miércoles, 26 de noviembre de 2014

Una tradicional boda gitana





          Raquel  esperaba, anhelante, el preludio del rito que terminaría en boda es mañana de mayo. Aunque sólo tenía quince años, estaba preparada desde niña para ello. La tradición gitana estaba tan arraigada en su familia, que sólo se casaría con alguien de su raza. El afortunado era su primo Manuel, dos años mayor que ella, y de quien estaba enamorada desde la infancia. ¡Cuántas veces había soñado con ser su esposa!.

        Por fin llegaron sus más íntimas amigas que la ayudaron a engalanarse para la ocasión. Primero la bañaron y perfumaron, con diversos jabones aromatizados, para después ponerle un precioso vestido blanco. Adornaron sus cabellos con flores del mismo color, simbolizando la pureza. Su linda piel de aceituna destacaba del color azahar de sus adornos. No había una novia más bella en toda la región. Tan hermosa estampa sólo podría compararse a la diosa Venus, nacida del agua.

        El patriarca de la saga fue quien ofició la ceremonia, y bendijo a la pareja con un sortilegio; lanzó un cántaro al aire, que al estrellarse contra el suelo, sus pedazos preconizaron  lo que sería su prole: siete vástagos bendecirían la unión. Poco después, las comadres entraron con la novia en la alcoba, para comprobar su virginidad. Para ello introdujeron en su parte más íntima el pañuelo, que sería la prueba de la pureza. La virginidad de Raquel quedó demostrada, ante la alegría de todos los presentes que, con gran regocijo, levantaron en volandas a los recién casados, meciéndolos alegremente al compás de palmas y toque de guitarra. Los jóvenes amigos de la pareja salieron a bailar, rompiendo a jirones sus camisas, en señal de felicidad por el acontecimiento.

        Comenzó el banquete con una gran olla gitana, vino, cante y baile, que duró hasta el amanecer.

        El sueño de Raquel, hoy ya era realidad.



                        Y sus manos se movían
                        como palomas aladas…
                        Sus cuerpos de primavera
                        eran juncos sobre el agua,
                        cimbreándose amorosos
                        al compás de una taranta.

                        Bailaron los dos amantes
                        hasta las luces del alba,
                        por tangos, por alegrías,
                        por bulerías y zambras.

                        Y los duendes de la noche
                        les sumergió, con su magia,
                        en un mar de mil deseos,
                        en mieles de menta y savia.

                        El mantón blanco de luna
                        les cobijó en su morada,
                        las  estrellas alumbraron
                        dos almas enamoradas.


Luna

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