sábado, 2 de noviembre de 2019

Amina y Ali Alí





Su hijo ALI ALÍ, nos cuenta:  Realizó su trabajo de doctorado sobre elarte grabado en el cuerpo de la mujer que lo engendró.
El retrato de  Amina refleja hoy el dolor que embarga Siria.
 Ali Alí siempre estuvo fascinado por los tatuajes de su madre.
 También de sus tías. Eran visibles los de las manos y la cara. Pero, por ese acuerdo secreto entre madres e hijos, Alí sabía que había un fascinante oasis de signos y formas cubierto por las ropas.
 Se los hacían las mujeres entre ellas.
 Hervían ceniza en una olla y esa pasta se mezclaba con una tinta especial,
el hilo de leche de una hembra que venía de alumbrar,
y la sangre que emanaba del pinchazo de la aguja.
 Eran dibujos que protegían como conjuros los órganos vitales.
 Enmarcado el ombligo, el signo infinito. En cada trazo,
 una voluntad de sentido y belleza. Y erotismo.
 Una sutil simetría de alas y hojas elevándose por piernas y muslos.
 La magia de los escorpiones custodiando la vulva, el origen del Mundo.
 Cuando Ali Alí tuvo que hacer su trabajo de doctorado en Bellas Artes de Damasco,
 pensó en esa obra de arte que lo había engendrado. El cuerpo de la madre.
 Fue un acontecimiento que fascinó  a la directora de tesis.
Amina, la madre de Alí, era portadora de una tradición estética que se revelaba como una misteriosa vanguardia que atravesaba los siglos, el margen  de cualquier canon o comercio.
He visto a Amina, su retrato. Ella estaba a miles de kilómetros,  en una aldea llamada Khatounie,
en la provincia de Al Hassake, en la Mesopotamia Siria.
No vive pero nos mira desde  uno de los cuadros de su hijo
Alí. Nos mira de una manera especial, como apoyada en el muro de una frontera,
la que separa el país de los escombros y el país de los colores.
En realidad vivía hasta hace muy poco, hasta hace nada,
así que es comprensible que nos siga mirando.
 Nos mira antes de morir de pena y después de morir de pena. Porque Amina se murió de pena
 el otro día. Cuando supo que su hijo menor, Jaizan, de 17 años, había muerto
por la explosión de una mina. Y poco antes un obús destrozó a un sobrino de 16.
 Y una de sus hijas acababa de descubrir que el marido, profesor de filosofía
 a quien creían preso por sus ideas, había sido ejecutado  por el régimen fascista
de Bachar el Asad hace ya tres años. Tres años convencida de que vivía,
 tres años enviándole cartas de amor y ánimo. No pudo seguir, lo siento, Amina.
 En su casa Soleiman, el marido, se han criado 22 chicos y chicas.
Todos y   los millones de refugiados, están en su mirada, antes y después de morir de pena.
 Es una mirada que no deja de mirar. Que no toca fondo. Que va más allá del fondo.


Quirón




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