domingo, 2 de noviembre de 2014

El viajero




Escuchaba los sonidos de la noche y dejaba correr sus pensamientos mezclados con el sonido del tren que avanzaba en su camino dejando a tras las últimas luces de la ciudad. Dentro del compartimento sus ocupantes hablaban animadamente, contando sus experiencias de viajes anteriores. Transcurrido un tiempo las voces se fueron apagando y los viajeros poco a poco se iban entregando al sueño. El final del viaje estaba previsto para primera hora de la mañana. Uno de los viajeros, que había permanecido  en silencio, se levantó de su asiento y miró, a través del cristal de la ventanilla. La escasa luz que desprendía la luna y la velocidad con la que se movía el convoy, hacía casi imposible ver con claridad el paisaje que les acompañaba. El hombre se dio media vuelta y miró a sus acompañantes. Estos dormían plácidamente, lo que le animó nuevamente acercarse a la ventana, pero esta vez con intención de abrirla. Muy despacio bajó  el cristal de la ventanilla. El aire fresco de la noche le rozó la mejilla y el olor a hierba verde invadió el interior del compartimento. Sus ojos seguían queriendo  ver más allá de las sombras, pero sólo alcanzaba a escuchar el traqueteo del tren, mezclado  con los  sonidos de la noche: el aullido del perro en la distancia, el susurro de voces en el aire, el canto del ave nocturna, tras atrapar a su presa.

            La  noche era la reina por unas horas y durante su reinado desplegaba su manto,  para dejar salir de su morada a los habitantes de las sombras.

 Lentamente, el hombre cerró la ventanilla y volvió a su asiento. Miró a los que dormían junto a él y cerró los ojos. En su mente, las imágenes volaban, llevándole de nuevo a escuchar los sonidos de la noche que le acompañarían hasta el final del viaje.

IRIS

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