían una excelente educación los jóvenes hijos de las élites del momento. No fue mi caso. Esos mismos religiosos tenían otro colegio donde los jóvenes hijos de trabajadores y familias humildes recibían educación y disciplina escolar. Allí absorbí todos los conocimientos que pude durante los años que duró mi escolarización.

            Teníamos profesores laicos y religiosos. Rezábamos antes de empezar las clases y, ¡ay de aquel que incumpliera cualquier norma de conducta o no supiera la lección! Te imponían un sinfín de correctivos; tirones de patillas, cachetes, con los dedos juntos te recitaban con  la regla la lección, cara a la pared con unos libros en equilibrio con los brazos en cruz. Llegaban las notas de fin de trimestre y fin de curso.  Según el color que te dieran, sabías el grado de satisfacción que tenían con tus trabajos y estudios. La escala cromática descendía desde el dorado (excelente), pasando por el rojo, azul, verde, marrón y negro (suspenso). Tengo que decir que nunca merecí una nota negra y, alguna vez conseguí una dorada.

            A los 14 años, por exigencias económicas familiares, me despedí de la escuela y descubrí la vida laboral para los adolescentes. Aprendices, recaderos, botones. Había que empezar la escala desde abajo. Echaba de menos la vida escolar. En mi fuero interno hubiera deseado seguir estudiando hasta alcanzar una buena formación. Nos faltaba la gasolina para llegar hasta esas metas. No dejé del todo de aprender en los distintos sitios donde mis padres me encontraban un trabajo decente donde ir ascendiendo a base de empeño y buen hacer. Fui a academias, cursillos, aprendizajes e incluso oposiciones internas. Siempre me gustaba el reto de superar las pruebas que me imponían e hincaba los codos con empeño.

            Cuando me he hecho mayor y mis metas laborales propuestas las he ido solucionando, cada vez más aguda sentía la espinita de haber dejado unos estudios oficiales sin terminar. Escuché, oí, me dijeron, que había un lugar donde los mayores podían realizar estos sueños. Me personé in situ, valoré las metas que podría alcanzar y me lancé de lleno a ello. Las satisfacciones en el ámbito educativo tuvieron una dura competencia con las satisfacciones de conocer a profesores, compañeros y de hacer nuevos amigos, a la vez de progresar en la realización de mi proyecto.

            Nunca he dejado de aprender. La vida cultural tiene límites infinitos que descubrir y las personas que nos rodean son merecedoras de conocerlas y compartir con ellas tus inquietudes, aficiones e incorporarlas a tu agenda de amigos.

            Mis recuerdos escolares, con el paso del tiempo, se van acrecentando y espero que no se pierdan mientras mi memoria me acompañe en mi proyecto de vida.


Rabo de lagartija

Son indicios



Es cierto que, tal como lo habías escenificado, tu desaparición
presentaba algo de definitivo. En los últimos días había habido señales,
 indicios un poco más fuertes de lo normal por tu parte,
 que no había sabido reconocer.
Las horas siguientes pasaron tan veloces como para confundirme.
También podía ser una broma bien orquestada, eras capaz.
Nos habíamos conocido en la facultad de medicina de Salamanca, en la clase de física. Un estudiante de melena grasienta le preguntó al profesor si
comiendo aumentábamos la entropía del universo.
Ni siquiera  sé que es la entropía, renegué para mí.
Todavía no conocía a nadie. Pero tú desde la fila de detrás, me oíste
y reconociste en mí a una semejante. Entonces no soy la única, dijiste
tocándome un hombro. Después me invitaste al piso que compartías con otras chicas. En aquel momento no estaban: sentadas a la mesa de la pequeña cocina,
saboreamos en silencio las provisiones que tu madre te había mandado del pueblo. Luego  fuiste al baño y no me llamó la atención.
Igual que de la entropía, tampoco sabía nada de ti y la comida.
Solo algunos años más tarde me dirías que, para fiarte de alguien,
Lo primero era comer con él, y para sentirte acogida en casa ajena
 tenias que vomitar en el váter. Lo hiciste también en la mía,
y de nuevo no entendí . Hicimos  de las nuestras juntas. En primavera,
si el horario de clases nos parecía agobiante, nos montábamos en la Vespa
y nos íbamos por ahí. Tumbadas en un prado, no pensábamos en mañana,
como los insectos que bullían bajo nosotras. Tan cercanas.
Te envidiaba ciertos arranques de energía, la fuerza de quedarte despierta
las noches previas a exámenes y el correr, correr delgadísima cada mañana.
Salvo el día que terminaste en el hospital por comer y vomitar demasiado.
 Con el gota a gota me contaste que te llevabas a casa las sobras del restaurante donde trabajabas sábados y domingos y roías hasta el último
 nervio de la carne pegado al hueso. Si entonces hubiera creído tu fragilidad
 te habría vigilado más. Pero te volvías a levantar intacta y no entendí
en que confín vertiginoso te movías. Una noche llamó tu madre para
 decirme que habías desaparecido. No me preocupé, a lo mejor te habías tomado unas vacaciones y mandarías postales de México.
Estabas mucho más cerca, en cambio, encerrada en un coche encendido,
 a pocos kilómetros de tu pueblo, el tubo de escape comunicado con el
habitáculo. Estabas cansada de la agonía demasiado lenta que te
producías con la comida, aceleraste el fin.
Tu inmovilidad en el ataúd no me convenció. Seguí esperándote a lo largo
de los años, de vuelta de quien sabe qué escondrijo en el mundo o en cualquier planeta al que habrías puesto tu nombre, Paloma.
Regresarías nueva como la serpiente que ha mudado la piel, me mirarías,
sonriendo a una provinciana.
Un regalo que alguna vez recibí de ti, pero solo en sueños.


Quirón 

El Paraíso





En una ocasión preguntaron en la radio, ¿qué es para usted El Paraíso? Me puse a pensar.

Para mí El Paraíso debería ser un lugar físico en el que nunca hiciera mucho frío o mucho calor, una temperatura ideal, que tuviera plantas y flores de varios tipos. Un lugar en el que puedes aplacar el hambre y la sed, donde puedes asearte y dormir y disfrutar de los placeres de leer un libro y ver una película. Un lugar para perder el tiempo y hacer lo que quieras realmente.

Un lugar en el que celebrar tu cumpleaños y estar con tus amigos todo el tiempo que quieras, debe ser un sitio en el que puedas sentirte cómodo.

Un lugar al que volver después de un duro día de trabajo. Un lugar en el que las peores noticias no te hacen tanto daño, un sitio en el que te sientas a salvo, que sea como un refugio, al que solamente puede entrar quien tú quieras, ya lo tengo pensé, El Paraíso para mí es mi casa.

Y ahora yo me pregunto, ¿qué es el paraíso para una persona que viene  en patera?, que decide arriesgar lo único que tiene que es su vida, y que cuando llega aquí no tiene nada.

¿Qué será para ellos El Paraíso?



Clave de sol