sábado, 11 de marzo de 2017

El trastero




         María se empeñó en que había que bajar al trastero para hacer una limpia integral. Hacía años que almacenaban en él todos los trastos inútiles que el sentimentalismo había salvado de la basura y que llenaban hasta los topes el pequeño reducto del trastero. Manuel tuvo que sucumbir al ultimátum de su mujer y preparó bolsas y cajas para retirar las reminiscencias del pasado, obsoletas ya.

         Abrieron la puerta y, desde el umbral, echaron un vistazo al caos que imperaba, donde últimamente no se paraban en colocar nada y lo tiraban de cualquier manera. Empezaron por las estanterías del lado izquierdo. Una plancha sin arreglo, la cerradura original de la casa, sin llaves, la lámpara de forja del salón. También encontraron una maleta ajada, sin ruedas y de material duro que les hizo recordar su viaje de novios.

         Nunca habían montado en avión hasta que se casaron. ¡Canarias!, esa parte de España tan acogedora con su cadencia de lenguaje sus paisajes volcánicos Se sentaron en los asientos que la azafata les indicó. El despegue les puso el estómago en el cuello. Cuando se atrevieron miraron por la ventanilla cómo las casas las carreteras, las montañas se empequeñecían y se alejaban de ellos. Dos horas de vuelo. Les llevaron un desayuno y el periódico. Rezaron a todos los santos para que aterrizase bien. Un autobús les acercó desde la pista hasta la terminal. Alguien con un cartel los llamaba para llevarlos en un taxi al hotel. Días maravillosos, experiencias nuevas, conocimientos íntimos que hasta entonces se habían privado de sentir.

         ¡A la basura, para qué la queremos¡

         Seguimos por la estantería del fondo. Revistas viejas, un tostador de pan, papeles y recibos antiguos, juegos de los niños.

         Cuando nacieron nuestros hijos se inundó de alegría nuestra vida. También llegaron los insomnios, pañales, biberones y visitas al pediatra, asustados de cualquier cosa que les ocurriera. Vimos sus caritas en las fechas de sus cumpleaños y la llegada de los Reyes Magos. Lucha diaria con los estudios, por crear una conciencia social y humana en ellos, verlos crecer y experimentar las nuevas sensaciones de la infancia, la pubertad y la adolescencia.

Por último, miramos la estantería de la derecha. Una impresora vieja, maderas del mueble viejo, Un despertador inútil, cuadros venidos a menos. El bastón del abuelo.

Se pasaba temporadas con nosotros. Gustaba de corretear por las tierras que aún se cultivaban frente a nuestro piso. Se juntaba con otros mayores, la mayoría venidos de términos rurales y añoraban su juventud, contándose sus batallas de la vida. Adoraba a sus nietos a los que empachaba de chuches y golosinas. Las tardes se las pasaba mirando por la ventana el devenir de la gente del barrio. Su último descubrimiento fue el hospital de la zona, donde se despidió de nosotros.

Toda una vida estaba reflejada en aquel trastero. Decidimos tirar lo que no conllevaba sentimientos y lo demás lo colocamos ordenadamente en las estanterías. Ya habría tiempo de tirarlo.


Rabo de lagartija

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