Cuando llegué, ya estaba el tren parado
en la estación, preparado para iniciar la
marcha hacia su destino. Ansioso por empezar el viaje me coloqué
cómodamente en mi asiento y miré la hora en mi reloj. Marcaba en ese momento
las 16 horas en punto. Presioné el interruptor de la luz y al momento sonó en
mis oídos el silbato de la locomotora anunciando la salida. Suavemente se fue
iniciando un movimiento cadencioso que me acompañaría durante todo el trayecto.
La
estación se fue alejando del convoy. Se podía ver en los andenes gente
variopinta, desde mozos maleteros, vendedores, familias despidiendo a los suyos
y hasta algún perro con cara de pocos amigos. Según se alejaba el tren de la
estación, pasaban más deprisa a su lado casas y arrabales y el paisaje se
volvía más rústico, donde predominaba la Naturaleza.
Sentado
en mi asiento privilegiado veía pasar accidentes geográficos: ríos, lagos,
montañas, bosques. De vez en cuando un caserío o una granja ponían ese punto de
civilización que acabará, con el paso del tiempo, desplazando a los parajes
agrestes e inmaculados. Ya no veía la monotonía que acompaña a un largo viaje,
porque mi mente visionaba ensoñaciones al margen de la realidad:
Era
un feliz maquinista que echaba de vez en cuando carbón a la caldera de mi
locomotora para que alcanzara la velocidad que me llevaba en el menor tiempo
posible, a través de valles y colinas donde divisaba grandes manadas de
rumiantes, hasta la meta de mi viaje. Pasaba por ciudades resplandecientes saludando
desde mi máquina a sus habitantes. Atravesaba una llanura verde de cultivos
donde las casitas de los labradores se hacinaban alrededor de un hermoso
castillo donde flameaban banderas de bellos colores. Luego un largo puente me
transportaba de una orilla a otra de un lago azul donde los peces de colores
saltaban alrededor de las barcas de pescadores que, sin ningún esfuerzo, los
amontonaban en cajas para llevarlos al mercado.
Un
túnel ocultó el tren en las entrañas de una inmensa montaña y me hizo
reflexionar sobre la vida sin luz de los invidentes e hizo realidad eso que
cuentan los que han estado muy cerca de abandonar esta vida. Una luz blanca al
final del túnel.
Un
ruido extraño me sacó de mi ensoñación haciéndome volver a la realidad. Al principio
no identificaba dicho ruido, hasta que mi mente rebuscó en los archivos de mi
memoria y encontró el sonido de mi móvil.
Como un autómata mi mano fue en busca del
artefacto que me había sobresaltado y mi dedo apretó un botoncito que, cual
bola de mago, me ponía en contacto con cualquier parte del mundo.
-¿Diga? Hola cariño. Sí que quieres... Dame cinco minutos y estoy contigo.
Bueno,
el viaje había terminado. Apreté el interruptor eléctrico y el tren se paró
entre dos pueblos. Me levanté de mi asiento, apagué la luz de la buhardilla y
bajé hasta el piso inferior donde me esperaba mi mujer para algún asunto
doméstico.
Rabo de lagartija
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