viernes, 20 de febrero de 2015

Buenos días





        Me despertaron tus besos y un profundo y cálido “te quiero”. Abrí los ojos y te contemplé mirándome, con una sonrisa en tu boca y risas en tus ojos. No me fijé si el día era bueno, malo o regular. Para mí ya era un día espléndido. Nos besamos y supimos que iba a ser un gran día.

        Desayuno con tostadas, mantequilla y miel. Apenas noté la dulzura de la miel, después de probar tu boca. Alegremente nos duchamos, nos arreglamos y nos fuimos camino de la ciudad, a recordar tiempos jóvenes. Nuestras manos iban unidas, transmitiendo, piel con piel, todos los sentimientos que nos sucedían al pasear por rincones que tenían un sabor especial de un amor incipiente, hace años.

        Buscamos un hueco en el mostrador del mesón, y nos comimos un bocadillo y un refresco, con la misma emoción y satisfacción que aquellas primeras veces. Paseamos por la ciudad, observando a la gente y sobre todo, a los jóvenes. Sus risas, sus miradas, delataban que ellos también estaban conociendo sus sentimientos que ya afloraban en su piel. Cuantos problemas, inconvenientes, desacuerdos y sueños no realizados les quedaban por recorrer.

        Tengo que decir que nosotros ya hemos pasado por esos recovecos, caminos angostos llenos de espinas y vicisitudes, hasta alcanzar este amor sereno, reflexivo, consensuado y alimentado día a día con pequeños gestos y actitudes el uno para el otro. Nuestro afán de recorrer y vivir experiencias pasadas, acaba minando nuestras energías físicas y nos hace retornar a nuestro querido hogar, donde hemos forjado nuestro pasado, presente y, espero, sea testigo de nuestro futuro. Las rutinas diarias, aceptadas con alegría, nos relajan. Acabamos viendo nuestro programa televisivo favorito. Eso sí, seguimos contándonos sensaciones agarrados de la mano.

        Hoy celebramos un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año cualquiera de nuestro profundo amor.


Rabo de lagartija

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