Escuchaba los sonidos de la noche y
dejaba correr sus pensamientos mezclados con el sonido del tren que avanzaba en
su camino dejando a tras las últimas luces de la ciudad. Dentro del
compartimento sus ocupantes hablaban animadamente, contando sus experiencias de
viajes anteriores. Transcurrido un tiempo las voces se fueron apagando y los
viajeros poco a poco se iban entregando al sueño. El final del viaje estaba previsto para primera hora de la mañana. Uno de los
viajeros, que había permanecido en
silencio, se levantó de su asiento y miró, a través del cristal de la
ventanilla. La escasa luz que desprendía la luna y la velocidad con la que se
movía el convoy, hacía casi imposible ver con claridad el paisaje que les
acompañaba. El hombre se dio media vuelta y miró a sus acompañantes. Estos
dormían plácidamente, lo que le animó nuevamente acercarse a la ventana, pero
esta vez con intención de abrirla. Muy despacio bajó el cristal de la ventanilla. El aire fresco
de la noche le rozó la mejilla y el olor a hierba verde invadió el interior del
compartimento. Sus ojos seguían queriendo
ver más allá de las sombras, pero sólo alcanzaba a escuchar el traqueteo
del tren, mezclado con los sonidos de la noche: el aullido del perro en
la distancia, el susurro de voces en el aire, el canto del ave nocturna, tras
atrapar a su presa.
La
noche era la reina por unas horas y durante su reinado desplegaba su
manto, para dejar salir de su morada a
los habitantes de las sombras.
Lentamente, el hombre cerró la ventanilla y
volvió a su asiento. Miró a los que dormían junto a él y cerró los ojos. En su
mente, las imágenes volaban, llevándole de nuevo a escuchar los sonidos de la
noche que le acompañarían hasta el final del viaje.
IRIS
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