Siempre
que vamos a visitar a mi abuela, Melindres nos está esperando detrás de la puerta.
Es un gato sin raza específica, de color negro, con una mancha blanca en la
pata delantera derecha y unos ojos que le brillan por el reflejo de cualquier
luz, que te miran con una intensidad que parece que quiere penetrar en tu
interior. Lleva ya unos años en casa de mi abuela, y parece el amo de la cueva.
Mi
abuela Mercedes ha estado siempre cerca de nosotros. Vive a dos manzanas de
nuestra casa y hace una vida independiente porque, a pesar de sus años, sigue
siendo autosuficiente para cuidarse y tener una vida tranquila en su casa. No
sé cómo lo hace, pero siempre que vamos a verla tiene unas rosquillas o un
bollo, o un flan recién hecho. Nos da un abrazo cariñoso y nos dice lo guapos
que estamos. Vamos muchas tardes a hacer los deberes en su casa, por la paz y
el sosiego que inunda su hogar. En nuestra casa está nuestro hermanito
guerreando y haciendo travesuras que nos descentran de nuestros estudios.
Melindres
nos escolta hasta el cuarto de estar, se sube a una estantería desde donde nos
vigila desde cierta altura. Parece un peluche decorativo, ya que no mueve ni un
bigote. Si hablamos entre nosotros, se oye un maullido enérgico, como queriendo
decirnos que nos callemos y hagamos los deberes. La abuela nos trae la merienda
y Melindres, también quiere su parte. La abuela le trae un cuenco con un trozo
del dulce que nos haya hecho ese día. Se lo come con deleite y se relame el muy
bribón. A veces parece que cantara. Produce uno sonidos de ronroneo y
maullidos. Le llamamos el Bisbal felino.
La
abuela se quedó viuda al poco de que nosotros naciéramos. Somos mellizos. La
ausencia del abuelo le provocó tristeza y, para poder dar suelta a sus sentimientos,
se volcó en darnos todo el cariño y la ternura que ya no podía dar al abuelo.
Nos ha regañado muchas veces, pero siempre acababa dándonos besos y achuchones.
No sé como consigue que su nivel de paciencia no se agote con nosotros, que no
hacemos trastadas uno sólo, si no en estéreo que es peor. Nos hace sentirnos
malos viendo su bondad.
Cuando
terminamos los deberes nos vamos al salón a ver unos dibujos o alguna serie
infantil. Melindres forma parte de la distracción. Se encarama en lo alto del sofá,
en medio de nosotros y ve la televisión. Si le observamos, vemos como mueve el
bigote, achica los ojos o los abre desmesuradamente, según lo que ocurra en la
pantalla en ese momento. ¿Entenderá lo que está viendo? A veces nos parece un
ser humano lleno de pelo.
Llega
la hora de irnos a casa. La abuela siempre saca del bolsillo del delantal unos
chuches para que nos los comamos en el camino. Melindres maúlla desesperado
hasta que le da un par de ellos. Le damos muchos besos a la abuela, le decimos adiós a Melindres y,
siempre, siempre, nos despide levantando la pata derecha, la de la mancha
blanca.
Rabo de lagartija
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