El hombre bajó del autobús y con paso
rápido se dirigió hacia los soportales de la plaza para cobijarse del aguacero,
que en aquel momento descargaba sobre la ciudad. Al salir del despacho para
coger el coche, se encontró con las ruedas delanteras pinchadas, lo que le
obligó a llamar a la grúa para que se lo llevaran al taller y dejarlo allí
hasta el día siguiente, lo que motivo que tuviera que tomar el autobús, que le dejaría
lo más próximo a su casa. Cuando la
lluvia cesó, el hombre se dispuso a continuar el camino. Apenas había avanzado
unos metros, se detuvo al percibir el sonido de unos pasos detrás de él. Giró
la cabeza para descubrir al dueño de los pasos, pero no vio a nadie. Qué
extraño, pensó. Había percibido claramente aquel sonido. Esperó unos instantes
y, al ver que nada sucedía, inició de nuevo el paso. Cruzó la plaza y se
encaminó hacia una de las calles que partía de ella. Una vez allí, volvió de nuevo la cabeza. Seguía escuchando las pisadas a
sus espaldas pero, como la vez anterior, no vio a nadie. Sacudió la cabeza y
apretó el paso alcanzando el final de la calle, que enlazaba con el puente que
dividía la ciudad en dos. Al otro lado se encontraba su casa, y en ella su
familia le estaría esperando para la cena. De nuevo apretó el paso para
alcanzar la otra orilla del puente, pero antes de llegar al otro extremo se
escucharon de nuevo los pasos. Pero esta
vez no volvió la cabeza. Algo dentro de él le mandaba echar a correr sin mirar
atrás, sin pensarlo. Obedeció la orden que su interior le mandaba y echó a
correr. Cuando llegó al portal de la
casa, miró a la calle que había dejado tras de sí. No se divisaba a nadie, pero
los pasos seguían sonando. Entró en el portal. Esperó unos minutos antes de
subir a casa, debía tranquilizarse. No les contaría nada de lo sucedido para no
alarmarles. Tomó el ascensor y, mientras este proseguía su escalada, el hombre iba recordando lo sucedido, a la
vez que un sentimiento de rebeldía se adueñaba de él. Cuando el ascensor paró
en el descansillo, el hombre había trazado un plan. A la mañana siguiente se
reuniría con el jefe de personal de la empresa, con quien había tenido una
discusión aquella misma mañana, por desacuerdo en la forma en la que había
llevado el despido de varios trabajadores. El motivo que le había llevado al
enfrentamiento con el jefe de personal había sido la hipocresía de este, pues
siempre decía que actuaba con toda honestidad y solo deseaba el bienestar y la
felicidad de los empleados. Con este
pensamiento llegó hasta la puerta, introdujo la llave en la cerradura, pero
antes de que esta se abriera, unos pasos
sonaban a su espalda….
IRIS
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