sábado, 24 de febrero de 2018

Una ventana con vistas





Buenaventura procuraba pasear por su barrio siempre que las condiciones climatológicas lo permitieran. Vivía en un bloque de once pisos, en un sexto. Cuando se encerraba entre sus cuatro paredes, sentía la sensación del cautivo, que su vida se limitaba en un número escaso de metros cuadrados. Pero existen las ventanas.

Su bloque daba a una avenida y enfrente tenía un parque donde cohabitaban la especie humana con  la fauna y la flora. Por otro lado, su vivienda daba a una rotonda y bloques con tiendas y un aparcamiento.

Cual vigilante de guardia hacía sus rondas. Ahora observaba la vida cotidiana de las gentes. Conocía los coches que entraban al aparcamiento por sus colores, tamaños, y modelos y los asociaba a las personas que entraban y salían a pie del garaje. Quien frecuentaba los bares, quien salía con su barra de pan de la tienda, quien llevaba los niños a la guardería o cuando recogían las basuras los camiones municipales.

El parque tenía vida propia. Cabían todas las especies vivientes. Desde niños con madres, perros con dueños, Mayores con bastones y muletas o jóvenes en pandilla, parejas agarradas de la mano o deportistas solitarios corriendo por sus caminos.

Enfrente de su ventana las copas de los plataneros alcanzaban sus últimas ramas a la altura de su vista. Un nido de urracas, cual pisito de primavera cerrado el resto del año, le proporcionaba observar la eclosión de la vida de los ovíparos, desde la reforma integral que la pareja efectuaba antes de aposentarse en él, hasta la custodia de los huevos y polluelos y la salida en busca de alimentos de los padres.

Antes del ritual de apareamiento visitaban el nido otras parejas de cotorras, palomas o mirlos, que eran apartados sin contemplaciones por la pareja de urracas que siempre estaba al acecho de que no tuviera ocupas su posesión.

El parque tenía una serie de fuentes con estatuas mitológicas y un par de estanques donde los patos de la zona procreaban a sus proles y donde también se podía ver alguna tortuga casera que sus dueños, pensando que estarían mejor en su hábitat, los depositaban con todo cariño.

También, al fondo del parque había una iglesia. Lo que más le gustaba a Buenaventura eran los días que se celebraban bodas. Cuando salín casados los novios, tiraban pétalos de flores o arroz a los recién casados y explotaban tracas. Las calles del parque eran un verdadero desfile de modelos de vestidos y pamelas, haciéndose fotos con los novios o sentados en las terrazas del restaurante que ocupaba el centro del parque.

En algún momento, el homo sapiens dejó de vivir en la oscuridad de la cueva y creó chozas y cabañas a las que habilitaron con una oquedad para que entrara el aire y la luz y por la que podían ver el exterior. Desde entonces, no concebimos nuestras viviendas sin esa conexión con la vida que nos rodea, haciéndonos curiosos por naturaleza.

Rabo de lagartija

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