sábado, 23 de marzo de 2019

A solas





            María llegó hasta la puerta de entrada al parque que iba a visitar. Le habían hablado muy bien de él y del lugar donde estaba ubicado, ya que se encontraba a las afueras de la ciudad y desde donde  se podía divisar el mar.

            Mientras esperaba para entrar al recinto, pues faltaban unos minutos para su apertura, María se entretuvo en leer el contenido del folleto que explicaba la historia de parque.

            Cuando por fin pudo entrar en el recinto, se encaminó lentamente hasta el interior del mismo, desierto a aquellas horas de la mañana. Según iba avanzando por el camino, percibía el olor que desprendían las florecillas amarillentas de las mimosas, que colgaban de las ramas de los árboles, situados a cada lado del camino, impregnando el aire con su fragancia.

            María en su recorrido no dejaba de observar la arboleda, las paredes de setos cuidadosamente recortadas y las estatuas de bellas jóvenes con la mitad del cuerpo cubierto de escamas.

            La mujer continuó su camino hasta llegar al círculo que formaba la pared del seto, una vez allí, se detuvo permaneciendo de pie, mirando lo que se ofrecía ante sus ojos. Desde aquel  lugar podía divisar el relieve de la parte final del jardín y a sus pies, las olas del mar, llegando a la pequeña cala que se escondía entre los pinos que la rodeaban.  Por unos instantes apartó  la mirada de la imagen que se ofrecía ante ella y se aproximó al banco de piedra que allí se encontraba y, sentándose en él cerró los ojos, dejándose llevar por los sonidos de las olas y el perfume de las mimosas que el  aire se encargaba de llevar por todos los rincones del parque.

            María siguió un tiempo con los ojos cerrados, escuchando la voz que solo podía oír cuando estaba  a solas.


I R I S

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