sábado, 24 de febrero de 2018

La tribu





Batúm era alto, fuerte, joven y líder de una tribu no muy numerosa pero si muy unida. Era su responsabilidad que todos los componentes del grupo tuvieran comida, así que se esforzaba en organizar cacerías que resultaban muy fructíferas. Mantenía a las mujeres ocupadas en recoger, por el camino, todos los frutos que pudieran. Por las noches junto al fuego contaba historias a los más pequeños, para enseñarles la técnica de la caza y la fortaleza que se necesita para dirigir una tribu.

Todos seguían a Batúm, era un buen jefe.

El padre de Batúm era ya un anciano y en el último invierno estuvo muy enfermo, luego en primavera se recuperó, pero le costaba caminar y  ralentizaba la marcha del grupo. El anciano entendió que debía abandonar la tribu. Buscaron una cueva  tranquila, se ocuparon de dejarle alimento y una mañana todos partieron y el anciano se quedó esperando una muerte segura. Sin el grupo no sobreviviría.

Era una costumbre de la tribu, cuando algún miembro  no podía llevar el ritmo o alguien enfermaba,  se le dejaba a su suerte, pues ya había cumplido con su deber, era normal, eran decisiones de Batúm.

Pasaron los años y Batúm envejeció. El nuevo líder entendía a su grupo muy bien y no les faltaba comida, buscaba los arroyos más abundantes y los caminos con más frutas.
Una mañana las piernas de Batúm no respondían, no se podía levantar de su lecho, envuelto en sus pieles, la decisión del jefe fue contundente. Lo abandonarían allí.

No lo podía creer, él aún podía hacer cosas por la tribu. No lo permitiría

Pobre anciano, dijo que  se encargaría de mantener entretenidos a los niños, mientras las mujeres recolectaban, Imploró. Suplicó. Se arrastró. Lloró. Se negó a quedarse solo.

Pero un líder fuerte hace todo por el bien de su pueblo.

Y Batúm se quedó solo, esperando una muerte segura.


Clave de Sol

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