Nuestra
vida, nuestra existencia, desde pequeños se rige por las normas de una cárcel.
Hay un director, que es nuestra conciencia, que te conmina: “Esto no, esto si,
esto tal vez, esto más adelante”.
Actuamos
con arreglo a unas normas establecidas para la convivencia del ser humano.
Incluso en las dietas, en las horas de ocio. Pero, somos seres humanos y, a
veces, tenemos nuestros fallos, relajamos las normas, nos fabricamos a
escondidas del director normas nuevas más placenteras. Los guardianes hacen la
vista gorda y nos permiten vislumbrar lo que hay fuera de nuestras cuatro
paredes.
Llega un
momento en que cumplimos nuestra condena y rompemos las cadenas que nos han
tenido atados a lo que nos dictan los demás. Vislumbramos eso que nombran en
voz baja, la libertad. Podemos hacer nuestras nuevas normas que se acomoden a
nuestro deseo de un futuro de bienestar y de realización de lo que hasta ahora
fueron sueños imposibles. Pero, siempre hay que respetar una única regla, o
volveremos a la cárcel interior. Nunca podrás dañar las reglas y los sueños de
los demás. Vive y deja vivir. Respeta las opiniones ajenas aunque no las
compartas. Empatiza con los demás sin dejar de perseguir tus ilusiones.
Comparte
tus ideas y tus sueños y deja que los demás consideren si las aceptan o si no.
Escucha las ideas de los demás y quédate con lo que te pueda ayudar a ser mejor
o a alcanzar tu estado del bienestar. Tenemos en nuestra mano cinco dedos y
cada uno corresponde a una de las normas que deberíamos cumplir: Respeto,
firmeza, sinceridad, empatía y amor con todo lo que nos rodea.
Mirémonos
la mano de vez en cuando y recordemos estas normas.
Rabo de lagartija
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