martes, 4 de noviembre de 2014

Soñando, soñé que soñaba




    Se despertó sobresaltado. Algo le había rozado. Encendió la luz con prisas, miró al otro lado de la cama y se encontró con la sorpresa de una mujer desconocida durmiendo plácidamente a su lado. Tenía el cabello suelto, agrisado. Su cara reflejaba tranquilidad, paz. Al moverse en la cama para observarla mejor se despertó. Abrió los ojos poco a poco, acostumbrándose a enfocar su mirada al contorno. Al verlo sonrió. Su rostro se iluminó y sus ojos transmitieron un  mensaje de ternura y aprecio que lo dejó consternado. ¿Quién era esa mujer desconocida que ocupaba la mitad de su cama? Su rostro le recordaba a alguien. Alguna actriz de cine o alguna dependienta. Ella comenzó a acariciarle la cara y a susurrarle palabras cariñosas. Le nombró como Ezequiel. ¿Quién sería ese Ezequiel? El se llamaba Pedro como su padre y abuelo. Pensó que lo que le estaba ocurriendo sólo era un sueño. Pero, en el fondo, sentía curiosidad por saber en qué acabaría esta ilusión. La dejó hacer. La mujer lo abrazó y él sonrió. La seguiría el juego. Si se despertaba del sueño se rompería el encanto y volvería a su soledad. Ella le enredó con su cuerpo y su cálida piel se fundió con la suya. Su mente comenzó a recordar una tarde de otoño, cuando era un joven apuesto y soltero, y un pajar deshabitado. Una zagala le hacía carantoñas y le incitaba a participar del juego del amor.

La mujer desconocida apretaba su cuerpo contra él. Escuchaba el latido de su corazón junto al suyo. Lo estaba besando y se removía como en una especie de baile. Él se acopló a su ritmo cardíaco y a la ilusión del bailarín que no equivoca el paso con su pareja de siempre. Un ritmo cadencioso los transportaba en el sueño hacia estados emocionales sublimes. Los últimos compases frenéticos de la melodía los dejó extenuados y satisfechos por la perfecta ejecución de la danza.

 Una sensación de realidad le hizo sospechar que todo eso no podía ser un sueño. Se separó de ella y, mirándola a la cara le preguntó:

- ¿Quién eres?

- Edelmira, tu mujer.

- Mi mujer la perdí hace muchos años. Era muy joven, tenía una melena morena y unos ojos profundos. Desapareció sin  despedirse.

-Soy yo Ezequiel. Nunca te he dejado. ¿No te acuerdas de todos los años que hemos pasado juntos?

- Sólo me acuerdo que cuando terminé la mili me casé muy enamorado de mi mujer. Mis padres no querían que me casara tan joven. Por favor, llama a mis padres que ellos te confirmarán que es verdad.

- Tus padres murieron hace años y sólo quedamos tú y yo. No hemos tenido hijos. Tú no recuerdas muchas cosas porque tu memoria te falla. ¿Crees que yo estaría aquí, a tu lado, cuidándote y dándote mi amor si no fuese tu mujer?

- Debes tener razón. No me acuerdo de nada.

- Duérmete y descansa. Mañana hablamos de todas las cosas que hemos hecho en nuestra vida.

 Se durmió en los brazos de la que decía ser su esposa con un sueño agitado, hasta que la paz serenó su espíritu y descansó sosegadamente.

Se despertó sobresaltado. Algo le había rozado. Encendió la luz con prisas, miró al otro lado de la cama y se encontró con la sorpresa de una mujer desconocida durmiendo plácidamente a su lado.




Rabo de lagartija

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