domingo, 19 de enero de 2014

De vez en cuando la vida nos sonríe


De vez en cuando nos sonríen las cosas por un segundo y no debería uno negarse esa alegría ni intentar sujetarla, porque sabemos, al menos sabemos ya eso, que no se puede atesorar la felicidad sin arrumbarla.

Los veranos se suceden pero no todos se aprovechan de igual manera y los veranos malgastados se amontonan en las cuentas negras de la memoria.

Otros veranos si dicen su nombre y al recordarlos  se da uno cuenta de que no sucedió ningún prodigio  más allá “del prodigio de haber sido capaces de alimentar el lado mejor del alma” y desechar la sombra enana del árbol talado.

La sombra del bien siempre tiene la esperanza de ser feliz antes de cada viaje, pero a menudo olvida cuanto ha de poner de su parte en la tarea.

 Es siempre el viajero el que estropea o arregla el viaje, poco tiene que ver en esto el barco, la vista desde la habitación, o el clima. Con el más leve giro de nuestra predisposición, la misma madre se llevará dos sabores diferentes, según sea la atención que se la preste.

La misma compañía y los mismos besos serán también dos asuntos diferentes y lo serán tanto en el  presente como en el recuerdo.

El verano se llena de significado, hasta en la menor insignificancia, si la predisposición  es positiva. Por la misma razón se trasforma una lectura repetida cuando se acepta que el tiempo  va haciendo de nosotros gente nueva.

El viajar es importante y depende en definitiva de nosotros. Siempre es la misma playa pero son otros pies. El gesto infinito produce reflejos dispares. Aceptarlo de buena gana supone abrir las celdas y dejar que los presos del miedo correteen sin hacerle daño a nadie.

En este tren de ida y vuelta a casa he pensado en esto. En un verano cualquiera he vuelto a viajar para atrás y hacia delante de la manera más sensata y sin dejar de estar aquí.

Hacerse con lo vivido es parte de la tarea de vivir.

Frente al vértigo de la edad no hay quien no sepa, que el pasado rejuvenece, que los fantasmas se agitan, que olvidar es imposible.

Los veranos hacen cosas con nosotros que no hacen los inviernos, un segundo detenido bajo el sol refresca la memoria de la piel y el viajero por fin lo confiesa todo.

Ese viajar más importante, es un viajar tan limpio como los ojos de un niño.

QUIRÓN



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