Corría con desesperación agarrando la lata con fuerza.
El tiempo era crucial para llegar a tiempo. El camino no era ni recto ni
uniforme, por lo que tenía que saltar y esquivar piedras y ramas de árboles. El
cansancio se iba apoderando de él dado que llevaba ya un rato esforzándose
físicamente. No podía más, se paró y se apoyó en el tronco de un álamo para
serenar su respiración. Desde esa posición, observó los alrededores del camino
y contempló cómo ascendía la ladera de la montaña, revestida de árboles y
vegetación que daban ese tono verdoso al terreno. Según iba elevando la mirada,
el paisaje iba cambiando de tonalidad, pasando de los verdes a los ocres
terrosos para finalizar con ese blanquiazul que emana de la nieve caída en las
cumbres los últimos días.
El ruido de un pájaro entre las ramas
le sacó de su abstracción, miró el reloj y dando un suspiro, retomó la marcha
rápida. El camino empezaba a tomar una cierta inclinación de descenso que, por
un lado aceleraba su carrera y por otro ponía más en tensión los músculos de
sus piernas. En una revuelta del camino empezó a vislumbrar el humo que,
presumiblemente, salía de la chimenea de alguna casa. Estaba llegando a su
destino y eso le insufló fuerzas renovadas para continuar corriendo. Poco a
poco fue tomando forma una población en medio de un valle. Un sonido de agua
corriendo le informaba que estaba cerca de algún arroyo que bajaba de la
montaña para incorporarse al cauce de algún río. Llegó a las afueras del pueblo
y bajó el ritmo de carrera. Se orientó por las señas que le habían dado, pasó
por la plaza y enfiló la calle principal hasta las últimas casas donde por fin
contempló el cartel de la gasolinera. Miró la hora y se relajó. Todavía
quedaban unos minutos antes de que cerraran. Según se fue acercando, escuchó
como alguien rasgaba con dedos acostumbrados las cuerdas de una guitarra a la
que sacaba sonidos armónicos de una conocida melodía.
Había ganado la apuesta. Conseguir
cinco litros de gasolina antes del anochecer. Buscaría quien le llevara hasta
la casa rural que tenían alquilada. La penitencia por ser el novio de la
despedida de soltero la había cumplido. Por fin sabría donde le habían traído
con engaños esos que se decían sus amigos.
Rabo de lagartija
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