sábado, 21 de enero de 2017

La resaca






        Mil luces de colores se encienden y pintan las calles de la gran ciudad. La atonía y la rutina del día a día se disfrazan de fiesta por todo lo alto. Las tiendas, los balcones y las grandes superficies compiten en creatividad, pareciendo grandes luciérnagas que atraen a los miles de visitantes.

        Aparcamos las quejas, las penas, los deseos no cumplidos y nos pintamos de alegría, empatizando con todos los seres humanos que nos rodean. El hecho por lo que nos transformamos pasa a segundo plano. Se desborda el espíritu festivo, la locura transitoria se convierte en epidemia y nos gastamos hasta lo que no tenemos en obsequios y manjares.

        Suena el despertador familiar, la morriña del hogar donde vivimos nuestra juventud, el reencuentro con hermanos, padres, hijos, abuelos, tíos, primos, amigos, compañeros, e incluso desconocidos, nos embarga. Existen muchos días en el año para estos reencuentros pero no encontramos motivación hasta que llegan estas fechas.

        Santa Klaus o Papá Noel y los Reyes Magos, ponen en marcha su maquinaria mágica y en esos días señalados nos invaden de ilusiones envueltas en papel de colorines, que abrimos con manos nerviosas y expectativas que muchas veces no se cumplen.

        Han sonado las campanadas. Abrazos, besos y buenos deseos para el año nuevo que empieza, Alegría, risas, cantos y bailes, bebida y comida como si sobrara siempre y trasnoches que nos descolocan el cuerpo al día siguiente.

        La fatídica fecha del final de la fiesta nos hace empaquetar alegrías, ilusiones y calor humano hasta el año que viene. Lo que nos queda es la cruda realidad de nuestra cotidianeidad, con sus sombras y preocupaciones. La resaca es profunda, aunque el tiempo te hace olvidar lo que has intentado ser y no has llegado a alcanzar y el conformismo te ayuda a sobrevivir otro interminable año.


Rabo de lagartija

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