sábado, 23 de marzo de 2019

Después de caer hay que levantanrse





            Tenía todo el día para disfrutar de la vida que él quería vivir. Se había desplazado hasta su casa alquilada en el campo. Tenía a su alrededor árboles, prados, montañas, senderos, naturaleza en estado puro. A mano encontraba aperos para el campo, artes de pesca y caza, prismáticos para observar las nidadas de aves. Se había despojado de rutinas, ruidos innecesarios, problemas, nervios, estrés, conversaciones vacías, compañías tóxicas. Eran únicamente suyas las próximas horas.

        Desde que falleció su querida Emilia su vida cambió. Todas las expectativas, sueños y proyectos desaparecieron con ella. Se encontraba en la tesitura de encontrar alternativas que pudieran llenar y dar sentido a su vida. Evitaba los contactos sociales porque le recordaban constantemente la pérdida de su esposa. No encontraba consuelo en los actos sociales. La soledad le había desahuciado la alegría que antes sentía. Sus insomnios no encontraban motivos válidos para reconstruir una nueva vida.

        Un anuncio en la puerta de la panadería le llamó la atención. “Se alquila casa de campo totalmente equipada, alejada del mundanal ruido, rodeada de naturaleza”. Quizá necesitase un retiro para meditar qué es lo quería hacer con su vida. Llamó al teléfono que indicaba el anuncio y quedó con el dueño para visitarlo. Antes de llegar a la casa, viajando por caminos poco transitados, donde únicamente La Naturaleza pintaba los paisajes, su espíritu se iba llenando de serenidad. La casa era una construcción sobria, sin ostentaciones y estaba para ocuparla de inmediato. Pasearon por los alrededores,  el dueño le proporcionó un plano de la zona donde se indicaban los pueblos más cercanos donde comprar lo necesario. La leñera estaba bien surtida. La luz procedía de un generador de gasóleo y el agua se subía desde una pequeña poza mediante una bomba de gasolina. Le encantó al primer vistazo.

        Hoy por fin se ha instalado en ella. Se dará unos días sabáticos hasta que ponga en marcha su nuevo proyecto de vida. Aparte de pasear, recolectar frutos silvestres, plantar un pequeño huerto, pescar en la pequeña laguna y poner alguna trampa para cazar conejos, se dedicaría a pintar paisajes y lo que su imaginación le aconsejara. En la ciudad lo había intentado, pero sólo plasmaba en el lienzo calles tristes, casas grises y personas infelices. La Naturaleza sería el mejor tratamiento para su mal. Nadie le echará de menos hasta que su herida cicatrice y se plantee el regreso a la actividad social. Al fin y al cabo, ha sido educado en la convivencia con los de su especie y tampoco es bueno que el hombre esté solo.


Rabo de lagartija

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