sábado, 15 de noviembre de 2014

El acerico




Me pillé los dedos con las puertas del metro tratando de sujetarlas, porque se me hacía tarde. El caso es que no me dolían mucho pero tenía las yemas como aplastadas. Yo me las frotaba y las soplaba pero el color rojo no bajaba, claro que habían hecho un gran esfuerzo para impedir que las puertas me atraparan a mí.

¡Buena se puso mi madre cuando se lo conté al llegar a casa para comer! ¿Pero hija es que no podías esperar al próximo? A ver, a ver que te has hecho, déjame verte la mano. ¡Va! Eres una quejica, pero mira la uña del dedo anular, esta blanca en el centro mientras el resto está casi negra, ¿te duele? Sí, sí que me duele un poco. Mi madre cogió  una crema contra golpes y moretones y con sus mágicas manos masajeó mis doloridos dedos y unos minutos después dijo: ¡Ea!,  Luisa lo más que puede pasar  es que cambies esa uña, así aprendes.  Ya sabes que es mejor tarde que magullada, y venga a lavarte las manos y a comer ¿Qué hay de comer? Pregunte. Algo que a ti te gusta mucho, pisto con huevos fritos, así que date prisa que ya lo tienes en la mesa.

 Cuando me senté a la mesa, fui el acerico al que llegaron todos los alfileres de mis hermanos: pobrecita la nena, se ha hecho pupa, me soltó guasón el pequeño, ¡pero qué dices!, si trae la mano en cabestrillo, seguro que no tiene ni hambre, espera Luisa que te quite la mitad no sea que te siente la comida mal, aseveró el mayor entre carcajadas. Uno tras otro se reían de mí. Furiosa les tire todo lo que tenía a mi alcance, la servilleta, el pan… que claro, me fue devuelto por triplicado, aquello era una batalla campal y mi madre: chicos, chicos parar, pero no os da vergüenza organizar tanto escándalo. Nada de vergüenza, aquello era una coña marinera solo para fastidiarme. 

Mi padre al entrar preguntó: ¿se puede saber qué es todo este jaleo? Mi madre me miró, se puso un dedo en los labios y como por ensalmo, cada uno siguió comiendo como si nada. Mi madre le puso la comida a padre y le preguntó que tal el trabajo y siguieron hablando, mientras mi hermano de enfrente me guiñaba un ojo sonriendo. Le devolví la sonrisa pensando que tenía la mejor familia del mundo y que les quería mucho, muchísimo.


QUIRÓN.

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