La carne se pone al rojo cuando el insecto pica, y el lugar
picado duele y comienza el dolor. Haciendo una comparación, es algo así como lo
que le está pasando a los españoles. Digamos que los españoles están picados
por ese insecto, que llamamos rivalidad, y que unos lo sienten más de cerca que
otros, pero que sí están picados.
Cuando hay un
brazo apetitoso, a todos les gusta chupar el líquido que contiene, porque es la
forma de alimentarse. Una vez hecho el primer “·chupetón”, se pierde el miedo a
seguir repitiendo las veces que sea menester.
Por decirlo de
alguna manera sencilla, primero “chupa” el zángano, que sería el más valiente.
Luego, le siguen los demás, hasta que todo el que tiene a mano el “brazo”,
“chupa y chupa”. Pasado cierto tiempo, el brazo se queda casi seco, y al no
tener donde picar, empiezan las peleas entre unos y otros. Los que están
detrás, pican a los de delante, y así la cadena hasta que llega al último, y
como ese no sabe donde, se dedica a picar por todas partes, a diestro y
siniestro. Pica en los brazos, pica en los platós, pica en la prensa. Pica don
de sea necesario, para que se den cuenta que está vivo y que sigue dispuesto a
seguir picando.
Si la
primavera no es propicia para sus planes, y la flor no tiene el néctar que él
esperaba, los picotazos se hacen tan agresivos que contaminan su panal,
contaminan su entorno, pican a los otros insectos y, por último, acaban por
contaminar a todo un pueblo. Ese pueblo que puso el brazo del cual se alimentó y
que, entre unos por un lado y los otros por otro, envenenan al pueblo hasta
crear tal odio, que hasta los más pacíficos comienzan a enseñar los dientes.
Trotamundos
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