Tenía todo el día para
disfrutar de la vida que él quería vivir. Se había desplazado hasta su casa
alquilada en el campo. Tenía a su alrededor árboles, prados, montañas,
senderos, naturaleza en estado puro. A mano encontraba aperos para el campo,
artes de pesca y caza, prismáticos para observar las nidadas de aves. Se había
despojado de rutinas, ruidos innecesarios, problemas, nervios, estrés,
conversaciones vacías, compañías tóxicas. Eran únicamente suyas las próximas horas.
Desde
que falleció su querida Emilia su vida cambió. Todas las expectativas, sueños y
proyectos desaparecieron con ella. Se encontraba en la tesitura de encontrar
alternativas que pudieran llenar y dar sentido a su vida. Evitaba los contactos
sociales porque le recordaban constantemente la pérdida de su esposa. No
encontraba consuelo en los actos sociales. La soledad le había desahuciado la
alegría que antes sentía. Sus insomnios no encontraban motivos válidos para
reconstruir una nueva vida.
Un anuncio
en la puerta de la panadería le llamó la atención. “Se alquila casa de campo
totalmente equipada, alejada del mundanal ruido, rodeada de naturaleza”. Quizá
necesitase un retiro para meditar qué es lo quería hacer con su vida. Llamó al
teléfono que indicaba el anuncio y quedó con el dueño para visitarlo. Antes de
llegar a la casa, viajando por caminos poco transitados, donde únicamente La Naturaleza pintaba los
paisajes, su espíritu se iba llenando de serenidad. La casa era una
construcción sobria, sin ostentaciones y estaba para ocuparla de inmediato.
Pasearon por los alrededores, el dueño
le proporcionó un plano de la zona donde se indicaban los pueblos más cercanos
donde comprar lo necesario. La leñera estaba bien surtida. La luz procedía de
un generador de gasóleo y el agua se subía desde una pequeña poza mediante una
bomba de gasolina. Le encantó al primer vistazo.
Hoy
por fin se ha instalado en ella. Se dará unos días sabáticos hasta que ponga en
marcha su nuevo proyecto de vida. Aparte de pasear, recolectar frutos
silvestres, plantar un pequeño huerto, pescar en la pequeña laguna y poner
alguna trampa para cazar conejos, se dedicaría a pintar paisajes y lo que su
imaginación le aconsejara. En la ciudad lo había intentado, pero sólo plasmaba
en el lienzo calles tristes, casas grises y personas infelices. La Naturaleza sería el
mejor tratamiento para su mal. Nadie le echará de menos hasta que su herida
cicatrice y se plantee el regreso a la actividad social. Al fin y al cabo, ha
sido educado en la convivencia con los de su especie y tampoco es bueno que el
hombre esté solo.
Rabo de lagartija
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