martes, 14 de enero de 2014

No te calles


            Mamá está triste. Desde hace días no oigo su risa. Tampoco canta cuando hace las tareas de casa. Cuando me ve por el pasillo, me toma en sus brazos, me acaricia y me llena de besos, pero lo noto. Mamá está triste.

            Un día que me desperté asustado, oí voces muy altas. Sin hacer ruido me acerqué hasta la puerta de su habitación. Estaba entreabierta y me asomé con cuidado para que no me vieran. Papá estaba enfadadísimo y gritaba a mamá. Ella estaba sentada en la cama y lloraba. Si papá se acercaba, ella instintivamente levantaba el brazo y se tapaba la cara. No respondía. Papá se alborotaba cada vez más. Al cabo de un rato, me dio miedo y me marché a mi cama. Belén y Yago dormían plácidamente. Son pequeños para darse cuenta de lo que está ocurriendo.

            Otro día, cuando sonó la llave de la puerta, mamá soltó corriendo el teléfono con el que estaba hablando con alguien y se presentó en la entrada de la casa para recibir sumisa y cabizbaja a papá. Éste abrió la puerta y, al verla, empezó a chillarla y a darla empujones. Tenía la cara roja y los ojos sanguinolentos.

He estado dando vueltas a qué tendría yo que hacer para que no ocurran más estas cosas y he llegado a la conclusión de que me tengo que armar de valor y decirle a papá que no me gusta que trate de esa manera a mamá y que estaré al lado de ella cuando la maltrate. Hasta hoy no he encontrado el valor para llevarlo a cabo, pero cuando se ha marchado papá he ido corriendo al lado de mamá y la he visto con moratones en la cara y llorando con desesperación y rabia. De hoy no pasa. Me enfrentaré con papá a pesar de las consecuencias.

            Es la hora de que llegue papá a casa. Me muevo inquieto entre el salón y el recibidor. He hecho este recorrido muchas veces y mi cabeza parece que va a estallar de tantas sensaciones encontradas. Miedo, rabia, ternura. ¡La puerta! Se abre despacio, como si no quisiera entrar a sabiendas de lo que le espera. Por fin, aparece la figura de papá en el quicio. Se le ve grande, desabrido, furioso. No lo pienso y me lanzo corriendo hacia él y le digo con rabia:

            ¡Guau, guau, grrrrrrrrrr, guau, guau, guau!


                                                                       Rabo de lagartija

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