jueves, 28 de enero de 2016

El masaje





       Salió el fisioterapeuta de la pequeña salita y pronunció mi nombre. Me invitó a entrar, a que me quitara la ropa, quedándome con la ropa interior y que me tumbara boca abajo en la mesa-cama habilitada para ello. Me tumbé, me relaje como me indicaba y empezó a frotar suavemente, con sus manos aceitadas, por toda la parte de la columna vertebral.

        Laura llevaba ya veinte sesiones de quimioterapia, para tratar de reducir el tumor que le habían detectado en la mama izquierda. Al principio llevaba muy mal los ciclos. Su cuerpo reaccionaba con malestares y angustias. Sus defensas bajaban a mínimos y tenía que tener cuidado con no resfriarse ni coger enfermedades.

        Con los dedos gordos de su mano empezaba a marcar por donde discurrían los nervios que cruzan las vértebras hasta encontrar las contracturas o nudos que se producían y que eran los que me tenían dolorido y encogido hasta hacerme ir a visitarlo.

        El oncólogo le había informado a mi hija que estaban experimentando, ya en segunda fase, un nuevo medicamento menos agresivo que la actual quimioterapia, con pacientes de cáncer de mama. Después de sopesar el ofrecimiento, pensamos que en nada la podía perjudicar y, si era efectivo, sería un beneficio para su mal.

        Había encontrado ya alguna contractura y se obstinaba en machacarla con su dedo, haciéndome sentir como si un fuego corriera por mis nervios, que los iba quemando. Aguanté estoicamente el dolor, porque con la experiencia, sabía que sin dolor no me quitarían las contracturas.

        La experiencia con el nuevo medicamento ya se había terminado. No sabíamos si a Laura le había correspondido probar el nuevo medicamento o le habían puesto un placebo inicuo para contrastar los efectos entre los que lo tomaban y los que no. Fuimos a la consulta del oncólogo y, una vez realizadas las pruebas pertinentes, nos anunció que el tumor apenas se visualizaba en ellas.

        Las cervicales estaban especialmente contracturadas. El fisio me decía que parecían de madera de lo rígidas que estaban. Se aplicó a fondo y me dejó el cuello desollado y ardiendo. Me indicó que ese día y al siguiente me tomara un analgésico para el dolor, pero que después notaría la mejoría.

        Hoy terminan de ponerle los ciclos normales para evitar que algún resto de células cancerígenas tuvieran que dar lugar a una operación de limpieza. La esperanza y un asomo de felicidad se está despertando en nosotros ante las buenas noticias que nos daban los médicos, que todos sabemos que de no estar seguros, siempre te ponen el diagnóstico más negro por si acaso.

Ha terminado el suplicio de los masajes, me visto y, dolorido como estaba, me tocó pagar por el castigo. Pensé que somos un poco masoquistas, al ir a que nos hagan sufrir y encima los pagamos. Bueno, a corto plazo nos acordaremos para bien de haber ido.

        Laura ya hace proyectos de futuro, una vez que ve normalizada su vida, con sus hijos y su familia. Nosotros también damos gracias a la ciencia por seguir investigando las enfermedades que sacuden a la humanidad y que hacen que un acto tan sencillo como morir, tenga un cruel camino hasta llegar a él o trunque una vida joven.

Rabo de lagartija

En el parque








      Ayer estaba en el parque de las flores. Observé cómo en el caballito balancín un niño se balanceaba, y al lado estaba su mamá, una señora rellenita, de pelo muy negro, con un busto muy prominente. Unos pasos más adelante, en los columpios dos niñas se balanceaban. Morenas de color y unos tirabuzones muy bien colocados sobre sus cabezas. En el tobogán, otro niño muy rubio se hacía señas con los niños de al lado, para que unos y otros se deslizaran por la rampa. Era curioso ver cómo se entendían y se reían. Eso me llamó la atención, porque el rubio era chino y se cruzaban palabras que ninguno comprendía, pero se lo pasaban chupi. Por mi parte, yo pensé durante un buen rato: El niño es chino, el otro será sudamericano, otro europeo, pero a la hora de jugar, todos se entienden.

