Me pillé
los dedos con las puertas del metro tratando de sujetarlas, porque se me hacía
tarde. El caso es que no me dolían mucho pero tenía las yemas como aplastadas.
Yo me las frotaba y las soplaba pero el color rojo no bajaba, claro que habían
hecho un gran esfuerzo para impedir que las puertas me atraparan a mí.
¡Buena se
puso mi madre cuando se lo conté al llegar a casa para comer! ¿Pero hija es que
no podías esperar al próximo? A ver, a ver que te has hecho, déjame verte la
mano. ¡Va! Eres una quejica, pero mira la uña del dedo anular, esta blanca en
el centro mientras el resto está casi negra, ¿te duele? Sí, sí que me duele un
poco. Mi madre cogió una crema contra
golpes y moretones y con sus mágicas manos masajeó mis doloridos dedos y unos
minutos después dijo: ¡Ea!, Luisa lo más
que puede pasar es que cambies esa uña,
así aprendes. Ya sabes que es mejor
tarde que magullada, y venga a lavarte las manos y a comer ¿Qué hay de comer? Pregunte.
Algo que a ti te gusta mucho, pisto con huevos fritos, así que date prisa que
ya lo tienes en la mesa.
Cuando me senté a la mesa, fui el acerico al
que llegaron todos los alfileres de mis hermanos: pobrecita la nena, se ha
hecho pupa, me soltó guasón el pequeño, ¡pero qué dices!, si trae la mano en
cabestrillo, seguro que no tiene ni hambre, espera Luisa que te quite la mitad
no sea que te siente la comida mal, aseveró el mayor entre carcajadas. Uno tras
otro se reían de mí. Furiosa les tire todo lo que tenía a mi alcance, la
servilleta, el pan… que claro, me fue devuelto por triplicado, aquello era una
batalla campal y mi madre: chicos, chicos parar, pero no os da vergüenza
organizar tanto escándalo. Nada de vergüenza, aquello era una coña marinera
solo para fastidiarme.
Mi padre
al entrar preguntó: ¿se puede saber qué es todo este jaleo? Mi madre me miró,
se puso un dedo en los labios y como por ensalmo, cada uno siguió comiendo como
si nada. Mi madre le puso la comida a padre y le preguntó que tal el trabajo y
siguieron hablando, mientras mi hermano de enfrente me guiñaba un ojo sonriendo.
Le devolví la sonrisa pensando que tenía la mejor familia del mundo y que les
quería mucho, muchísimo.
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