miércoles, 4 de febrero de 2015

Tratado sobre arquitectura chabonil





Aparte de la arquitectura creativa de Fran Gehry, nunca aparecen tratados de arquitectura en las zonas que se construyen casetas y chabolas.

Hay algunos tratados sobre los tradicionales caseríos campesinos o marineros, pero más allá que popular, se la podría denominar arquitectura melancólica, en la que el tiempo ejerce su obra más sugerente cuanto menos oculte su ruina.

De lo que no hay ningún estudio es, del movimiento chabolista, que por otra parte es mundial, por lo que cabria catalogarlo como una rama proscrita del llamado estilo internacional: entre ranchitos, favelas, chabolas periféricas, o cualquier otro nombre que reciban los alpenches que cobijan a la humanidad machacada, hay curiosas pautas comunes, como si los proyectos circulasen por Internet de arrabales y marginarías. ¿Cuál es el material del movimiento chabolista? Lo que hay más a mano.

Los escombros del despilfarro e incluso uno de esos lujosos catálogos de arquitectura moderna, en papel cuche, pude servir para tapar una gotera. De lo que no hay duda es que estamos ante una arquitectura de verdad, es la imaginación al servicio de la necesidad. La experimentación de una inteligencia en vela.

La pura vanguardia de la vida alerta. En campos de refugiados pueden verse construcciones que aprovechan la chatarra de guerra: harapos metálicos cosidos con restos de alambradas.

En las laderas ocultas de la globalización, hay cementerios con lapidas de una belleza inquietante: oraciones escritas con punzón en latas oxidadas.

    En el trasero vergonzoso de nuestras ciudades sigue habiendo poblados de chabolas construidas con la misma técnica y el mismo amor que la Sagrada Familia de Gaudí, aprovechando las sobras reciclando escombreras.

El primer museo que vi en mí vida, era una chabola. Obra de Farruco Boleiro, gran constructor de casetas. A la necesidad, Farruco le añadía la voluntad y el estilo.

Había una secreta armonía en sus alzados, un conocimiento de las leyes de resistencia, pintaba sus construcciones con restos de pintura naval, con ello conseguía mayor protección de humedad y un colorido vivísimo, donde un marciano experto en arte encontraría huellas de Mondríani o Polloh.

En una chabola construida en tierra de nadie, a la vera rocosa de un camino encastado, Farruco guardaba sus zapatos, botas, zuecos. Los de toda su vida, desde los primeros que se compró siendo pinche a los últimos comprados en saldos. Cada domingo Farruco, sacaba sus zapatos los limpiaba, los daba brillo y miraba en silencio. Era un ritual dominical algo más que el trabajo de limpiarlos.

Farruco construía las huellas de su vida.                                 


                                                                                QUIRÓN

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