domingo, 19 de febrero de 2017

Regina





            Regina había nacido a finales del siglo XIX. Era una joven de aspecto delicado. Su pelo negro resaltaba sobre la piel blanca de su rostro. Los ojos aunque pequeños dejaban ver toda la grandeza que había en su interior. A pesar de su apariencia frágil trabajó en las labores del campo con el esfuerzo que ello requería.

            Como tantas jóvenes que vivieron en aquella época y más en zonas rurales, no tuvo oportunidad de ir a la escuela y por lo tanto no sabía leer ni escribir, pero para ella no fue impedimento en su vida cotidiana. Sabía leer en las nubes la llegada de la lluvia y el frío. Dominaba el conocimiento de los frutos silvestres que daba la tierra, que se podían comer sin peligro. También  le gustaba recoger el té verde que se criaba a la orilla del riachuelo que pasaba cerca del pueblo, y una vez seco, lo cocía y toda la casa quedaba impregnada de su aroma.

            Regina se casó con un hombre mayor que ella. Tuvieron varios hijos. La familia vivía unida en los trabajos cotidianos. Los mayores se fueron casando y sus componentes aumentando. Todo seguía su curso hasta que estalló la guerra y todo se desmoronó. Cuando ésta termino, el cabeza de familia y uno de los hijos fueron encarcelados y Regina tuvo que tomar las riendas de su casa. A ello se sumó la pérdida de una de sus hijas y su marido, teniéndose que hacer cargo de los niños.

            Los años fueron pasando y Regina, junto a su familia, habían  conseguido salir adelante. Con el paso del tiempo, sus hijos se marcharon  a la ciudad en busca de un futuro mejor y ella  se quedó en el pueblo junto su marido ya muy enfermo.

            Un día Regina recibió la noticia de que una de sus hijas regresaba al pueblo con su familia. La alegría llenó su corazón, pues ya no se encontraría sola.

            La vida tomó un nuevo sentido para ella. Durante el día ayudaba a su hija con los niños. En las tarde de invierno los reunía a los pequeños junto a la chimenea, y les contaba historias y dichos que a ella le habían contado siendo niña.

             Cuando llegaba la primavera los llevaba al campo, allí les mostraba los nidos prendidos en los árboles y les hablaba de sus moradores. También les indicaba  los frutos que daba la tierra y que recogían para llevárselos a casa. Los niños escuchaban muy atentos las explicaciones de la abuela.

             Pasado un tiempo la familia preparó su marcha a la ciudad. En esta ocasión, muy a su pesar, decidió acompañarles, pues se había encariñado con los niños y quería estar con ellos.

            Durante el tiempo que vivió en la ciudad trató de aclimatarse a ella. Le gustaba ir al cine, así que se llevaba alguno de los nietos al que estaba cerca de donde vivían, pero una vez sentada en la butaca se quedaba dormida y los niños la dejaban en su sueño.

            Cada día que pasaba no dejaba de recordar a su pueblo. Siempre que podía hacia una escapada, sobre todo para las  fiestas en honor a su patrona. También  le servía de reencuentro con sus gentes.

            Años después de su fallecimiento su pueblo natal le puso su nombre a la Residencia de Día que abrió en el lugar.

            Regina, una mujer que trabajó y luchó para sacar a su familia adelante con las carencias de la época que le tocó vivir.

            Regina. Mi abuela.

            Quisiera que este escrito sirva como reconocimiento a los abuelos de ayer y de hoy que dan todo lo que tienen a sus  hijos y nietos sin esperar nada a cambio, solo su cariño.
           
             
I R I S


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