María
se fue pronto a la cama. Al día siguiente tenía que estar a primera hora en el
hospital. El médico le había comunicado la tarde anterior que su hija recibiría
el alta médica.
El
despertador sonó insistentemente. María se levantó rápidamente de la cama y se
dirigió hasta el cuarto de baño. Después de ducharse se dirigió hasta la cocina para desayunar. Terminado el
desayuno se encaminó hasta la puerta de la casa, la abrió y salió a la calle.
La
mujer llegó al centro hospitalario y se encaminó hasta la habitación donde se
encontraba su hija. Cuando llegó estaba desayunando, lo que aprovechó ella para guardar en una bolsa de viaje las
pertenencias de la joven. Una vez terminado lo que estaban haciendo, las dos
mujeres esperaron la visita del médico. El doctor llegó a media mañana y, tras
examinar a la paciente, le comunicó que se podía ir a casa, una vez que la
enfermera les llevara los papeles del alta. Madre e hija se dispusieron a
esperar. El tiempo pasaba y allí nadie aparecía. Se abrió la puerta de la habitación dejando paso
a la auxiliar, que preguntó si la paciente se iba a quedar a
comer, a lo que María contestó:
.-
Según caiga…
La
auxiliar la miró extrañada y salió sin decir nada. El tiempo transcurría y los papeles no llegaban. De nuevo se abrió
la puerta y la misma auxiliar volvió a preguntar: ¿Se va a quedar a comer? Y la misma respuesta de María, pero esta vez
con cierto retintín en su tono de voz:
.-
Según caiga…
Ante
la respuesta, la auxiliar se dirigió
hacia la puerta, pero antes de llegar a ella María la llamó para explicarle su
respuesta, pues había notado en su cara cierto desagrado .Cuando la mujer
volvió junto a las dos mujeres, María comenzó su relato:
Había
una vez en un pueblo dos amigos que se llevaban muy bien. Un día que estaba
lloviendo, y no podían trabajar en el campo, Manuel invitó a su amigo a casa.
Se encontraban los dos hombres hablando animadamente alrededor de la mesa y
sobre ella dos vasos de vino, que el dueño de la casa había elaborado con uvas
de su propia cosecha. En un extremo de la sala donde se hallaban, se
encontraba, la chimenea y junto a ella, la mujer movía la comida que cocía en
el puchero de barro. Los niños del matrimonio jugaban en un rincón de la
habitación. Los dos amigos seguían contando sus aventuras pasadas, pero el
amigo del dueño de la casa no dejaba de mirar por el rabillo del ojo al moco
que amenazaba con caer de la nariz de la mujer sobre el contenido del puchero.
Al cabo de un rato el dueño de la casa le preguntó a su amigo:
.-
¿Te vas a quedar a comer?
.-Según
caiga, contestó sin dejar de mirar la nariz de la mujer de su amigo.
María
terminó su pequeño relato y las tres mujeres se echaron a reír. Después la
auxiliar se encaminó hacia la puerta y
le hizo de nuevo la pregunta, pero esta vez con una sonrisa:
.-
¿Se va a quedar a comer?
Y
María contestó con un gesto de complicidad:
.-
Según caiga…
IRIS
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