Desde hace días al mirar por
la ventana, vemos al cielo encapotado y
las nubes descargando su pesada carga.
La
lluvia había dejado de caer, lo que me animó a mirar por la ventana. A través de ella descubrí al sol tratando de
abrirse paso entre las nubes, creando con sus rayos de luz al arco iris. El
viento queriendo hacerse notar, comenzó a soplar fuertemente, haciendo con su
presencia temblar a las desnudas ramas de los árboles.
Durante
el tiempo que estuve asomada a la ventana, recordaba lo que nos habían contado
los meteorólogos de las borrascas y de cómo estas se iban sucediendo una tras
de otra y de la gran cantidad de agua que dejaban sobre la sedienta tierra.
Los
medios de comunicación se hacían eco de los desastres que las fuertes lluvias
causaban. La televisión nos ofrecía las imágenes de pueblos aislados y
carreteras cortadas por la gran cantidad de nieve caída.
Los caudales de los ríos habían crecido,
después de un tiempo de sequía que había hecho bajar su nivel de agua. Después
de las últimas lluvias caídas, se les veía correr veloces por sus cauces, llevándose a su paso,
todo aquello que se cruza en su camino. También los embalses comienzan a
recuperarse después de un período de sequía, haciendo que respiremos aliviados
por un tiempo.
Mientras
las imágenes pasaban por mi mente, al otro lado de la ventana las nubes habían
cubierto de nuevo el cielo. El sol había quedado nuevamente atrapado en ellas.
Los colores del arco iris difuminados. La lluvia y el viento comenzaban de
nuevo, dejando atrás la tregua.
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