Se despertó sobresaltado. Algo le había rozado.
Encendió la luz con prisas, miró al otro lado de la cama y se encontró con la
sorpresa de una mujer desconocida durmiendo plácidamente a su lado. Tenía el
cabello suelto, agrisado. Su cara reflejaba tranquilidad, paz. Al moverse en la
cama para observarla mejor se despertó. Abrió los ojos poco a poco,
acostumbrándose a enfocar su mirada al contorno. Al verlo sonrió. Su rostro se
iluminó y sus ojos transmitieron un
mensaje de ternura y aprecio que lo dejó consternado. ¿Quién era esa
mujer desconocida que ocupaba la mitad de su cama? Su rostro le recordaba a
alguien. Alguna actriz de cine o alguna dependienta. Ella comenzó a acariciarle
la cara y a susurrarle palabras cariñosas. Le nombró como Ezequiel. ¿Quién
sería ese Ezequiel? El se llamaba Pedro como su padre y abuelo. Pensó que lo
que le estaba ocurriendo sólo era un sueño. Pero, en el fondo, sentía
curiosidad por saber en qué acabaría esta ilusión. La dejó hacer. La mujer lo
abrazó y él sonrió. La seguiría el juego. Si se despertaba del sueño se
rompería el encanto y volvería a su soledad. Ella le enredó con su cuerpo y su
cálida piel se fundió con la suya. Su mente comenzó a recordar una tarde de
otoño, cuando era un joven apuesto y soltero, y un pajar deshabitado. Una
zagala le hacía carantoñas y le incitaba a participar del juego del amor.
La mujer desconocida
apretaba su cuerpo contra él. Escuchaba el latido de su corazón junto al suyo.
Lo estaba besando y se removía como en una especie de baile. Él se acopló a su
ritmo cardíaco y a la ilusión del bailarín que no equivoca el paso con su
pareja de siempre. Un ritmo cadencioso los transportaba en el sueño hacia
estados emocionales sublimes. Los últimos compases frenéticos de la melodía los
dejó extenuados y satisfechos por la perfecta ejecución de la danza.
Una sensación de realidad le hizo sospechar
que todo eso no podía ser un sueño. Se separó de ella y, mirándola a la cara le
preguntó:
- ¿Quién eres?
- Edelmira, tu mujer.
- Mi mujer la perdí hace muchos años. Era muy joven, tenía una
melena morena y unos ojos profundos. Desapareció sin despedirse.
-Soy yo Ezequiel. Nunca te he dejado. ¿No te acuerdas de todos
los años que hemos pasado juntos?
- Sólo me acuerdo que cuando terminé la mili me casé muy
enamorado de mi mujer. Mis padres no querían que me casara tan joven. Por
favor, llama a mis padres que ellos te confirmarán que es verdad.
- Tus padres murieron hace años y sólo quedamos tú y yo. No
hemos tenido hijos. Tú no recuerdas muchas cosas porque tu memoria te falla.
¿Crees que yo estaría aquí, a tu lado, cuidándote y dándote mi amor si no fuese
tu mujer?
- Debes tener razón. No me acuerdo de nada.
- Duérmete y descansa. Mañana hablamos de todas las cosas que
hemos hecho en nuestra vida.
Se durmió en los brazos de la que decía ser su
esposa con un sueño agitado, hasta que la paz serenó su espíritu y descansó sosegadamente.
Se despertó sobresaltado. Algo le había rozado. Encendió la luz
con prisas, miró al otro lado de la cama y se encontró con la sorpresa de una
mujer desconocida durmiendo plácidamente a su lado.
Rabo de lagartija
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