sábado, 22 de noviembre de 2014

Corrientes, tres, cuatro, ocho...





Corrientes, tres, cuatro, ocho, segundo piso ascensor… Este precioso tango, tan antiguo pero tan entrañable, sonaba  nítidamente dentro del coche  y yo, que soy una tanguera incorregible, seguía  ilusionadamente el ritmo, canturreando embelesada en esa su cadencia milonguera que tanto me gusta. Pero se acabó la música, para dejar paso a las noticias.

 Dudé, un instante, si buscar música, pero esa duda la cortó mi santo, “no lo cambies que quiero escuchar las noticias, a ver si me entero del último “caso ese de la enredadera”. No toqué el dial y le seguí la corriente, aguantando el nuevo caso de corrupción institucional del funcionariado, que se nos amontonaba en todos los medios de comunicación, asediando y desmoralizando nuestras emotivas mentes, en las que ya no cabe más basura, en la que enlozarnos en el poco espacio que nos queda,  para resistir contra tanta sanguijuela.

Es tan deleznable su proceder, que con sinceridad digo  que a mí me descompone escucharlo. Así que mientras las noticias seguían,  me entretuve comparando la corrupción con el fútbol y sus diferentes selecciones. Pondríamos en la Selección española que se compondría: “del  capitalismo salvaje, los gobiernos del bipartidismo y toda la élite de España, incluidos la Casa Real y Cataluña”; en Primera división: “los Congresistas, senadores, alcaldes, sectores de la patronal y sindicatos y demás tunantes” y en Segunda: ya los tenemos en esta “trama enredadera”: el funcionariado, en sus  distintos gremios, perfiles y gentes de medio pelo, que en lugar de denunciar lo que sin duda saben, se han subido al carro del choriceo. A ver quién da más. Y mientras escucho como un Sr. llamado Pérez, de IU, le contesta a la locutora que a él no le pidan responsabilidad por lo que otros hayan hecho.

Me pregunto ¿Cómo podrá  la Justicia resolver semejante cantidad de trabajo, cuando todos sabemos las carencias de medios que padecen los jueces en este País?

Un sentimiento de impotencia se imponía y los negros nubarrones de mis pensamientos, hacía que me fuera encogiendo como una pequeña oruga en mi asiento. De pronto el sonido  cambió y salió y una música alegre y bullanguera, que inundó el habitáculo del coche. Manolo Escobar cantaba a pleno pulmón  “Mi carro me lo robaron…”,  tema  que nunca fue santo de mi devoción, pero que en ese momento a mí me sirvió para volver a ser mariposa y notar que el sol brillaba entre las nubes, y que el campo verde y los árboles, con sus ropajes multicolor, aún se negaban  a desnudarse, a quedarse en cueros, a pesar que otros años,  a estas alturas de noviembre, su sabía había vuelto a sus raíces y mostraban sus desnudos miembros al cielo con pudor.

Qué bien que la naturaleza sea capaz de soportar tanta desazón y realizar el milagro de amanecer cada día e iluminar nuestro camino con la luz del sol. 


Quirón

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