Raquel
esperaba, anhelante, el preludio del rito que terminaría en boda es
mañana de mayo. Aunque sólo tenía quince años, estaba preparada desde niña para
ello. La tradición gitana estaba tan arraigada en su familia, que sólo se
casaría con alguien de su raza. El afortunado era su primo Manuel, dos años
mayor que ella, y de quien estaba enamorada desde la infancia. ¡Cuántas veces
había soñado con ser su esposa!.
Por
fin llegaron sus más íntimas amigas que la ayudaron a engalanarse para la
ocasión. Primero la bañaron y perfumaron, con diversos jabones aromatizados,
para después ponerle un precioso vestido blanco. Adornaron sus cabellos con
flores del mismo color, simbolizando la pureza. Su linda piel de aceituna
destacaba del color azahar de sus adornos. No había una novia más bella en toda
la región. Tan hermosa estampa sólo podría compararse a la diosa Venus, nacida
del agua.
El
patriarca de la saga fue quien ofició la ceremonia, y bendijo a la pareja con
un sortilegio; lanzó un cántaro al aire, que al estrellarse contra el suelo,
sus pedazos preconizaron lo que sería su
prole: siete vástagos bendecirían la unión. Poco después, las comadres entraron
con la novia en la alcoba, para comprobar su virginidad. Para ello introdujeron
en su parte más íntima el pañuelo, que sería la prueba de la pureza. La
virginidad de Raquel quedó demostrada, ante la alegría de todos los presentes
que, con gran regocijo, levantaron en volandas a los recién casados,
meciéndolos alegremente al compás de palmas y toque de guitarra. Los jóvenes
amigos de la pareja salieron a bailar, rompiendo a jirones sus camisas, en
señal de felicidad por el acontecimiento.
Comenzó
el banquete con una gran olla gitana, vino, cante y baile, que duró hasta el
amanecer.
El
sueño de Raquel, hoy ya era realidad.
Y sus manos se movían
como palomas aladas…
Sus cuerpos de primavera
eran juncos sobre el
agua,
cimbreándose amorosos
al compás de una
taranta.
Bailaron los dos amantes
hasta las luces del
alba,
por tangos, por
alegrías,
por bulerías y zambras.
Y los duendes de la
noche
les sumergió, con su
magia,
en un mar de mil deseos,
en mieles de menta y
savia.
El mantón blanco de luna
les cobijó en su morada,
las estrellas alumbraron
dos almas enamoradas.
Luna
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