       Qué bueno sería que los mayores no estuviéramos resentidos con los que no conocemos. Pero, también es cierto, que no todos los que tenemos a nuestro alrededor nos dan la suficiente confianza para depositar en ellos la nuestra.

       En estas fechas, en las calles de nuestro pueblo hemos visto una oleada de personas extranjeras pidiendo. Pedir no es robar, pero que en el mismo rato tres personas te pidan para el mismo fin, hace pensar que todo está preparado y que podríamos pensar, que detrás hay alguien que les induce a tal fin. Por este motivo, a las personas que piden por necesidad, puede que no se les entregue lo que por otra parte se podría dar, y así, pagan los pobres por los pecadores.

Trotamundos

La metafórica naturaleza humana





La belleza es peligrosa. Por si tenía alguna duda, es ella,  la belleza,
la que me ha hecho caer como un peñasco  desprendido hasta el límite del precipicio.
Caminábamos orillando hacia las fuentes del Ela,
fascinados por esa vanguardia clásica incesante que es el río,
la coral sublime y el parloteo humilde en el surco de un disco de pizarra y de piedra.
Los rescoldos de luz  que sujetan las mismas hojas.

De repente, un mirlo compromete toda la montaña
 con el sonido de un instrumento imposible.
Está un poco borracho, me explica un amigo de camino.
Se pone estupendo con los frutos rojizos del madroño.
¿Así que un pájaro ebrio es capaz de detener el avance del invierno?

Mientras tanto, una humana excursionista, esa que soy yo,
queda hechizada por la orquesta de la naturaleza,
que contiene todas las músicas: desde la primavera de Vivaldi,
al zapeado de Sarasate, descuida donde pisa y cae como un bulto.

Si, la belleza es peligrosa.
 Está más próxima a lo salvaje que a lo apacible y confortable.
Ahora  es la curiosidad de las curvas y esquivar las rocas resbaladizas lo que nos atrapa.
Lo que nos espera detrás de las curvas.

Nos atrae la claridad, pero más la sombra del misterio.
Las curvas enigmatizan. Es algo que está en los cuadros de Cézanne,
y que él aprendió en la naturaleza, lo que vemos pintado nos interesa
como una imaginación de lo que se oculta.

Y a la vuelta de una curva, aparece un poblado de amanitas
Como nunca habíamos visto.
Demasiado grandes, demasiado bellas, demasiado venenosas.
Sabemos que el colorido de estas setas es a la vez un aviso y un reclamo.
En la naturaleza abundan los engaños, las trampas, los simulacros.
Tanto para atacar como para defenderse.

En este sentido, la imaginación de la naturaleza
no es tan diferente de la imaginación humana.
La desgracia  de la actuación humana es la ruptura de la escala,
la destrucción del escenario.
Hay humanos deleznables como ese dentista estadounidense,
que se fue a África a asesinar al más grande de los leones.
Pero es la mezquindad, el mesianismo industrial, la explotación ilimitada de la naturaleza,
lo que lleva a un destrozo irreparable, a un malestar global.

Donde están bien los animales, se sienten bien los humanos.
Pero donde están los humanos, casi nunca, están bien los animales.
 Sería  fantástico un humor en la naturaleza.
 Pensar que el mirlo canta de risa después de verme resbalar.
Y que son duendes  queer, picaros y provocadores del bosque
que han salido a nuestro encuentro para burlarse.

Poco más adelante, aparece en la vera del río un letrero con la leyenda:
Tramo libre de muerte. Es una chapa oficial, semejante a las que indican zonas vedadas.
Nos quedamos perplejos, sin habla, ante el versículo  administrativo.
Alguien comenta, al fin, es un buen titulo para un libro.
Pero ¿qué significa?
Y el amigo más entendido de la expedición nos desvela el mensaje:
“En esta parte está permitida la pesca, pero tienes que devolver las truchas al río”.
Siento una perturbación que me duele en la boca como el desgarro que deja el anzuelo. Aquello sonaba a civilización, Tramo libre de muerte.
Retumba ahora nuestro silencio como una señal de barbarie.
 Los peces no la van a leer.
Tal vez somos nosotros los verdaderos destinatarios,
 no como pescadores, sino como peces.

Las señales, sobre todo las de prohibición,
tienen una fuerte carga metafórica.
Acabo de ver una de ambiente navideño: Prohibido el paso, excepto Reyes Magos.
 Y otra muy contundente en el pasillo del hospital: No hay salida.

Pero esta del río no se me va de la cabeza.
Esa del pez que muerde feliz el anzuelo, que es atrapado
y arrastrado por un poder que no controla, que siente la angustia de ser izado en el aire,
y que es liberado, por favor, con la herida en la boca.

La vida se parece mucho, demasiado, a ese Tramo libre de muerte.
¿Cuántas veces hemos mordido el anzuelo?
¿Cuántas veces hemos pensado que el cebo era un descubrimiento propio,
una propiedad que llevarse a la boca?
 ¿Cuántas veces hemos visto esa humillación
 de hacerle creer  a la gente que lo que se ha conseguido con lucha
y esfuerzo colectivo, es una especie de favor,
 que se da y se quita como un anzuelo?
Y llegamos al fin de trayecto.
 Ojala algún día puedan votar también los peces, las amanitas y el mirlo.

“Al igual que el pez, los humanos muerden el anzuelo al creer haber conseguido algo que el pescador quita cuando quiere”   


Quirón

domingo, 24 de enero de 2016

Culturas exóticas





Era difícil encontrar en tribu salvaje
hembra negra, india o misteca, que pudiera
soportar sobre su cuerpo tantos colgajos de hierro,
en sus más diversas formas,
complejas y pesadas por así decirlo.

Parecía una dama burguesa
 que se hubiera modernizado
acortándose la falda, pero
 sin apartarse un ápice de su clasicismo de casta.

Entre lo racional y lo misterioso,
subraya su personalidad.
 Persistente indagación sobre el enigma
de su particular visión.
al deparar al espectador el placer
 de la inversión en un espacio sin límites.

Una muestra, indaga cómo la sensibilidad femenina
 es la fuente de las transformaciones
artísticas más fuerte e impactante
desde el modernismo al postmodernismo.

 Sensuales  figuras femeninas,
 indolentes y entregadas a un placer que las supera,                          
Parecen indicar un camino a seguir.

Un carnal desnudo masculino,
 cobra un sentido incierto,
frente a la claridad épica del arte.

Una constante del arte rodiniano
parece apuntarse ya desde el pasado.


QUIRÓN

viernes, 22 de enero de 2016

Obdulia





          Cuando entré en el salón, la gata ya ocupaba su sitio en el sofá, a la espera de que la televisión comenzara a funcionar. Era la hora de las noticias, encendí con el mando el televisor y me arrellané en mi lado del sofá a ver que nos deparaba hoy la actualidad mediática.

         Movimientos políticos para acceder al poder de la nación, que aún estaba en funciones hasta que se forme nuevo gobierno. Era curioso. Mi gata, dependiendo de qué político apareciera en pantalla, reaccionaba de distinta forma. El presidente en funciones le daba repelús y le bufaba. El candidato del primer partido de la oposición le hacía ponerse expectante. De los partidos emergentes en esta legislatura, distinguía entre uno y otro, pero con uno estornudaba y con otro rascaba el sillón con las uñas. Me tenía indeciso sobre qué fórmula sería la mejor para contentar a mi gata. Si hicieran una gran coalición entre los tres partidos más votados, se pasaría el día rascando el sillón, bufando y a la vez expectante por lo que pudiera pasar. Si la coalición fuera entre fuerzas progresistas, parecería que tuviera alergia, aunque estaría con curiosidad mirando. No quiero pensar si todas las fuerzas políticas se unieran en coalición

