jueves, 26 de febrero de 2015

Querida Emilia





             Acabo de leer tu última carta, y no podría describirte los sentimientos y sensaciones que me ha producido su lectura. Desde que nos separaron, tú en casa de nuestra pequeña Luci y yo con Isma, sufro de tu ausencia y, aunque nos ponemos en contacto telefónico, no puedo disfrutar de tu sonrisa; tus ojos no me mandan esos mensajes sin palabras y tus manos no me transmiten tus pensamientos más íntimos.

  A pesar de todos los años que llevamos juntos, supiste encender en mí esa hoguera llamada amor, que se perpetúa durante toda la vida. Al principio, alimentábamos bien su fuego y las llamas alcanzaban el cielo. Poco a poco, nos fuimos acomodando a mantenerlo siempre encendido, reconfortándonos con su calor permanente. Lo que de novios fueron grandes troncos de pasión, se fue transformando en ramas más pequeñas pero de buena madera, cuidadas con cariño, ternura y respeto mutuo. Crepitaron en ese calor nuestros hijos. Se calentaron las manos nuestros nietos y sirvió para alejar de nosotros las alimañas de la cotidianeidad, el cansancio de la rutina y el tedio de las preocupaciones. Hoy, sabemos mantener ese rescoldo, que resguardamos de malos aires de tristeza y tormentas de desconsuelo, echando una simple ramita de nuestro amor imperecedero, que lo aviva y asegura su futuro.

  No sabes cuanto deseo que nuestros hijos o nietos cumplan años, para juntarnos de nuevo. Invento mil excusas para poder acercarme a ti, y se que tú haces lo propio. No me puedo resignar a que una cadera tuya y una bronquitis crónica mía sean los causantes de nuestra separación. Intuyo que no cabemos los dos en estos pisos modernos, eternamente hipotecados, y que tus hijos, que sé de cierto que nos quieren y que son buenos, se hayan repartido la carga de atendernos. Yo disfruto de unos nietos y tú de otros. ¡Qué paradoja de la vida! Algunos matrimonios se separan porque al cabo de los años no se aguantan o, como dicen ahora, se acabó el amor. Y nosotros, que nos queremos tanto y que no nos importaría afrontar cualquier dificultad de la vida siempre que estemos juntos, nos han separado nuestros propios hijos.

  Sueño muchas veces que paseamos juntos por el parque, cogidos de la mano, como lo hemos estado toda la vida en los buenos y malos momentos, mirándonos en la profundidad de nuestros ojos o cerrándolos para saborear mejor el contacto con la piel de nuestros labios. Emilia, nuestra separación es física únicamente. Yo te entregué mi alma y tú a mí la tuya. Lo inmaterial de nuestras vidas nunca lo podrán separar. Escríbeme pronto, porque es lo único que enciende la chispa de mi vida. Recibe mi alegría, mi agradecimiento eterno por lo que me has dado y todo mi amor.

Rabo de lagartija

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