Asisto con apenado interés al desastre de Brexit.
No he
sido anglófila, pero ahora los veo caminar contra la historia y sumirse en un caos involucionista. Es lo que tienen
los discursos del odio: empiezas con soflamas populistas contra los emigrantes
y los vecinos europeos, y terminas envenenándolo todo y matándote con tus
propios compañeros de viaje. Una vez que se suelta la bicha del odio no hay
quien la pare; el sectarismo posee una
fertilidad conejíl, que hace vaya pariendo sucesivas subsectas cada vez más
pequeñas, todas rabiosamente enfrentadas entre sí. Se diría que una buena parte
del planeta ansía regresar a la horda.
La
furia xenófoba que engorda en la
Tierra tiene en el Brexit una expresión perfecta. La
psicóloga Celia Arroyo, especializada en duelo migratorio, contaba hace un año
en El País que la mayoría de sus pacientes residen en Reino Unido. Según ella,
el Brexit ha disparado la incertidumbre entre los emigrantes; alguno ha llegado
a definir la situación de “puro racismo”. Sabemos que los flujos migratorios son
quizá el mayor reto del mundo.
Si no
logramos que los emigrantes prefieran quedarse en sus países, el populismo
ultrarrevolucionario lo utilizará como caballo de Troya para tomar el poder.
Dolor
y vergüenza. Los últimos trabajos de Celia Arroyo se centran precisamente en la
vergüenza, un sentimiento nefasto se mire por donde se mire. Hay otras
emociones negativas, como el miedo y la culpa, que, si no se exageran, tienen
su utilidad: avisan de los peligros, te hacen consciente de tu responsabilidad.
Tras varios estudios, el neurocientifico David
Eagleman, dice “la tensión social de ser emigrante en un nuevo país es uno de los factores
fundamentales para sufrir esquizofrenia. Perece ser que un repetido rechazo
social perturba el funcionamiento normal de los sistemas de dopamina.” Aviso para caminantes. Nos va en ello tanto, tanto.
Quirón
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