         Obdulia se había criado con nosotros desde que nació. Fue testigo del nacimiento de mis dos hijos, a los que adora, y de nuestra separación, amistosa pero dolorosa. Tomó partido por mí y es mi más fiel compañera desde entonces. Cuando vienen mis hijos, se vuelve protectora y juguetona con ellos. Es sibarita con las comidas como yo, limpia como mi exmujer, juguetona y adorable como mis niños y exigente como mi suegra.

         Le gustan las series de Disney Chanel, donde salen chicos y chicas y la veo disfrutar con sus excentricidades y parece como si se riera cuando hay una escena divertida. No le gustan los partidos de fútbol y me deja solo cuando los veo. Es selectiva con las películas. Las de acción la ponen en tensión y está inquieta en lo que dura. Las comedias la relajan y hasta parece que sonriera. Los dramas la ponen triste y maúlla con pena. Lo que más le gustan son los informativos, porque se desahoga con ellos y expresa sus más variadas emociones.

         Para dormir se busca acomodo a los pies de mi cama y se arrebuja debajo de la colcha. Cuando salgo a mis quehaceres y vuelvo tarde, me expresa su descontento y me echa la bronca. Me recuerda mucho a mi exmujer en sus reacciones. También me da su cariño, como ella en los buenos tiempos. Si alguna vez traigo alguna mujer a casa, sea amiga, compañera, familia o para venderme algo, se pasea cerca de mi mandándome mensajes claramente de celos, hasta que se marchan.

         Echo de menos a mis niños y, tengo que reconocerlo, también a mi mujer. Con ella compartía mis aficiones y nuestro sentir ante la política y los acontecimientos diarios. Por más que Obdulia esté pendiente de mí y me ofrezca su compañía y cariño, el calor de un ser humano con el que compartes tu vida no tiene sustituto.


Rabo de lagartija

El bosque mágico





            El autobús giró por la estrecha calle que conducía hacia el centro del pueblo. Una vez allí sus puertas se abrieron y los pasajeros descendieron de él. En unos minutos la plaza se vio invadida por los recién  llegados ante la mirada curiosa de los habitantes del lugar.

            Un grupo de los viajeros se dirigieron hasta el hostal situado en una calle próxima. Allí pasarían  la noche y por la mañana siguiente emprenderían el camino hacía el bosque situado en las proximidades del pueblo.

            Nada hacía presagiar a los recién llegados la tormenta que se desencadenaría horas después en el bosque, atrapándoles en un torbellino de truenos y relámpagos…

            Durante la cena los excursionistas hablaron del recorrido que harían al día siguiente. El dueño del establecimiento les había escuchado y acercándose a ellos les indicó las diferentes rutas que podrían tomar para llegar al lugar que querían visitar.

            A la mañana siguiente, con las primeras luces del día, los excursionistas iniciaron la marcha. Sobre sus espaldas colgaban las mochilas cargadas con todo lo necesario para pasar el día. No tardaron mucho tiempo en divisar el camino arbolado que conducía al interior del bosque. Una vez allí, tomaron el sendero marcado en el plano. Según iban avanzando por el camino el paisaje iba cambiando, hasta que llegaron a un paraje donde se divisaba un pequeño lago de aguas cristalinas. Estas acariciaban las largas ramas de los sauces que bajaban a bañarse en ellas. Por un tiempo se detuvieron en su marcha para contemplar el baile que producía el aire al balancear las alargadas hojas con las verdes aguas del lago.

