Las
tormentas que arranca noviembre, la huida de Orión.
Seguida
del viento sur, el agitado Austro había aprendido a temer el paso de las Híadas,
que arrimadas a la cola del toro anunciaban malos presagios.
Hallo
placer ante la rutilante hermosura de Arturo
o descubrir la aparición de los gemelos.
La
historia maravillosa de aquella corona que Teseo regaló a Ariadna.
Desesperado
por recobrar aquellas sensaciones maravillosas se acurrucaba en un rincón del
angosto patio y envuelto en su manta
buscaba su parcela de firmamento para coloquiar con sus amigas.
En
aquel espacio árido brutalmente desnudo, destacaba un planeta desde hacía años,
como si intentara una comunicación privada que nadie más debía conocer.
Era un
planeta brillante, de luz centelleante arrojando diminutas saetas argentadas,
marcando mil caminos con signo positivo.
Su
planeta, al aparecer en el ocaso y acompañarle hasta el amanecer, le dictaba
mensajes para su vida con Adonis.
La sensación de felicidad se borraba
al volver los ojos al suelo de argamasa, surcado por charcos putrefactos y
agujeros que daban salida a ratas gigantes.
De
pronto llegó a un prodigioso vergel.
Numerosas plantas exóticas crecían junto al Nilo.
La
gloria es caprichosa como meretriz voluble de corcho. Una meditación elemental
es navegar a merced del ocaso. El auxilio de los astros regían desde antiguo
los destinos del Imperio
.
Al
conjuro, las imágenes idílicas
abandonaban la opresiva muralla de
montañas venteadas.
Quirón
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