viernes, 10 de febrero de 2017

El abrazo





            La mansión se divisaba al final del camino. Cuando los visitantes llegaron a ella, quedaron prendados de  la gran escalinata que conducía hacia al interior de la misma.

            El coche se detuvo junto a la entrada y de él descendió un hombre seguido de dos jóvenes. Después de sacar el equipaje del maletero,  se encaminaron hacia la puerta que separaba el jardín de la entrada principal de la casa.

            La llegada de los nuevos moradores de la vivienda no pasó desapercibida a los habitantes del pueblo, y quisieron conocer a los recién llegados, esperando que, como los anteriores dueños, les volvieran a dar trabajo en la finca. 

            Pasados unos días los habitantes del lugar recibieron una invitación para asistir a la recepción que daría el nuevo inquilino para conocer a sus vecinos.

            El día señalado todos los vecinos del pueblo acudieron a la cita. Una vez que todos estaban reunidos, el dueño de la casa les comunicó que, debido a los grandes terrenos que rodeaban la finca, debían cultivarse y para ello necesitaba labradores para trabajar sus campos.

            Los trabajos comenzaron rápidamente y la tierra empezó a dar sus frutos. Tanto el dueño como los jornaleros  se mostraban satisfechos. La armonía reinaba en la zona, hasta que un día se vio rota por la misteriosa  desaparición de la hija del jardinero.

            La joven ayudaba a su padre en el jardín de la casa. El hijo mayor del dueño espiaba todos sus pasos tratando de sorprenderla. En varias ocasiones le había declarado sus intenciones, pero la joven le rechazaba una y otra vez.

            El jardinero llamó a la puerta, cuando esta se abrió se encontró frente al joven a quien preguntó si sabía dónde estaba su hija, pues estaba enterado del interés que mostraba por ella, pero este negó conocer su paradero y de un portazo le cerró la puerta.

            El tiempo transcurría y a la desaparición de la joven siguió  la del padre. Todos en el pueblo pensaron que se había ido en su búsqueda.

            Una noche cuando todos en la mansión dormían,  un estremecedor llanto mezclado con suplicas desgarradoras los despertó de su sueño. El padre salto de la cama, saliendo de la habitación para ver de donde procedía las suplicas de auxilio. Sus ojos quedaron petrificados ante la visión que se ofrecía ante ellos.

            Por el largo pasillo que conducía hacia el sótano, su hijo era arrastrado por una figura cuyo cuerpo flotaba en el aire con  luz grisácea rompiendo la oscuridad reinante. De pronto la imagen se detuvo y sin soltar al joven lo introdujo en una habitación al fondo del pasadizo. El padre seguía la escena sin poder acercarse para rescatar a su hijo, una fuerza extraña lo mantenía a distancia al tiempo que reconoció en aquella figura al jardinero.

            De pronto el cortejo se detuvo junto a la puerta por donde salía un resplandor iluminando a la mujer que yacía en el lecho. Ella se incorporó al ver quien llegaba, una sonrisa se dibujó en su rostro, después se encaminó hacia el joven, su cuerpo desprendía una extraña luz. Cuando llegó hasta él, extendió sus brazos sumiéndole en un abrazo. Poco a poco las dos figuras quedaron envueltas con una luz grisácea, que se fue apagando dejando los dos cuerpos inertes sobre el suelo.

            A la mañana siguiente, muy temprano, un coche esperaba a la entrada de la casa. De ella salió un hombre abatido que, junto a su hijo menor, abandonaban aquel lugar. Cuando el coche se alejaba miró por el espejo retrovisor a lo que dejaba atrás. Entre las paredes de aquella casa su hijo permanecería atrapado para siempre en un abrazo


                                                           IRIS

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