viernes, 20 de diciembre de 2013

Veinte años en la escuela


Después de veinte años en vuestra amable y muy agradable compañía, quisiera poder deciros lo que para mí, como alumna, ha representado vuestro continuo manar en todos estos años.

         Hay un viejo tango que dice: “que veinte años no es nada/ que feliz la mirada/   errante en las sombras/ te busca y te nombra”…O algo así.

            Pues eso, esos años hace que tuve la suerte de entrar en contacto con la escuela, y vosotros erais los maestros/as. Un grupo de chicas/os que con una ilusión sin límites estabais dispuestos a apagar esa sed de aprender, de saber, que en lugar de saciarse en mí se exacerbaba. Yo cada año os pedía un poco más. Pero ahí estabais vosotros, con la gran capacidad del manantial inagotable, para seguir regalando agua pura

Una de las maneras más sencillas y directas de granjearse la gratitud son los regalos. Cualquier persona medianamente educada sabe que algunos no se pueden aceptar, por su procedencia, por su cuantía, por lo que simbolizan, porque uno va a sentirse en deuda con quienes se los hacen…

Esté último es mi caso, aunque el regalo no fuera expresamente para mí, sino una oferta para toda la clase. Yo siempre lo tomé como un regalo y como tal lo agradezco.


Que hermoso es vuestro trabajo, como os admiro por ello, cuanto os lo agradezco. Aunque bien es verdad que la admiración por los maestros me venía ya de antes. De cuando tuve que dejar la escuela y mis maestras de niña me proveían de libros para que no dejara de leer. Más tarde aquellos maestros republicanos de las lecturas y de las películas, que tan alto dejaron el listón de vuestra profesión.

 Nunca hubiera imaginado tener una segunda oportunidad para seguir aprendiendo, y ustedes vosotros, (como decía mi suegro que era sevillano) me la habéis regalado al poner vuestra agua a mí alcance y poderla beber.

Teniendo en cuenta lo mucho que tenéis que seguir poniendo al servicio de la sed de saber de otras gentes, sólo me queda agradeceros por anticipado el tiempo que quede para seguir bebiendo de esas vuestras sanas fuentes, antes de que me jubilen del oficio de aprender, que es el que más me gusta y menos me cansa.

Muchas gracias por ser como sois, todos estupendos.

Eso es lo que tienen los buenos maestros, que saben abrir las puertas hacia dentro. Y yo siempre de coronilla.   
          

Quirón

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