Me pillé los dedos con la
puerta, cuando salía corriendo hacia el colegio para recoger a los niños. Era
muy tarde, y si no llegaba tiempo, mis hijos se quedarían en la calle.. Hoy mi
madre no podía ir a recogerlos. Estaba con fiebre y eso hizo que se trastocaran
todos los planes. Yo tuve que salir de prisa del trabajo y fue cuando me
ocurrió este pequeño accidente.
Cuando mis hijos me
vieron, en vez de darles alegría, lo primero que me preguntaron fue: “mamá, ¿y
la abuela? Les dije que hoy no podía venir, y que había que darse prisa, porque
mamá tenía que ir a trabajar. “Mamá”, me dijo el mayor, “yo no quiero irme. Con
la abuela, después del colegio nos quedamos en el parque, en los columpios, o
viendo a las palomas y las damos de comer”.
Más tarde, cuando estaba
en casa, me puse a pensar: ¿por qué esa reacción de mis hijos?, cuando tanto su
padre como yo, nos matábamos a trabajar para que ellos tuvieran de todo.
Deportes, clases particulares, buenos colegios. Tendrían que estar orgullosos
de nosotros, por tanto como les dábamos. Pero, ¿acaso ellos nos han pedido
tantas cosas, o somos nosotros que, quizá, queremos que hagan lo que a sus
padres nos hubiera gustado hacer, y no pudimos? A lo mejor, tendríamos que
pensar en nuevas formas, para que nuestros hijos sean felices sin tantas cargas
que les echamos encima.
Por supuesto, darles una
buena formación, sin olvidar que la verdadera educación la aprenden en casa,
con nuestro ejemplo. Tal vez podríamos
plantearnos la forma de poder estar más tiempo con los niños. Si nos perdemos
su niñez, es algo irrecuperable. Cierto que tenemos que trabajar, tanto el
padre como la madre, pero en nuestro fuero interno, sabemos que, quizá
suprimiendo ciertas cosas superfluas, no sería necesario trabajar tantas horas,
y no estar tanto tiempo fuera de casa. No podríamos darles tantos caprichos,
pero seguro que les compensaría la compañía de sus padres.
Blanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario