viernes, 27 de enero de 2017

Sin sentido, sin base





Aparece la cara pálida del nuevo año. Se extinguieron los festines grabados, se apagaron las luminarias, pasaron los ritos de iniciación. El concierto de Viena. El pasional Papa. Ahora solas y desnudas: las programaciones, habría que hacer votos para que fueran más serias, buenas,, inteligentes.

Más vale el silencio, las circunstancias lo impiden, parecen perdidas. Han dejado espacio a falsas alegrías, se hunden en la madrugada. Hasta los informativos se nos van si no hay el más mínimo deporte, solo grandes imágenes excepcionales:, la somalí desnuda y apaleada sacada en planos como de estudio, pero pocas noticias o pocos comentarios dignos de confianza y seriedad.

Vivimos con nuestro amante y salimos de vez en cuando con nuestros amigos. Debería ser al revés: convivir con los amigos y salir de vez en cuando con nuestro amante.

            La frase consumida en frío. Esa costumbre de discutirle a la mujer o al marido, la última peseta, cuando con el amigo pasa por el más rumboso. Que estupenda aventura, que emoción, que asombrosa capacidad de enajenarse, de salir de lo cotidiano.

Al enamorarse vivimos otra vida, eres más alta, más guapa, más inteligente. Libre, otro viaje a ninguna parte. Nos enfadamos por tonterías, refunfuñamos por sandeces. En una construcción sólida de lo que uno sabe y lo que uno es, a la par que inventamos al otro. Es un pacto secreto entre dos extraños para imaginarse mutuamente. Los amigos son la base, el esqueleto.

Para los amantes, tu pareja es la carne doliente palpitante, es lo que no controlas y no eres. Pero es que la vida, en fin, es un misterio.

La inmortalidad del Imperio, eventos que enardecían a las vecinas. Las emperatrices: la Piquer y Juanita Reina. Denostadas durante un tiempo fueron las grandes consoladoras de la calle. Siempre había una vecina que sabia cantar. Por la ventana entraba la voz de alguna promesa sin cuajar. Ellas narraban gratuitamente el coraje de “Lola Puñales” o la cursilería de la “Niña de la estación”.

El repertorio de lucimiento, en todos los frentes, pero siempre pasional del que tan huérfanas estaban aquellas pobres almas. Se reivindica de la copla, como testimonio de ternura que toda una colectividad necesitó desesperadamente y que las tonadilleras ilustres repartieron a manos llenas. En este mundo que la memoria presenta en tonos grises, regresan con campanilleo remozado por los milagros de la técnica. Me estremezco pensando que las campanas también doblan por mí.     

Quirón

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