Acabo de leer tu última carta, y no podría describirte los
sentimientos y sensaciones que me ha producido su lectura. Desde que nos
separaron, tú en casa de nuestra pequeña Luci y yo con Isma, sufro de tu
ausencia y, aunque nos ponemos en contacto telefónico, no puedo disfrutar de tu
sonrisa; tus ojos no me mandan esos mensajes sin palabras y tus manos no me
transmiten tus pensamientos más íntimos.
A pesar de
todos los años que llevamos juntos, supiste encender en mí esa hoguera llamada
amor, que se perpetúa durante toda la vida. Al principio, alimentábamos bien su
fuego y las llamas alcanzaban el cielo. Poco a poco, nos fuimos acomodando a
mantenerlo siempre encendido, reconfortándonos con su calor permanente. Lo que
de novios fueron grandes troncos de pasión, se fue transformando en ramas más
pequeñas pero de buena madera, cuidadas con cariño, ternura y respeto mutuo.
Crepitaron en ese calor nuestros hijos. Se calentaron las manos nuestros nietos
y sirvió para alejar de nosotros las alimañas de la cotidianeidad, el cansancio
de la rutina y el tedio de las preocupaciones. Hoy, sabemos mantener ese
rescoldo, que resguardamos de malos aires de tristeza y tormentas de
desconsuelo, echando una simple ramita de nuestro amor imperecedero, que lo
aviva y asegura su futuro.
No sabes cuanto
deseo que nuestros hijos o nietos cumplan años, para juntarnos de nuevo.
Invento mil excusas para poder acercarme a ti, y se que tú haces lo propio. No
me puedo resignar a que una cadera tuya y una bronquitis crónica mía sean los
causantes de nuestra separación. Intuyo que no cabemos los dos en estos pisos
modernos, eternamente hipotecados, y que tus hijos, que sé de cierto que nos
quieren y que son buenos, se hayan repartido la carga de atendernos. Yo
disfruto de unos nietos y tú de otros. ¡Qué paradoja de la vida! Algunos
matrimonios se separan porque al cabo de los años no se aguantan o, como dicen
ahora, se acabó el amor. Y nosotros, que nos queremos tanto y que no nos
importaría afrontar cualquier dificultad de la vida siempre que estemos juntos,
nos han separado nuestros propios hijos.
Sueño muchas
veces que paseamos juntos por el parque, cogidos de la mano, como lo hemos
estado toda la vida en los buenos y malos momentos, mirándonos en la
profundidad de nuestros ojos o cerrándolos para saborear mejor el contacto con
la piel de nuestros labios. Emilia, nuestra separación es física únicamente. Yo
te entregué mi alma y tú a mí la tuya. Lo inmaterial de nuestras vidas nunca lo
podrán separar. Escríbeme pronto, porque es lo único que enciende la chispa de
mi vida. Recibe mi alegría, mi agradecimiento eterno por lo que me has dado y
todo mi amor.
Rabo de lagartija
No hay comentarios:
Publicar un comentario