No paraba de mirar el reloj. Faltaban dos horas para la
cita. No estaba seguro de cómo reaccionaria cuando la viera. Tenía sentimientos
encontrados y le surgían serias dudas sobre si debía asistir a la misma.
En la última
conversación que tuvo con ella, le dejó entrever que seguramente habría
momentos difíciles y obstáculos que solventar. Si era constante podría alcanzar
un estado satisfactorio, siempre que cumpliera todas las normas que ella le
indicara. Le gustó su sinceridad y lenguaje directo. Llevaba dos días sopesando
los pros y los contras. Todavía no se había puesto de acuerdo su razón con su
corazón. La primera analizaba la situación desde todos los ángulos y el segundo
se dejaba guiar por impulsos. Todavía no estaba seguro de acertar con la
decisión que tendría que tomar al verla de nuevo.
Salió a la
calle, se montó en el coche y condujo ausente, imbuido en la corriente de
tráfico, que a aquellas horas recorría la ciudad. Hacía un sol de justicia que
disminuía aún más su capacidad visual. Dio unas vueltas hasta que encontró un
hueco para aparcar. Echó a andar dubitativo. Aún no había resuelto sus cuitas.
Esperaría hasta tenerla enfrente y decidiría según le dictase su corazón en ese
momento.
Empujó la
puerta y preguntó por ella en recepción. Le indicaron un pasillo y la tercera
puerta a la derecha. Estaba entreabierta y se asomó con miedo. Ella levantó la
vista y, al verle, fue floreciendo una sonrisa en su boca y notó la alegría de
sus ojos al mirarle. Ya está, se había decidido. Sin pensarlo dos veces le
dijo:
-Hola. Vengo a sacarme la muela.
Rabo de lagartija
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