sábado, 3 de marzo de 2018

Carta de amor desesperada





         Perdona mi atrevimiento al dirigirme a ti en estos términos. Se que no soy merecedor de que ocupes un solo pensamiento hacia mi, pero algo me quema por dentro y tengo que dar escape a ese fuego o moriré abrasado por el. Soy un cobarde,  lo reconozco. No soy capaz de enfrentarme a tu juicio y decirte a la cara lo que se cuece en mis entrañas y que me tiene desasosegado.

         Te veo y te miro todos los días,  al entrar en clase, durante la clase y al salir de ella. Los suspiros forman parte cotidiana de mi existencia. A veces, cuando levanto la vista para admirarte una vez más, no se si la casualidad o, quiero pensar, un cierto interés por tu parte hacia mi, me veo reflejado en la profundidad de tu mirada y vuelco con ansia esa devoción que fluye de mis pupilas, para tratar de nutrirte con mi amor.

         No me importa en absoluto las diferencias que pudieran poner freno a mi razón para amarte. ¿Qué es la edad? Únicamente el tiempo vivido por cada persona, pero no limita los sentimientos y la intensidad de los mismos. Cada ser humano busca una ilusión, una meta por la que luchar, algo que nos propongamos alcanzar para descubrir la utópica felicidad que tildan de efímera y traicionera, pero que es el componente químico que hace reaccionar a nuestro organismo ante las adversidades que nos va arrojando la propia existencia. Ese componente eres tú, la que me hace dudar de mi cordura a veces, la que me lanzas al pozo de la amargura otras, la que me envuelves con el almíbar de la ternura otras tantas.

         Me obnubilas mis sentidos y pones en marcha el cronómetro de pulsaciones de mi corazón. Aunque te parezca una cursilada, me he atrevido (que osadía) a desarrollar unos malos versos que quieren reflejar lo que siento por ti:

A tu lado creo mi universo
Desde el verano hasta el invierno.
Tengo que contarte, verso a verso,
Que eres para mi cielo e infierno.
        
         Cuanto desearía que no me rechazaras del todo al leer estas líneas; que me dejaras un mínimo resquicio para poder seguir respirando junto a ti. Por eso, te ruego fervientemente que me suspendas este curso, para poder seguir embelesándome con tu presencia el curso que viene.


Rabo de lagartija

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