viernes, 2 de febrero de 2018

El gato de mi abuela





        Siempre que vamos a visitar a mi abuela, Melindres nos está esperando detrás de la puerta. Es un gato sin raza específica, de color negro, con una mancha blanca en la pata delantera derecha y unos ojos que le brillan por el reflejo de cualquier luz, que te miran con una intensidad que parece que quiere penetrar en tu interior. Lleva ya unos años en casa de mi abuela, y parece el amo de la cueva.

        Mi abuela Mercedes ha estado siempre cerca de nosotros. Vive a dos manzanas de nuestra casa y hace una vida independiente porque, a pesar de sus años, sigue siendo autosuficiente para cuidarse y tener una vida tranquila en su casa. No sé cómo lo hace, pero siempre que vamos a verla tiene unas rosquillas o un bollo, o un flan recién hecho. Nos da un abrazo cariñoso y nos dice lo guapos que estamos. Vamos muchas tardes a hacer los deberes en su casa, por la paz y el sosiego que inunda su hogar. En nuestra casa está nuestro hermanito guerreando y haciendo travesuras que nos descentran de nuestros estudios.

        Melindres nos escolta hasta el cuarto de estar, se sube a una estantería desde donde nos vigila desde cierta altura. Parece un peluche decorativo, ya que no mueve ni un bigote. Si hablamos entre nosotros, se oye un maullido enérgico, como queriendo decirnos que nos callemos y hagamos los deberes. La abuela nos trae la merienda y Melindres, también quiere su parte. La abuela le trae un cuenco con un trozo del dulce que nos haya hecho ese día. Se lo come con deleite y se relame el muy bribón. A veces parece que cantara. Produce uno sonidos de ronroneo y maullidos. Le llamamos el Bisbal felino.

        La abuela se quedó viuda al poco de que nosotros naciéramos. Somos mellizos. La ausencia del abuelo le provocó tristeza y, para poder dar suelta a sus sentimientos, se volcó en darnos todo el cariño y la ternura que ya no podía dar al abuelo. Nos ha regañado muchas veces, pero siempre acababa dándonos besos y achuchones. No sé como consigue que su nivel de paciencia no se agote con nosotros, que no hacemos trastadas uno sólo, si no en estéreo que es peor. Nos hace sentirnos malos viendo su bondad.

        Cuando terminamos los deberes nos vamos al salón a ver unos dibujos o alguna serie infantil. Melindres forma parte de la distracción. Se encarama en lo alto del sofá, en medio de nosotros y ve la televisión. Si le observamos, vemos como mueve el bigote, achica los ojos o los abre desmesuradamente, según lo que ocurra en la pantalla en ese momento. ¿Entenderá lo que está viendo? A veces nos parece un ser humano lleno de pelo.

        Llega la hora de irnos a casa. La abuela siempre saca del bolsillo del delantal unos chuches para que nos los comamos en el camino. Melindres maúlla desesperado hasta que le da un par de ellos. Le damos muchos besos  a la abuela, le decimos adiós a Melindres y, siempre, siempre, nos despide levantando la pata derecha, la de la mancha blanca.


Rabo de lagartija

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