Cabalgaba sobre un caballo volador,
por una ruta sembrada de cactus,
siguiendo una estrella en la noche.
Y
galopar y galopar sin tregua,
entre arroyos de espuma blanca,
flotando sobre nubes de algodón,
que te llevan a las brasas de la lumbre,
donde se funde el mal que re persigue.
Y
lo miras, cómo acaba en una balsa
de tierras movedizas, que despiden un calor
que cuece las piedras, que pesan
en la espalda y duelen los hombros.
Todo
es real como la Luna
que nos alumbra
cada día, y el agua que nos apaga la sed.
De repente, todo se borra y comienza la duda, como si
fuera un sueño.
Trotamundos
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