Aparte de la
arquitectura creativa de Fran Gehry, nunca aparecen tratados de arquitectura en
las zonas que se construyen casetas y chabolas.
Hay algunos tratados
sobre los tradicionales caseríos campesinos o marineros, pero más allá que
popular, se la podría denominar arquitectura melancólica, en la que el tiempo
ejerce su obra más sugerente cuanto menos oculte su ruina.
De lo que no hay
ningún estudio es, del movimiento chabolista, que por otra parte es mundial,
por lo que cabria catalogarlo como una rama proscrita del llamado estilo
internacional: entre ranchitos, favelas, chabolas periféricas, o cualquier otro
nombre que reciban los alpenches que cobijan a la humanidad machacada, hay
curiosas pautas comunes, como si los proyectos circulasen por Internet de
arrabales y marginarías. ¿Cuál es el material del movimiento chabolista? Lo que
hay más a mano.
Los escombros del
despilfarro e incluso uno de esos lujosos catálogos de arquitectura moderna, en
papel cuche, pude servir para tapar una gotera. De lo que no hay duda es que
estamos ante una arquitectura de verdad, es la imaginación al servicio de la
necesidad. La experimentación de una inteligencia en vela.
La pura vanguardia
de la vida alerta. En campos de refugiados pueden verse construcciones que
aprovechan la chatarra de guerra: harapos metálicos cosidos con restos de
alambradas.
En las laderas
ocultas de la globalización, hay cementerios con lapidas de una belleza
inquietante: oraciones escritas con punzón en latas oxidadas.
En el
trasero vergonzoso de nuestras ciudades sigue habiendo poblados de chabolas
construidas con la misma técnica y el mismo amor que la Sagrada Familia de
Gaudí, aprovechando las sobras reciclando escombreras.
El primer museo que
vi en mí vida, era una chabola. Obra de Farruco Boleiro, gran constructor de
casetas. A la necesidad, Farruco le añadía la voluntad y el estilo.
Había una secreta
armonía en sus alzados, un conocimiento de las leyes de resistencia, pintaba
sus construcciones con restos de pintura naval, con ello conseguía mayor
protección de humedad y un colorido vivísimo, donde un marciano experto en arte
encontraría huellas de Mondríani o Polloh.
En una chabola
construida en tierra de nadie, a la vera rocosa de un camino encastado, Farruco
guardaba sus zapatos, botas, zuecos. Los de toda su vida, desde los primeros
que se compró siendo pinche a los últimos comprados en saldos. Cada domingo
Farruco, sacaba sus zapatos los limpiaba, los daba brillo y miraba en silencio.
Era un ritual dominical algo más que el trabajo de limpiarlos.
Farruco construía
las huellas de su vida.
QUIRÓN
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