Al cerrar los ojos aquella tarde, se nubló el mundo para
mí. No sé decir el tiempo que pasó, ni donde estuve. Esta es la historia de lo
que ocurrió cuando me pillé los dedos con la puerta.
La pared, de
piedra, y entre las llagas, las hierbas verdes cubrían casi toda ella, que
delimitaba la finca que se encontraba al otro lado. El suelo de la acera era
bastante irregular, aunque era lo bastante ancha para poder andar. La población
no era muy numerosa.
- ¡Hola,
buenos días, que tal!, por fin ya he dejado el móvil y por un rato, creo estar
libre.
- Pues buenos días. (Le dije yo).
- Yo soy la juez del pueblo. NO sabe cuántas
ganas tenía de sentirme sola, y libre de tanta personalidad, y mire por donde,
le encuentro a usted, qué casualidad.
- Pues si quiere, yo voy al huerto
para hacer algunas cosas, llegaremos pronto.
-Pues bien, mientras andamos un
poco me lo pienso.
La juez, una señora joven, de unos
treinta años, más bien rellena y guapa, muy guapa, y sobre todo, simpática.
Vestía con ropa oscura y un abrigo de entretiempo. Caminó junto a mí un rato y
tomamos el camino con dirección al huerto. Íbamos hablando de cosas del pueblo,
de las gentes, de los problemas, los deseos y los logros para el bienestar de
todos, y le dimos un buen rato a las cosas más necesarias de cada día. La
conversación era una maravilla. Estábamos de acuerdo en todo.
- Bueno, ya hemos llegado.
Al echar el primer paso en el
huerto, pitó un coche y desperté.
Trotamundos
No hay comentarios:
Publicar un comentario