sábado, 30 de marzo de 2019

El vigilante





La vida de Mario había cambiado, vigilaba a su hijo en exceso y no lo podía evitar.
Su vigilancia no tenía limites; vigilaba la ropa que se ponía, lo que  comía, las conversaciones telefónicas con los amigos de su hijo, se dijo a si mismo que esto tenía que cambiar, sabía que podía hacer muchas cosas por él, también sabía que si su hijo se enteraba, se disgustaría.

Habían sido dos años muy duros, de continuo aprendizaje para ambos, padre e hijo estaban más unidos ahora.

Cuando Mario había tomado la decisión de bajar un poco la guardia, su hijo recibió una llamada para desempeñar un nuevo puesto de trabajo. Su hijo estaba radiante, muy contento y alegre. El trabajo le entusiasmaba, lo único malo es que cada mañana debería coger el metro, pero allí estaba Mario dispuesto a madrugar con él y vigilar como  entraba en el metro esperaba el tren, contaba las estaciones, se bajaba, salía a la calle llena de gente y barreras y coches, y por fin subir las escaleras de un edificio moderno.

Mario se dijo que le vigilaría durante una semana y después  confiaría en él, pero su hijo al tercer día le dijo que no hacía falta que fuera, él ya había aprendido, que le dejara intentarlo solo.

Mario preguntó cómo sabía que lo acompañaba en silencio, su hijo le respondió que su olor a colonia y el arrastrar levemente los pies le delataban.

Desde que tuvo el accidente hace ya dos años, que le dejo ciego, se habían acentuado sus otros instintos, el oído y el olfato.

Clave de Sol


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