Escuchaba los sonidos de la noche antes de llegar a dormirme en una tienda de campaña. Para ser más exactos, en una canadiense donde dormíamos varios amigos.
Nos gustaba la
aventura, y siempre estábamos dispuestos a salir al campo en nuestras
vacaciones, y disfrutar al aire libre.
En una de esas
acampadas, instalamos la tienda a dos metros de la margen de un río. La
corriente no dejaba de gorgotear el agua, ese sonido me hacía pensar que estaba
lloviendo.
Inquieta por si
nos mojábamos, subí la cremallera delantera de la tienda, ¡claro mis compañeros se despertaron! Y salimos a ver
qué pasaba. Fuera descubrimos que no era
agua de lluvia lo que arañaba la tienda, ¡entonces todos tranquilos! Era el
roció de la noche que anunciaba que el
día sería bueno de sol.
Desde esa noche
opté por quedarme fuera de la tienda. Hasta que el sueño me vencía, era
estimulante oír todos los sonidos. En la
serenidad de la noche es como si todos
los insectos estuvieran de mudanza, aprovechando la luna para
orientarse.
El resto de días
de vacaciones que nos quedaban, aún las aprovechamos más. Mis compañeros no se
dormían tan pronto, y en una mesita con el camping gas fuera de la tienda,
escribíamos las experiencias del día y ellos percibieron también los sonidos de
la noche.
VIRPANA
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