Corrientes, tres, cuatro, ocho, segundo piso ascensor… Este precioso tango, tan antiguo
pero tan entrañable, sonaba nítidamente
dentro del coche y yo, que soy una
tanguera incorregible, seguía
ilusionadamente el ritmo, canturreando embelesada en esa su cadencia
milonguera que tanto me gusta. Pero se acabó la música, para dejar paso a las
noticias.
Dudé, un instante, si buscar música, pero esa
duda la cortó mi santo, “no lo cambies que quiero escuchar las noticias, a ver
si me entero del último “caso ese de la enredadera”. No toqué el dial y le
seguí la corriente, aguantando el nuevo caso de corrupción institucional del
funcionariado, que se nos amontonaba en todos los medios de comunicación,
asediando y desmoralizando nuestras emotivas mentes, en las que ya no cabe más
basura, en la que enlozarnos en el poco espacio que nos queda, para resistir contra tanta sanguijuela.
Es tan
deleznable su proceder, que con sinceridad digo
que a mí me descompone escucharlo. Así que mientras las noticias seguían, me entretuve comparando la corrupción con el
fútbol y sus diferentes selecciones. Pondríamos en la Selección española que
se compondría: “del capitalismo salvaje,
los gobiernos del bipartidismo y toda la élite de España, incluidos la Casa Real y Cataluña”;
en Primera división: “los Congresistas, senadores, alcaldes, sectores de la
patronal y sindicatos y demás tunantes” y en Segunda: ya los tenemos en esta
“trama enredadera”: el funcionariado, en sus
distintos gremios, perfiles y gentes de medio pelo, que en lugar de
denunciar lo que sin duda saben, se han subido al carro del choriceo. A ver
quién da más. Y mientras escucho como un Sr. llamado Pérez, de IU, le contesta
a la locutora que a él no le pidan responsabilidad por lo que otros hayan
hecho.
Me
pregunto ¿Cómo podrá la Justicia resolver
semejante cantidad de trabajo, cuando todos sabemos las carencias de medios que
padecen los jueces en este País?
Un
sentimiento de impotencia se imponía y los negros nubarrones de mis
pensamientos, hacía que me fuera encogiendo como una pequeña oruga en mi
asiento. De pronto el sonido cambió y
salió y una música alegre y bullanguera, que inundó el habitáculo del coche.
Manolo Escobar cantaba a pleno pulmón “Mi
carro me lo robaron…”, tema que nunca fue santo de mi devoción, pero que
en ese momento a mí me sirvió para volver a ser mariposa y notar que el sol brillaba
entre las nubes, y que el campo verde y los árboles, con sus ropajes multicolor,
aún se negaban a desnudarse, a quedarse
en cueros, a pesar que otros años, a
estas alturas de noviembre, su sabía había vuelto a sus raíces y mostraban sus
desnudos miembros al cielo con pudor.
Qué bien
que la naturaleza sea capaz de soportar tanta desazón y realizar el milagro de
amanecer cada día e iluminar nuestro camino con la luz del sol.
Quirón
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