            Después prosiguieron su camino, bordeado ahora por árboles cuyas copas se abrazaban cubriendo el espacio por donde los rayos del sol luchaban por colarse y llegar hasta el suelo. De pronto el cielo se oscureció, las blancas nubes se fueron agrupando amenazantes, el sol huyendo se cubrió la cara al tiempo que un trueno seguido del rayo anunciaba la tormenta. En pocos segundos las nubes se abrieron, dejando caer su pesada carga sobre el bosque.

            Los excursionistas corrieron para protegerse del aguacero que se les venía encima. De pronto y sin saber cómo se encontraron frente a una cabaña y sin dudarlo un instante corrieron hasta ella. Una vez dentro recorrieron su interior y comprobaron que era más grande de lo que se veía desde el exterior. Llamaron por si había alguien, pero nadie contestó a sus llamadas. No había señales de que estuviera habitada. Sus ojos se fijaron cómo las paredes se recubrían con pequeños cristalitos  grabados en su interior. Cuando terminaron de inspeccionar del lugar se dirigieron hacía la ventana, por donde podían ver cómo las gotas se convertían en pequeñas bolas de cristal que chocaban contra el tejado, rebotando y cayendo al suelo, mezclándose con la tierra. 

            Los ocupantes de la casa del bosque no supieron el tiempo que duró la tormenta, los relojes se habían parado quedando suspendidos en el tiempo.

             De la misma forma que llegó, la tormenta se desvaneció. El sol salió de su escondite. La lluvia convertida en gotas de cristal había quedado prendida sobre el tejado y el suelo, desprendiendo brillantes colores al reflejarse el sol sobre ellas.

            En el interior de la vivienda se reanudaron los comentarios y tras comprobar que la lluvia había cesado salieron de la cabaña. Nada en el exterior denunciaba la tormenta. Parecía como si nada de aquello hubiera ocurrido.

            Tras unos minutos de desconcierto y vacilación decidieron tomar el camino de regreso al pueblo.  De vez en cuando volvían la cabeza para mirar lo que dejaban atrás. La casa se hacía cada vez más pequeña, hasta que desapareció de su vista.

            Empezaba anochecer cuando regresaron al pueblo. Durante la cena todos contaron lo sucedido en el bosque al dueño del hostal. Este les escuchaba en silencio. Al mismo tiempo  un hombre sentado en la mesa de al lado escuchaba con mucha atención lo que allí se decía y dirigía su miraba al dueño del establecimiento y este también le miraba. Los dos recordaban su salida al bosque, la cabaña cubierta de cristalitos de colores.

            A la mañana siguiente los excursionistas tomaron el autobús de regreso a la ciudad. Atrás quedaba el bosque y en medio de él la casa con las gotas de cristal y dentro de ellas los nombres de los que por allí pasaron.
 

Iris

Remembrando




             Deambulaba en la calleja en el ocaso
             con el moco de aquel plajo tiritando,
             y la brisa de la tarde refrescaba
             en las narpias que lloraban paseando.

             El chapiri le talaba la sesera,
             la levita le cubría por la espalda,
             los zahones le cubrían la musiera,
y unos calcos los pinrreles le calzaba.

Una faja en la cintura le servía
“pa” llevar el cuarterón con el librito,
y un sobrerito de fieltro
le servía en las fuentes de vasito.

Y unos botos fabricados de ternera,
y un cayado de vara de roble,
siendo experto con la puesta de la Luna
y un corazón grande y noble.

Fue herrador, también herrero,
mancornador y alabardero,
matarife y capador,
cestero y apaleador,
fue palero y colchonero,
pellejero y arriero.
Esquilador, tinajero,
Tejero y picapedrero,
Fue marchante y peletero,
Fue resinero y gañán,
Fue vaquero y fue porquero.

Mas al llegar a la fiesta
en el medio de la plaza,
era el señor más querido
de todos los de su raza,
porque su sabiduría
y su destreza en la vida,
eran como el pan reciente,
esa cosa tan querida.


Trotamundos